Día 58 – Miércoles 21 de agosto – De Belgrado a Sarajevo (388km)
388 kilómetros. No es mucho si lo comparamos a otros días. Había estado viajando lo suficiente y encontrado carreteras los suficientemente malas como para saber que no se puede ser demasiado optimista calculando distáncias y tiempo, pero confiaba en poder llevar a Sarajevo en un tiempo razonable para poder visitar la ciudad. Es un lugar con una historia que es perturbadora y al mismo tiempo extrañamente fascinante, y tenía muchas ganas de poder ver con mis propios ojos un lugar sobre el que había leído tanto. Desgraciadametne, no iba a poder ser.
Ya he comentado que entre las cosas que nos robaron en Tallinn había los cargadores para la cámara. Llevaba tres baterías, y a lo largo del viaje había descubierto que duraban mucho, mucho más de lo que me esperaba, pero el día anterior la última de ellas se estaba agotando, así que estaba a punto de quedarme sin cámara para una de las partes más interesantes del viaje. Tras dejar el hostal intentamos encontrar una parte del centro donde el chico que llevaba el hostal nos había dicho que quizá podíamos encontrar una tienda que vendiese lo que necesitábamos, pero como era de esperar, fue imposible llegar allí con la moto. Nos rendimos y decidimos dejar la ciudad, ya que se estaba haciendo tarde. Justo después de cruzar el puente vimos el centro comercial que la chica de recepción había mencionado el día anterior, así que decidimos parar para intentar por última vez encontrar un cargador. Sólo había una tienda de electrónica y me dijeron que las dos únicas cosas que podía hacer era buscar en Google el distribuidor de Canon para Serbia o ira una tienda en el centro donde podían… atención al detalle… hacerme un cargador. Resignado a no tener cámara de momento, y viendo que era casi mediodía, decidí irnos.
Salir de Belgrado resultó ser una experiencia tan indeseable como entrar, y perdimos mucho tiempo. Una vez en carretera abierta, las cosas no mejoraron demasiado, no había mucho tráfico, pero los Serbios se toman las cosas con calma al volante, y nadie tenía excesiva prisa por adelantar a los camiones, así que avanzamos muy lentamente los primeros 150km, hasta que llegamos un cruce donde paré a por gasolina y después, siguiendo el consejo del personal de la gasolinera sobre la ruta con menos tráfico, tomé una carretera más pequeña hasta la frontera. Pasamos por varios pueblos y ciudades pequeñas que parecían más parte de Siberia que de Europa y el único tramo interesante llegó cuando por fin nos acercamos al tipo de paisaje de colinas que esperaba encontrar en este país, ya cerca de la frontera. Me lo pasé mejor allí, pero el día estaba nublado y hacía demasiado frío y yo estaba demasiado cansado para disfrutarlo de verdad, y Nat se estaba congelando. Para empeorar las cosas, a unos pocos kilómetros de la frontera nos pasamos un desvío que no era ni de cerca tan claro como debiera haberlo sido una carretera que lleva a un paso fronterizo internacional, ya que estaba concentrado en intentar adelantar con seguridad a un idiota en un Polo gris que había estado reteniendo una fila de diez coches y al llegar a una subida con un carril de adelantamiento había decidido de golpe que le apetecía conducir mucho más rápido. A resultas de ello fuimos varios kilómetros en la dirección equivocada antes de encontrar un sitio donde parar, comparar el mapa en papel con el GPS, determinar dónde estábamos y deshacer el camino hasta el desvío correcto.

Para cuando llegamos a la frontera ya era tarde, nos quedaban aún 150km para Sarajevo y los dos teníamos frío y estábamos cansados. Sin embargo, al igual que al cruzar de Hungría a Serbia las vibraciones que me transmitían los países cambiaron, las cosas cambiaron de nuevo al entrar en Bosnia y Herzegovina, esta vez a mejor, a pesar del aspecto del lado bosnio de la frontera, que no era gran cosa mas que cuatro barracas metálicas.
Nos encontramos con una pareja alemana en una GS650 y charlamos un rato mientras esperábamos a cruzar la frontera, cosa que siempre ayuda a animar un poco el viaje, luego salió el sol y el policía Bosnio volvió con nuestros papeles, nos regaló una amable sonrisa y nos dejó pasar a través de las barreras hacia un paisaje precioso. La carretera a partir de la frontera era simplemente espectacular: seguía el río Drina serpenteando por un cañón y me enamoré inmediatamente del lugar. Al cabo de un rato nos separamos del río y subimos hacia un paisaje de colinas ondulantes. Este era el último país que me quedaba por descubrir en el viaje, y se colocó directo en las primeras posiciones de la lista de mis países más bonitos en Europa juntamente con Rumanía. Hicimos una última parada en una gasolinera y cuando Nat fue a pagar y a comprar la pegatina del país el personal, que había visto todas las otras pegatinas, le preguntó si había estado en todos los países. Continuamos hacia Sarajevo con la puesta de sol, devolviendo los saludos de los niños en los pueblecitos que hacían gestos para que diésemos gas. Un ligero tirón al puño despertaba las más amplias sonrisas.
Llegamos a Sarajevo al anochecer, y me encantó ver que era un lugar mucho más relajado que Belgrado en lo referente al tráfico. Mientras que las calles estaban llenas de coches, los conductores no parecían para nada estresados, y había coches y motos aparcados en todas pares y ni un solo policía a la vista. Me fascinó de inmediato la imagen de la ciudad, tenía una mezcla de culturas musulmana y occidental que no había visto en ningún otro lugar en Europa y no llevaba más de cinco minutos parado antes de que se acercase gente a ofrecer ayuda e indicaciones. Nat fue a hacer el check in al hostel y volvió con una mujer que apenas hablaba inglés y me hizo gestos para que la siguiese en moto y empezó a andar a buen ritmo, con Nat detrás suyo. Le di la vuelta a la moto en la acera, arranqué y la seguí en dirección contraria por la calle por donde había llegado, lo que no pareció molestar a nadie, ni conductores ni peatones. Fui tras ella a través de una plaza, un par de calles y un puente mientras paraba el tráfico con más autoridad que muchos urbanos que he visto. Al fina llegamos a una pequeña casa y me indicó que diese la vuelta a la parte de detrás, donde encontré una puerta de garaje que abrió desde dentro para dejarme entrar en un patio y aparcar la moto justo debajo de la ventana de la que iba a ser nuestra habitación esa noche.
Había sido un día intenso, y Nat estaba cansada y con tanto frío que se dejó caer en la moqueta de la habitación y se tapó con todas las mantas que encontró mientras yo iba a buscar algo de comida para llevar para poder traer al hostal para cenar antes de ir a dormir. El hostel estaba justo al lado del río en el casco antiguo, así que salí por la puerta, crucé un puente y me encontré con una calle peatonal con tanta vida y cafés, bares y restaurantes con terraza que no me quedó más remedio que ir a desenterrar a Nat de las mantas y salir a cenar fuera.