En casa

Día 35 – Jueves 1 de septiembre – Barcelona (6,2km)

Barcelona es una ciudad relativamente pequeña en extensión, su crecimiento se ha visto limitado por un río en cada lado, una cadena de colinas detrás y el mar delante, pero eso es una de las muchas cosas que la convierten en un lugar excepcional; tiene un tamaño que la hace cercana a habitantes y visitantes por igual, si no te importa andar uno puede llegar a la mayoría de lugares a pie en no más de una hora. La otra consecuencia positiva de su tamaño es que, para los viajantes, es una ciudad con una de las mejores llegadas que existen.

Cuando se llega a otras ciudades el avión suele sobrevolar extensiones de campos anónimos, zonas industriales y poblaciones satélite antes de aterrizar en un aeropuerto que está a bastantes kilómetros de la ciudad. Es imposible reconocer el destino desde el aire, y uno solo se da cuenta de que ha llegado tras atravesar una periferia que suele ser por lo general bastante gris. Para los que llegan en barco la historia es parecida. Los puertos no suelen ser lugares especialmente atractivos, y la preciosa ciudad que uno viene a ver se encuentra tras un páramo salpicado de depósitos de gas y petróleo, almacenes de contenedores marítimos y patios de vías.

Barcelona es otra historia. La ruta de aproximación al aeropuerto sigue la costa y pasa directamente por delante de la ciudad, y los que tengan la suerte de estar sentados a estribor del avión se ven recompensados con una de las mejores vistas de la ciudad que hace que sea fácil reconocer los edificios más emblemáticos que tantas ganas tiene de visitar. La experiencia de llegar por mar es parecida, y el puerto de pasajeros está en la ciudad mismo, de modo que al desembarcar uno ya se encuentra prácticamente en el centro, nada de atravesar polígonos.

Nunca había llegado a mi ciudad por mar, y cuando la tripulación anunció que estábamos a una hora del puerto subí a cubierta para intentar ver tierra y disfrutar de la aproximación. No tardó en aparecer una difusa línea de montañas en el horizonte, y antes de lo que pensaba ya pude reconocer la característica silueta de las montañas de Montserrat unos kilómetros tierra adentro.

img_1373El segundo hito que se hizo reconocible fue la torre de Collserola, seguida de la montaña de Montjuïc, la sierra del Montseny en la distancia y finalmente los primeros edificios altos de Barcelona en primera línea de la costa.

img_1376Poco a poco los edificios se fueron haciendo más reconocibles, y la torre Mapfre y el hotel Arts, la torre Agbar… un niño italiano que visitaba la ciudad por primera vez soltó un grito de emoción cuando su padre le señaló la Sagrada Familia y, mucho más rápido de lo que me esperaba, empezamos las maniobras de amarre en la terminal del puerto.

img_1387Saqué la moto del ferry y me vi rodeado al momento del tráfico de hora punta de la tarde. Tras tantos kilómetros en lugares donde no parece haber normas de tráfico, tuve que recurrir a grandes dosis de autocontrol para no empezar a adelantar donde no se podía e ir en contra dirección para llegar a casa más rápido.

img_1396Una vez vi este pequeño cartel en un hostel en Suecia, y al poner la cabeza sobre mi añorada almohada me vino la imagen a la cabeza y pensé ¡qué gran verdad!

Autostrada

Día 34 – Miércoles 31 de agosto – De Brindisi a Civitavecchia (660km)

El ferry llegó a Brindisi a las 6:00, justo cuando el sol salía por detrás de las gigantescas grúas del muelle. Salí de sus entrañas, aparqué junto a la verja de salida y regalé a los adormilados ojos de todos aquellos que desembarcaban un magnífico espectáculo de striptease mientras me quitaba la ropa que me había puesto para la travesía y me ponía de nuevo el equipo de moto.

img_1370Tenía que estar en Civitavecchia a las 20:00 como muy tarde para sacar los billetes y embarcar en el ferry de las 22:00 hacia Barcelona. Pero tras la experiencia en la terminal del puerto de Igoumenitsa prefería llegar más temprano, así que decidí que por primera y única vez en todo el viaje, hoy iba a ser día de autopista.

img_1369Salí del muelle, dejé atrás rápidamente esa zona fea que rodea todos los puertos y enseguida me encontré en la autopista. Ya empezaba el día cansado; no había dormido mucho en el ferry, hacía demasiado calor y había demasiado ruido, así que decidí parar a menudo y tomármelo con calma.

Comparada con las carreteras y autopistas que había usado en Grecia, la autostrada hacía que Italia pareciese Suiza: asfalto en perfecto estado, conductores civilizados (sí, en el sur de Italia), Wi-Fi gratis en todas las gasolineras y áreas de descanso… Hasta el paisaje no estaba mal, especialmente en la parte central del trayecto, cuando la autopista cruzaba entre dos parques naturales, el Parco Regionale di Monti Picentini y el Parco Nazionale di Cilento Vallo di Diano. De allí descendía hasta Nápoles, lo rodeaba e iba hacia Roma, como todos los caminos.

Paré muy a menudo a descansar, comer, leer del libro que llevaba conmigo y, al principio al menos, repostar. Pero la gasolina es tirando a cara en Italia, y decidí descubrir hasta dónde podía llegar con un depósito con la moto nueva. Teóricamente debería alcanzar los 400km, pero nunca había visto unos resultados de consumo tan buenos en un uso a diario. Esta vez, sin embargo, iba por autopista, en terreno principalmente llano y sin prisas. Estaba a unos 380km del puerto de Civitavecchia la segunda vez que paré a repostar, así que me impuse el reto de hacer el siguiente repostaje ya en Barcelona. Llené el tanque hasta el borde y me dispuse a recorrer el resto del camino aplicando todo lo que sabía de conducción económica, que eran nociones aprendidas con el coche, porque nunca se me había ocurrido eso de la conducción económica en una moto…

img_1371Mantuve unos 100km/h, sin acelerones para adelantar, dejando la moto ir con un punto de gas en las bajadas, anticipando las maniobras de los demás conductores para evitar frenadas, etc.

Fue una experiencia mortalmente aburrida, pero ir por la autopista siempre lo es, así que ir más rápido o de forma más agresiva no iba a mejorar mucho las cosas. Sea como fuere, a las 19:00 estaba a tan solo dos kilómetros de Civitavecchia cuando se encendió el chivato de la reserva. Habitualmente esto pasa entre los 270 y los 300km, según el uso. Esta vez fue a los 383km. Había logrado un consumo indicado de 4,4l/100km, y según el ordenador de a bordo, quedaba autonomía para otros 66km más, aunque este dato suele ser optimista.

El edificio de la terminal en Civitavecchia estaba mucho más tranquilo que el de Igoumenitsa, no había colas, las oficinas de Grimaldi estaban bien señalizadas, había sitio donde sentarse cómodamente por todas partes y había Wi-Fi gratis. Bueno, al menos los primeros 15 minutos. Saqué los billetes y me esperé más o menos una hora hasta que pude ir hacia el muelle.

De nuevo, las motos fuimos los primeros en embarcar, así que conseguí encontrar un rincón perfecto con un enchufe y me instalé cómodamente a ver una película antes de pasar la noche. Al día siguiente por la tarde vería Barcelona de nuevo.

Atravesamos el Mediterráneo

Día 2 – Sábado 30 de julio – Más ferry y de Civitavecchia a Terni (113km)

Los ferries Grimaldi se pueden considerar el Ryanair del Mediterráneo: la forma más barata en la que uno y su vehículo pueden llegar a su destino vacacional desde Barcelona, y se nota. Lo que pagas es lo que hay, y la ventaja en este caso es que si en lo que te quieres gastar tu dinero son tus vacaciones en los Balcanes en vez de un camarote en un crucero a través del Mediterráneo, se puede embarcar con un simple billete de cubierta y buscar un rincón tranquilo donde poner la colchoneta y pasar la noche sin que nadie te mire dos veces; todo el mundo lo hace. Nos buscamos una esquina “de clase superior” (con enchufe, vamos) y nos instalamos allí.

20160730113443El día siguiente fue mucho más tranquilo de lo que mis primeras impresiones me habían habían hecho esperar, y el tiempo pasó plácidamente escribiendo este blog, jugando a cartas y leyendo entre la cubierta superior y una pequeña cubierta lateral con sombra un par de pisos más abajo que estaba prácticamente desierta y tenía una agradable brisa marina. El viaje se me hizo mucho más corto de lo que en realidad era, y a pesar del retraso inicial de dos horas desembarcamos en Civitavecchia a las 19:30.

20160730132754Teníamos unos 100km hasta Terni, una población a medio camino entre costa y costa donde íbamos a pasar la noche, e Italia nos dio la bienvenida con una carretera fantástica entre campos y colinas con el sol poniéndose rojo ardiente de trasfondo.

Balkan Adventure 2016

Día 1 – Viernes 29 de julio – Ferry de Barcelona a Civitavecchia (0km)

Hacía ya tres meses que tenía la moto; había servido honorablemente en su papel de transporte diario al trabajo y había hecho su salida ocasional algún fin de semana, pero día tras día podía notar que me pedía, que ansiaba un viaje más largo, la bestia quería alejarse de la ciudad. Cuando por fin llegaron las vacaciones pues, era hora de llevarla a su primer gran viaje. ¿Dónde? A los Balcanes.

El plan era coger un ferry a Italia, cruzar el país, coger otro ferry y empezar desde Croacia, desde allí bajar hacia Montenegro, Albania, Kosovo, Macedonia, Bulgaria, Grecia y de allí a Italia de nuevo mediante otro ferry.

20160730132925Empecé mis vacaciones al final de Julio, cosa que tenía dos consecuencias inmediatas sobre el inicio de mi viaje.

Una, recibí un crudo recordatorio de la temperatura y humedad que reinan en la ciudad a estas alturas del verano mientras cargaba con más de 40kg de equipaje bulto a bulto desde el piso hasta el garaje donde duerme la moto. Tras mucho sudar, tirar de pulpos y cintas y atar nudos, completé la partida de Tetris y la moto quedó cargada.

Dos, experimenté el gozo de iniciar mis vacaciones al mismo tiempo que millones de otras personas, materializado en colas interminables en la terminal de ferries.

IMG-20160729-WA0019Una vez a bordo, el ferry estaba lleno hasta los topes, con gente voceando, niños y camioneros de Europa del este de aspecto cuestionable, uno de los cuales intentó empezar una pelea en el bar de cubierta. Al menos el retraso de dos horas antes de zarpar se hizo más llevadero gracias a una pareja de argentinos que llevan más de dos años viajando por el mundo en moto y que tenían un montón de historias que contar. Podéis leer su historia aquí y aquí.