Día 10 – Jueves 4 de Julio – Visita a Chernobyl (0km)
Es difícil describir la experiencia de hoy. Era algo que esperaba con ganas, ya que era uno de los puntos álgidos del viaje, y fue una visita interesante, pero al mismo tiempo fue experiencia inquietante como pocas.
Luda me llevó hasta la plaza principal de la ciudad, desde donde el autobús del tour me tenía que recoger, y una vez enfrente del hotel que era el punto de encuentro, me dijo que estaría allí de nuevo a las 6 de la tarde para enseñarme un poco el centro. Vi un autobús y un par de personas esperando y pregunté a la última persona de la cola, que resultó ser el doble exacto de Hillary Swank. Era de Suecia y como su novio había decidido no hace vacaciones ese verano, estaba viajando por Ucrania unas cuantas semanas sola. Subimos al autobús y enseguida empezamos a hablar de viajes, ya que compartíamos el gusto por los destinos raros y Europa del este. La conversación se interrumpió rápido al empezar un documental sobre el desastre, que resultó ser muy interesante y mucho más completo que otras cosas que había visto antes. Terminó poco antes de que llegásemos al primer punto de control. Una extensa zona alrededor de Chernobyl está bajo control militar, y a pesar de que unas 170 personas, todas de más de 70 años y jubiladas, han decidido volver a sus tierras, no se permite entrar ni salir a nadie sin pasar por estrictos controles. Bajamos del autobús y después de que comprobasen nuestros pasaportes y los contrastasen con una lista, cruzamos las barreras andando y esperamos que el autobús pasase al otro lado. Al cabo de poco rato conduciendo llegamos a la primera y única población habitada, que acoge a unas 5,000 personas que trabajan en temas de seguridad y mantenimiento de la zona. Viven y trabajan allí durante 15 días y luego tienen 15 días libres, y tienen que someterse a controles médicos frecuentes.

De camino hacia allí, pasamos varios pueblos, pero lo único que quedaba de ellos eran los carteles en la carretera con sus nombres, pues el ejército había derribado y enterrado las casas tras el desastre y la naturaleza había recuperado el espacio rápido. Paramos un momento en la población, donde vimos un monumento conmemorativo, un parque de bomberos (cuyos miembros fueron los terceros en llegar al lugar tras la explosión) y unos pocos vehículos que se usaron en la limpieza.


Había una colección de vehículos más grande en un lugar llamado cementerio de vehículos, pero los habían declarado demasiado radioactivos para poder formar parte de la visita con seguridad y se había cancelado esa parte de la visita y enterrado los vehículos hacía años.

Después nos dirigimos a otro punto de control para entrar en la zona de exclusión, donde no vive nadie, a pesar de que mucha gente trabaja allí. Antes de llegar a la planta nuclear nos paramos en una guardería abandonada que, juntamente con una oficina de correos que a penas se mantenía en píe entre los árboles, eran los dos únicos edificios que quedaban en el último pueblo antes de la planta.


Entonces, al salir de una curva, apareció ante nosotros. La chimenea que se erguía entre los reactores tres y cuatro. Paramos una última vez antes de llegar allí, para ver las obras de un par de torres de refrigeración y de los reactores cinco y seis, aún rodeados de altas grúas.

No se terminaron nunca. El autobús paró en la carretera y cuando nos bajamos a hacer algunas fotos, el guía nos advirtió que no saliéramos de la carretera y no pisáramos la hierba, que estaba muy contaminada.
Cogimos el autobús de nuevo para recorrer la corta distancia que nos separaba del sarcófago que cubre el reactor numero tres. La estructura parecía bastante vieja, Era la primera y la única de ese tipo, y su construcción duró semanas y se cobró numerosas vidas.

Los que lo diseñaron y construyeron no habían hecho algo así antes, y nadie había trabajado ni se había entrenado para trabajar en condiciones como aquellas. Miles de personas trabajaron en la construcción del sarcófago, durante no más de un minuto cada vez para evitar dosis letales de radiación, y aún así, todos ellos sufrieron terribles consecuencias. Todos los que estuvieron allí para contener el desastre dieron sus vidas para prevenir una tragedia mucho mayor, que hubiese convertido la mayor parte de Europa en un lugar inhabitable. Algunos de ellos sabían lo que les esperaba, otros fueron enviados allí por sus superiores sin saber qué riesgo corrían, pero sin ellos la tragedia hubiese sido mucho peor. Desde los primeros bomberos que llegaron al lugar hasta los mineros que cavaron un túnel bajo el reactor para verter cemento y evitar que las barras de uranio fundido alcanzasen el agua de debajo y explotasen; desde la gente que se subió al techo del reactor número cuatro para retirar trozos de grafito altamente radioactivos con sus propias manos hasta los pilotos de los helicópteros que volaron justo encima del incendio radioactivo para dejar caer toneladas y toneladas de arena y plomo para intentar apagar el fuego; desde las personas que se acercaron tanto como pudieron al núcleo para medir la radiación hasta los trabajadores que construyeron el sarcófago, todos ellos son héroes anónimos que salvaron cientos de millones de vidas y que hoy han sido olvidados, condenados a sufrir las terribles consecuencias que sus cuerpos experimentaran hasta el fin de sus vidas solos.
Cerca del sarcófago original que cubre el reactor numero tres, una empresa francesa se afanaba a construir una estructura de dimensiones descomunales: un nuevo sarcófago que cubrirá el antiguo y garantizará la seguridad durante cien años. Es difícil apreciar las dimensiones en las fotografías, pero las cajas rojas cerca de la parte superior son contenedores marítimos, lo que da una buena idea del tamaño.

Y aún tiene que crecer para ser el doble de alto y de largo. Debería haberse construido hace diez años, pero no había dinero. Estará terminado en 2015. Nos dijeron que sólo podíamos hacer fotos del reactor y del sarcófago nuevo, ya que había edificios militares en la zona y no se podían fotografiar.
En cierto modo, me siento privilegiado de haber tenido la oportunidad de hacer este tour ahora, ya que estas visitas pueden tener los días contados, al menos tal y como son ahora. En tres años el reactor número tres ya no será visible, enterrado bajo su nueva cubierta, y la ciudad de Prypyat se habrá derrumbado y habrá sido devorada por la naturaleza. El autobús nos dejó en la entrada principal de la ciudad, que en su día alojó a 50,000 personas, todas ellas evacuadas en dos días sin poder llevarse más que un par de maletas. Jamás se les permitió volver.

Hoy, era imposible reconocer que era una avenida. Árboles y arbustos habían crecido en ambos lados hasta reducirla a poco más que una pista a través del bosque. Los edificios han estado abandonados desde el desastre, de modo que la mayoría tienen enormes goteras y están en peligro de derrumbarse en cualquier momento.

El autobús nos dejó en la plaza principal y empezamos a andar por la ciudad, con cuidado de no tocar las plantas. Andamos alrededor de algunos de los edificios de la plaza y encontramos el parque de atracciones, una de las vistas más inquietantes de la ciudad, con la noria aún en pie, congelada en el tiempo.

Desde allí atravesamos lo que parecía un bosque hasta que el guía se detuvo entre los árboles y anunció que estábamos en medio del campo de futbol en el estadio de la ciudad. Al salir de la vegetación encontramos las gradas, y ese fue uno de los dos edificios que pudimos visitar por dentro.

El otro fue el centro de deportes, con su pista de baloncesto y su piscina vacía. Fue una visita fascinante.


El autobús nos recogió en otra avenida reducida a casi un camino y nos sacó de la zona de exclusión para llevarnos a la cantina del pueblo donde los trabajadores actuales viven. Pasamos un exhaustivo proceso de desinfección a base de un lavado de manos con una pastilla de jabón vieja, y nos sentamos a disfrutar de una comida al más puro estilo soviético.

Después de comer, nos paramos en el punto de control principal y nos hicieron pasar por unas máquinas de medición de la radiación que parecían sacadas de una película de la guerra fría. A continuación nos dejaron marchar, libres de radiación.

De camino a la visita la tensión se podía palpar en el autobús, casi nadie hablaba, todos llenos de expectación por lo que íbamos a ver. De vuelta, la tensión se había disuelto y había más conversación y bromas. Un profesor holandés que estaba sentado detrás de mí dijo que su mujer le iba a hacer tirar toda la ropa que llevaba a la basura en cuanto llegase al hotel, y conocí a un americano que trabajaba para el CDC que tenía un montón de anécdotas que contar sobre todos los lugares donde había estado destinado.
De vuelta en Kiev, Luda me estaba esperando para ver un poco la ciudad, ya que aún tenía unas horas. Había traído una amiga que también hablaba inglés, y fuimos a hacer un poco de turismo antes de volver a casa a preparar las maletas para la mañana siguiente.

Kiev es una ciudad enorme, una extensión de más de 3 millones de personas, mucho más grande de lo que me imaginaba, y era obvio que me estaba perdiendo muchas cosas. Decidí que volvería a visitarla algún día.