Curiosidades – Luz de noche yugoslava

Cuando visitamos Croacia nos alojamos en una casa de huéspedes donde encontré esta perla:

Estaba enchufada en la pared al lado de la puerta del lavabo, así que imagino que su función era más guiar a huéspedes borrachos hacia el váter que ayudar a críos con miedo a la oscuridad. ¡Estuve muy tentado de llevármela a casa!

Relatividad

Día 64 – Martes 27 de agosto – De Omis a Ljubljana (577km)

Algunos días parecen tener menos de 24 horas, otros parecen tener muchas más. Imagino que depende de dónde estés, lo que estés haciendo y con quién estás compartiendo tu día. Hoy fue uno de esos días que parecen tener 36 horas o más, no porque se hiciese largo, sino por al final de la jornada, con una copa de vino para relajarme, parecía increíble que hubiésemos tenido tiempo para hacer tantas cosas en un solo día.

Para empezar, fue uno de los días largos en la moto. Ya hacía tiempo que había olvidado el límite de 300km al día que me impuse al principio y estaba acostumbrado a ir más lejos, pero Nat, para quien éste era el primer viaje en moto de su vida, había insistido en no superar ese límite. Sin embargo, por mucho que quisiéramos tomarnos las cosas con calma y tener tiempo de ver cosas, la vida real nos esperaba de vuelta en casa, y teníamos un calendario que seguir. Eso significaba que si queríamos tener tiempo para disfrutar de los Alpes nos tocaba dejar Croacia hoy y llegar hasta Ljubljana en un día.

Yo quería seguir una línea lo más recta posible, tanto para ahorrar kilómetros como para disfrutar de mejor paisaje, pero el GPS indicaba que tardaríamos todo el día y habiendo visto hacía unos años las carreteras en la península de Istria, no tenía razón para dudar de la información. Ir por autovías y autopistas reducía la jornada a siete horas, pero añadía más de 100km, ya que hacía falta ir hasta Zagreb. Era un buen rodeo, y no me hacía gracia pasar el día en la autopista, pero al final decidimos tomar esa ruta.

Nos pusimos en camino por la mañana, algo tristes de dejar atrás el confort del apartamento y los días de playa, pero con ganas de volver a estar en las montañas. Habían alargado la autopista desde la última vez que estuve aquí, y no tuvimos que perder tanto tiempo por la carretera de la costa para cogerla. Hacía un día precioso, pero había nubes grises  de aspecto amenazador tras las montañas, que era hacia donde nos dirigíamos. Visto lo visto, empecé el día con las fundas de lluvia puestas, pero me las tuve que quitar la primera vez que paramos a repostar, ya que me estaba cociendo. Mientras estaba la lado de la moto en calzoncillos, paró al lado una pareja en una Yamaha; eran de Eslovenia e iban camino a casa después de un viaje de dos semanas por los Balcanes. Estuvimos hablando de Serbia y Bosnia i Herzegovina y nos recomendaron visitar Albania y Macedona también. Más países a la lista de cosas por ver.

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Pasamos el resto del trayecto hasta Zagreb jugando al juego de intentar anticiparnos a la lluvia, leyendo el cielo e intentado y hacer coincidir las paradas para repostar o descansar con el ponernos o quitarnos el equipo de lluvia para no tener que hacer paradas de más. Tuvimos bastante suerte y nos escapamos de lo peor, aunque hubo un momento en el que nos pilló lluvia fuerte sin estar preparados y tuve que salir rápido de allí, viendo que el cielo estaba despejado por delante. Por suerte no duró mucho y nos secamos rápido.

Paramos por última vez a por un café en la frontera con Eslovenia, habiendo pasado por las afueras de Zagreb. Yo ya había vist ola ciudad, pero era una pena no tener tiempo de pasar una noche allí para que Nat la conociese también. Compramos la única viñeta de todo el viaje para poder usar la autopista hasta la capital y en un par de horas, entre lluvia intensa y el tráfico de la hora punta de la tarde, llegamos a Ljubljana.

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El hostal parecía sacado de una sitcom adolescente de los 90 (al estilo Parker Lewis Can’t Lose) y quedaba un poco lejos del centro, pero era agradable y había sitio para aparcar la moto en la entrada. Como sólo íbamos a quedarnos una noche, elegimos lo más barato y nos quedamos con una habitación compartida. Aún era temprano, la lluvia había parado y teníamos un par de horas hasta el anochecer, así que dejamos las cosas y dimos un largo paseo hasta el centro.

A Nat le encantó la ciudad, y a mí me produjo una sensación extraña volver a estar aquí por segunda vez. Había llegado a Ljubljana en lo que era el tercere día de mi viaje, con mi equipo nuevo y reluciente, y aquí estaba de nuevo, después de miles de quilómetros. Paseamos un rato disfrutando de la vida que había en las calles y cuando oscureció nos sentamos en uno de los bares que había a la orilla del río a tomar una copa de vino.

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La lluvia volvió a hacer su aparición mientras estábamos allí, pero al final paró el tiempo suficiente para dejarnos volver al hostal a pie. Nos fuimos a la cama tarde, con la mente puesta en los Alpes.

Soprendente belleza

Dia 62 – Domingo 25 de agosto – De Omis a Split a Omis (50km)

Las expectativas no suelen ser algo bueno, especialmente cuando uno viaja. Cuando nos dicen una y otra vez lo bonito que es un lugar no crean unas expectativas tan altas que a menudo cuando llega el momento de ver el lugar con nuestros propios ojos nos sentimos, sin no decepcionados, poco impresionados. “Parece Bellvitge”, observó Nat mientras entrábamos en Split a primera hora de la tarde después de haber pasado otra mañana relajándonos en la playa. Y tenía razón. Años atrás esa había sido exactamente mi primera impresión cuando conducíamos a través de las afueras de la ciudad, a pesar de que en aquella ocasión teníamos cero expectativas pues nadie nos había dicho una palabra sobre el lugar.

Es de justicia decir entonces, que cuando un sitio verdaderamente tan bonito que aún consigue impresionar al visitante a pesar de las expectativas, tiene que ser algo especial, y Split es sin duda uno de esos sitios. El hecho de que se tenga que atravesar unas afueras tan grises y anodinas no hace más que incrementar la sorpresa. El casco antiguo se construyó sobre las ruinas del palacio de Diocleciano, que era un complejo enorme, y es un lugar único e impresionante. No se escapa de ser un lugar bastante turístico, evidentemente, pero no tanto como Dubrovnik, menos cruceros hacen escala allí y el turismo es principalmente local. Disfrutamos de un paseo por el centro y luego nos acercamos a la terminal de ferries para pedir información sobre precios y horarios de los barcos que iban a Brac y Hvar, las dos islas enfrente de la ciudad, que eran una de las cosas que me perdí en mi anterior viaje y que tenía muchas ganas de ver. Los precios resultaron ser muy razonables, así que decidimos volver a la mañana siguiente para visitarlas.

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El puente de Mostar

Día 60 – Viernes 23 de agosto – De Sarajevo a Omis (290km)

Croacia no quedaba muy lejos, pero nos pusimos en camino temprano porque queríamos parar a visitar Mostar y su famoso puente, y también porque no habíamos reservado ningún lugar donde alojarnos en Croacia, el plan era llegar a la costa y luego ir subiendo hacia el norte hasta encontrar un lugar que nos gustase e intentar encontrar un apartamento o una habitación allí, como hay mucho oferta no debería ser difícil encontrar alguna cosa.

Saliendo de Sarajevo descubrimos que era una ciudad mucho más grande de lo que habíamos imaginado cuando visitamos el centro, se extendía hacia el sur en barrios residenciales y polígonos industriales, hasta que las colinas se cerraron de nuevo y nos encontramos en carreteras reviradas, disfrutando del buen tiempo. Al cabo de un rato la carretera nos llevó a un cañón que seguía el río cuyas aguas pasarían más adelante bajo el puente en Mostar. El paisaje era precioso, una carretera serpenteante a lo largo de un río de color esmeralda flanqueado por acantilados de roca blanca y gris en ambos lados. Cuando el cañón finalmente se abrió para dar paso a un valle más amplio, encontramos la ciudad. Era más grande de lo que había esperado, de hecho es la quinta ciudad del país y, como es habitual, pasamos por unos barrios sin gran interés antes de encontrar el casco antiguo. Nos metimos por una callejuelea adoquinada siguiendo las señales que indicaban el camino al Stari Most hasta que llegamos a un punto donde no podíamos seguir avanzando. Estaba dándole la vuelta a la moto cuando un chico me hizo gestos indicando que aparcase la moto en la terraza de un bar donde ya había cuatro motos aparcadas. Parece que el propietario del bar, viendo que el país era un destino popular para las motos, se había olido la oportunidad de sacarse un dinero y había decidido usar la terraza como aparcamiento. Dejamos la moto en la sombra bajo la vigilancia del barman  por un par de Euros (era el precio para un día entero si hubiésemos decidido pasar más tiempo allí) y anduvimos los pocos metros que nos separaban del puente.

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La primera impresión fue que era un lugar muy lleno de turistas, había mucha gente en el puente, de hecho tanta que era difícil acceder a él, pero entonces vimos la razón por la que tanta gente se había congregado al mismo tiempo en el puente y en los dos lados del río: un joven en bañador se estaba preparando para saltar a las aguas heladas del río. Se remojó con agua fría de una manguera para prepararse, pasó por encima de las barandillas, dio unas cuantas palmadas para hacer que la gente lo animase y flexionó las piernas al tiempo que el silencio caía sobre la multitud. Entonces saltó hacia arriba y hacia adelante, extendiendo sus brazos como alas y arqueando la espalda mientras se quedaba suspendido en el aire por una fracción de segundo antes de precipitarse hacía el río más de 20 metros más abajo. Según parece es una tradición que los jóvenes de la ciudad salten del puente al río, se organizan competiciones oficiales cada verano, existe un club de saltadores con sede justo al lado del puente y se remonta a la época de la construcción del puente, en el siglo XVI.

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Visitamos el resto del casco antiguo, incluyendo una exposición con fotografías de la ciudad antes, durante y después de la guerra, y un vídeo que mostraba la destrucción del puente. Durante la guerra de Bosnia, la ciudad fue escenario de combates entre el ejército de Bosnia y Herzegovina y el ejército croata en un bando, y el ejército popular yugoslavo en el otro. El ejército croata bombardeó el puente alegando que era un objetivo de importancia estratégica, aunque la acción se considera principalmente un acto contra el patrimonio cultural Bosnio. Tras la guerra fue reconstruido y hoy se alza como un símbolo de la unión entre culturas en el país.

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Dejamos la ciudad bajo el intenso calor del verano y paramos una última vez antes de cruzar la frontera para gastar el poco dinero Bosnio que nos quedaba en gasolina y una botella de agua; comimos algo a la sombra de unos árboles cercanos a la gasolinera y seguimos hasta la frontera. Fue la más fácil que había cruzado fuera de la UE: les di los pasaportes y en el momento que vieron que eran pasaportes de la UE nos indicaron que pasáramos. Al cabo de poco rato vimos por fin el mar, y empezamos a subir por la costa. Habíamos decidido saltarnos Dubrovnik, ya que significaba bajar casi 90km y luego volver a subir, yo ya había visto la ciudad y además suele estar infestada de turistas en estas épocas, ya que todos los cruceros por el mediterráneo hacen escala allí. En lugar de ello, decidimos intentar llegar tan cerca de Split como pudiéramos. A última hora de la tarde habíamos alcanzado Omis, un precioso pueblo de pescadores a pocos kilómetros de Split, antaño refugio de piratas, donde intentamos encontrar alojamiento. La idea era intentar alquilar una habitación en el centro para poder volver a pie a la cama si salíamos a cenar o a tomar algo, pero todos los sitios en los que preguntamos superaban nuestro escaso presupuesto. Al final salimos del pueblo y en dos kilómetros encontramos un apartamento con vistas al mar, a dos minutos a pie de la playa y con conexión a internet por un precio más que razonable, así que nos lo quedamos para cuatro noches.

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