El Mercedes con 600.000 kilómetros

Día 22 – 21 de Agosto – de Osh a Bishkek (669km – en coche)

669 kilómetros entre la segunda ciudad más grande del país y la capital. Poco más que la distancia que separa la segunda ciudad más grande de España, Barcelona, de su capital, Madrid. En casa uno puede hacer ese trayecto en moto, coche, autocar, tren y avión. Aquí, no había ni autocares ni trenes, no quedaban asientos libres en los siguientes vuelos y la moto ya no era una opción. En casa, se tarda entre seis y siete horas en cubrir la distancia entre las dos ciudades. Aquí, entre 12 y 13.

El taxi que había reservado a través de la oficina de CBT en Osh apareció puntual delante del hostal a las ocho de la mañana. Era un Mercedes clase E negro de segunda generación, de los que alcanzan kilometrajes astronómicos haciendo de taxi en Stuttgart y, a juzgar por los kilómetros que este llevaba, probablemente lo habían mandado hacia Kyrgyzstan después de jubilarse de taxi en Alemania. Aquí le habían aplicado las modificaciones locales típicas: un montón de mantas en los asientos, funda de bolas de madera para el asiento del conductor y ventanas traseras tintadas con unas láminas de mala calidad que se habían vuelto traslúcidas y bloqueaban casi por completo la visibilidad hacia afuera. El cuadro tenía más luces encendidas que un árbol de navidad y numerosos mensajes de error, había conectores sueltos colgando bajo el asiento del acompañante, no había donde enganchar los cinturones en el asiento trasero y, por supuesto, el aire acondicionado había muerto hacía años. A medio camino vi de reojo en el cuadro los kilómetros que acumulaba el coche en ese momento: 618.739.

 

Sin embargo, la razón por la que el trayecto a Bishkek fue tan largo no era el coche, sino la carretera. A pesar de ser la que conecta las dos ciudades principales, solo era mejor respecto a las pistas que habíamos estado haciendo en que estaba asfaltada, pero seguía teniendo dos carriles, atravesando todas las poblaciones por el centro, tenía baches y socavones por doquier y el asfalto podía desaparecer en cualquier momento sin previo aviso.

Había tenido tiempo para recuperarme del dolor en la espalda, costillas y omoplato tras la primera caída hacía una semana, pero el ir saltando a todas partes con el pie enyesado y ahora la experiencia de batidora violenta en el coche, que mandaba los impactos de los socavones directos a mi columna a través del asiento, mandaron esa recuperación a la mierda.

Apenas bajé del coche cuando el conductor paraba a descansar, solamente estirar la pierna agarrado al marco de la puerta. No comí nada y fui una sola vez al baño. En lo único que pensaba era en la cama del hotel en Bishkek, el más cómodo y lujoso de todo lo que habíamos visto en lo que llevábamos de viaje.

A 40 kilómetros de nuestro destino entramos en los extensos alrededores de Bishkek y se terminó el asfalto. Estaban arreglando la carretera, y el tráfico avanzaba a velocidad de peatón envuelto en una espesa nube de polvo. Me había hecho esperanzas de llegar en la media hora siguiente, pero ahora veía claro que íbamos a tardar mucho más.

El coche se estaba calentando otra vez; ya había dado síntomas durante el ascenso a algunos puertos de montaña por el camino; así que el conductor se detuvo para hacer un último descanso a falta de 10 kilómetros en lo que parecía una estación de marshrutkas, donde conocía otros conductores. Tras un piti y una charlas con los colegas mientras se enfriaba el motor, se sentó al volante y giró la llave. Y no pasó nada. Absolutamente nada. Ni un solo ruido.

Lo intentó varias veces, pero el coche estaba muerto. Visiblemente avergonzado, se disculpó y, como solución para llevarme a mi destino, salió a la calle principal, buscó un taxi local y le pagó para que me llevara hasta el hotel.

Cuando me arrastré al vestíbulo la pobre chica que estaba de turno en recepción debió pensar que había empezado el apocalipsis zombi. Estaba claro que la temporada alta del transporte de motos se concentraba a principio y final de mes: el hotel estaba desierto y solo había un puñado de motos fuera, en contraste con el bullicio de actividad que se había apoderado del hotel cuando llegamos al inicio de nuestro viaje. Le dejé caer encima un montón de información: lo que me había pasado, que quería una habitación pero necesitaba un taxi para irme en tres horas, que mi moto llegaba al día siguiente pero yo ya no estaría, que tenía una maleta que había dejado para que me guardaran el hotel y si me la podía encontrar porque la necesitaba ya mismo, y si por favor me podían subir algo de comer a la habitación.

Un pareja de alemanes muy majos me ayudaron a subir a mi habitación y tras una dolorosa ducha me llegó una pizza a la puerta. Media hora más tarde, el encargado llegó y me aseguró que se encargarían de descargar y almacenar la moto al día siguiente. Limpio, con el estómago lleno y el transporte de la moto arreglado de este lado, me tumbé a descansar un poco antes de que llegara el taxi a llevarme al hotel al cabo de una hora.

Los Stans se convierten en el Stan

Día 21 – 20 de agosto – de Sary-Tash a Osh (179km)

Y la mañana trajo una respuesta.

Había dormido bastante bien, pero cuando llegó el momento de levantarse y empezar hacer el petate, el pie me dolía más que el día anterior. No solo eso: estaba visiblemente hinchado.

A pesar de todo, conseguí preparar los bultos, ponerme el traje y meter el pie en la bota. Dentro de la bota no dolía tanto, aunque ponérmela había sido bastante doloroso, pero da igual cómo lo notara con las botas puestas, era demasiado arriesgado adentrarme en las Pamir; la carretera no iba a hacer más que empeorar, apenas podía subir y bajar de la moto y tenía cientos de kilómetros hasta el siguiente núcleo poblado, sin contar que allí no habría hospital, el más cercano estaba a tres días de moto.

Ya que Osh estaba a tan solo unas tres horas deshaciendo camino, decidí que lo más sensato sería volver atrás y hacer que me miraran el pie. Si no era nada serio y necesitaba unos días de reposo, aún tendría tiempo de hacer las Pamir.

Así que casi 200km y algunos pasos de montaña más tarde volvía a estar en la misma sala de rayos X que había visitado una semana antes.

Me hicieron dos radiografías del pie y media hora después estaba sentado en una silla en la sala de al lado escuchando un médico hablar ruso rapidísimo y señalar una placa que mostraba que tenía el pie roto por tres sitios distintos. Lo único que entendí fue ‘traumatólogo’, así que fue hacia allí que nos dirigimos.

No me dieron bastón, muletas ni silla de ruedas, así que tuve que ir saltando a la pata coja con la ayuda de Marc por un pasillo subterráneo hasta el edificio de al lado y encontrar la sección de traumatología, que tenía un aspecto todavía más deprimente que el ala del que venía.

Me pusieron en una camilla en una habitación minúscula y, por la pinta que tenía el sitio, tenía mis dudas si me iban a tratar o a interrogar y mandar a un goulag en Siberia. A continuación, empezó una lenta y farragosa conversación a través de Google translate. El tipo que me estaba atendiendo decía que, debido a una de las tres fracturas, había que operar el pie. Intenté hacerle entender que, si me tenían que operar, quería que fuese en casa, no allí, pero parecía reticente a dejar que me fuera en aquel estado. Tras unos cuantos frustrantes intercambios de opiniones a través del móvil, pareció llegar a la conclusión de que, si yo estaba de acuerdo en que me diesen el alta tal cual estaba, tendría que inmovilizarme el pie para que pudiera viajar, siempre bajo condición de ver un médico lo antes posible al llegar a destino. Entonces, para más inri, dijo que se le había terminado el yeso y que tenía que ir a la farmacia a por más y tenía que pagarlo yo. Terminé pagando 30€ para que me escayolasen la pierna, la mayor parte de los cuales sospecho que terminaron en el bolsillo del supuesto ‘traumatólogo’.

Después de todo esto por fin me pusieron en una silla de ruedas y me empujaron hasta la salida del edificio, donde Marc estaba esperando con el taxi más pequeño de la ciudad, un Nissan tipo coche kei reciclado del Japón. Al llegar al hostal, sin embargo, me tocó volver a dar saltos de nuevo, pues no tenía nada para apoyarme.

En la moto tenía un bastón de trekking viejo amarrado al portaequipajes que intenté usar como soporte telescópico para poner una GoPro, pero el invento vibraba demasiado y lo di por fracasado. Por suerte, no tiré el bastón, así que lo desmonté de la moto y lo usé como muleta.

El siguiente paso era organizar el transporte para casa lo antes posible, así que me puse al teléfono con mi aseguradora, que me dijeron que lo más sencillo sería que hiciese los trámites necesarios y luego reclamase los costes. Tras contactar con Turkish Airlines y descubrir que el coste de adelantar mi vuelo de vuelta superaba de mucho el de comprar otro vuelo, encontré uno de Bishkek a Barcelona con Ural Airlines que salía a la noche siguiente, lo que me daba 24 horas para llegar a Bishkek. Hay vuelos de Osh a Bishkek, pero estaban todos completos para los días siguientes, así que no me quedó más remedio que reservar un taxi privado que me llevase hasta Bishkek.

Finalmente, lo único que quedaba por hacer era encontrar la manera de llevar la moto también a Bishkek, donde la guardarían en el hotel al que llegamos al empezar el viaje hasta que los chicos de ADVFactory la mandaran a casa en Septiembre. En Muztoo fueron muy atentos y dijeron que mandarían un camión a por ella al día siguiente a mediodía.

Con todo ya arreglado, caí muerto en la cama para intentar recuperar energías para la larga vuelta hasta casa. Se había acabado. Fin de las vacaciones. Había visto casi todo lo que teníamos planeado ver en Kyrgyzstan, pero era el único -stan que había hecho. Nada de Tajikistan, nada de Uzbekistan, y lo peor, nada de las montañas Pamir.

Extremos térmicos

Día 19 – 18 de agosto – de Osh a Sary Tash (179km)

Hoy empezamos el día a casi 40 grados y para cuando llegamos a Sary-Tash nos habíamos puesto todas las capas y estaba nevando.

Tardé más de lo habitiual en preparar la moto para salir, tenía mis cosas esparcidas por toda la habitación después de casi una semana allí y no me quería dejar nada. Un vez en movimiento, la sensación de volver a estar en la moto era extraña y maravillosa al mismo tiempo. Una vez más tuvimos suerte de dejar la ciudad en domingo, como ocurrió en Bishkek, así que evitamos lo peor del tráfico.

Solo tardamos media hora en empezar a ganar altura y la temperatura empezó a caer. Estaba un poco nublado y cuando alcanzamos los 2000 metros tuvimos que ponernos capas adicionales, así que paramos cerca de un edificio que parecia abandonado pero que resultó ser en realidad un café de carretera.

Desde allí la carretera pasaba por un primer paso de montaña a unos 2800 metros y luego empezaba el tema serio, la subida al paso Taldik, a 3615 metros.

Desde arriba del paso podíamos ver el precioso valle del que veníamos a un lado y, del otro, Sary-Tash, nuestro objetivo. Más allá del pueblo, las montañas Pamir se alzaban como gigantes cubiertos de nieve.

A pesar de estar en un cruce de rutas importantes (tanto la frontera China como la de Tajikistan) están a pocos kilómetros de aquí) Sary-Tash es un montón de pequeñas edificaciones dejadas de la mano de Dios entre el pie del paso y las montañas Pamir. La vida aquí es dura, y la casa donde nos alojamos lo reflejaba. Era una combinación de casa de huéspedes, granja y taller, con un camión medio desmontado, gallinas, vacas y nuestras motos compartiendo el mismo espacio en el patio.

Teníamos electricidad y wifi, pero no agua corriente ni duchas, aparte de un cuarto donde uno podía echarse por encima un par de cubos de agua calentada con una resistencia electrica. Lo mejor era que la habitación tenía un calefactor eléctrico, que pusimos a funcionar de inmedato.

El tiempo se había estado deteriorando rápidamente desde que llegamos y, a media tarde, las Pamir habían desaparecido detrás de espesas nubes y empezaban a caer copos de nieve en nuestras motos. Era increíble pensar que solo unas horas antes estábamos sudando enfundados en los trajes en Osh.

Preparamos una sopa que se enfrió casi de inmediato y nos retiramos al interior de la casa de huéspedes a charlar con la gente que había ido llegando a lo largo de la tarde: un grupo de ciclistas neozelandeses, una pareja de excursionistas alemanes y tres chicos de Chicago en un Skoda haciendo el rally de Mongolia.

Servicio drive-through en el bazar

Día 18 – 17 de agosto – Osh (0km)

Marc tenía que llegar hoy en algún momento después de mediodía, si la hora a la que llegamos Katja y yo servía de indicación, e íbamos a ponernos en camino al día siguiente, así que quería conseguir un compresor para substituir el que había muerto en las montañas Ak-Bashy.

Los chicos de Muztoo me habían dado la localización de un sitio donde vendían recambios para bicis y cosas del estilo, pero estaba a unos cuatro o cinco kilómetros, así que decidí coger un taxi. Paré uno en la calle principal delante del hostal y le mostré la localización en el mapa. No pareció entender dónde era, pero con gestos me dijo que yo mirase el mapa y le fuera diciendo a la derecha o a la izquierda y él conduciría.

Nos pusimos en marcha y me di cuenta de que tenía un invento extraño encima de la columna de dirección, una especie de levas de cambio. Había soldado dos plaquetas metálicas a una barra detrás del volante y las movía empujándolas o tirando de ellas. El coche era un Honda Fit con un cambio de variador contínuo, así que me monté la película de que había ideado algo para controlar él el cambio automático, hasta que me vió curioseando, sonrió y señaló hacia abajo. Entonces lo vi: ¡no tenía piernas! Llevábamos como 15 minutos conduciendo y no me había dado cuenta. También tenía una barra de metal montada en una abrazadera por debajo del volante que desplazaba con la mano derecha para apretar el pedal de freno.

Cuando estábamos llegando se dió cuenta de que íbamos al bazar de biciletas y me preguntó qué necesitaba, pues ya le había dicho que iba en moto. Le dije la palabra en ruso para ‘bomba’, y señaló a la toma de mechero, como preguntando si quería una eléctrica. Le dije que sí, y enotonces se puso a conducir en otra dirección. Entendí que me llevaba a un sitio mejor donde comprar una bomba eléctrica y, efectivamente, al cabo de un rato llegamos a un bazar todavía más lejos que vendía recambios para coches. Estos bazares son enormes y laberínticos, y yo no tenía ni idea dónde tenía que ir a por la bomba, pero el tipo entró directamente con el coche dentro y condujo hasta una tienda que conocía. Bajó la ventana, habló con otro tipo que le dió un compresor, lo desempaquetó, lo conectó a la toma de mechero del coche para comprobar que funcionara y yo pagué al de la tienda, todo sin bajar del taxi. Luego me llevó de vuelta al hostel y me cobró unos tres euros por todo el viaje.

Aún no tenía notícias de Marc, así que me fuí a visitar el parque principal de la ciudad, que no quedaba lejos. De camino pude apreciar la belleza de la arquitectura soviética y también vi algunos niños bañarse en el río que cruza la ciudad.

El parque era muy bonito, seguramente la parte de la ciudad mejor cuidada, y había un memorial a la guerra de Afganistán. No la de los americanos bombardeando escuelas con drones, sino la de 1979, cuando la URSS intervino en Afganistán contra insurgentes radicales islámicos que se alzaron contra el gobierno y los EE.UU. decidieron que era una idea brillante hacerse amigotes con esos mismos insurgentes y armarlos hasta los dientes solo para tocar los cojones a los rusos (y así de bien salió la cosa décadas más tarde).

Kyrgyzstan era una más de las repúblicas soviéticas en la época, así que les tocó mandar soldados al conflicto, del mismo modo que les tocó mandar gente a trabajar como liquidadores al accidente de Chernobyl, para el cual también había un memorial en el parque.

También había una estátua de Lenin, la más alta en toda Asia Central, y cerca de ella el único Geocaching en toda la ciudad (y en casi todo el país, también).

Poco después de volver al hostal llegó Marc. Estaba completamente cubierto de polvo, sudado y agotado del trayecto desde Kazarman, pero era genial volverlo a ver en la moto de nuevo.

Marc se pone en movimiento

Día 17 – 16 de agosto – Osh (0km)

‘Salgo de Naryn’ decía el mensaje que tenía en el móvil cuando me desperté. El día anterior Marc había conseguido transporte a Tash Rabar, montado la rueda, bajado la moto a Naryn y ahora ya estaba de camino a Osh.

Me fui para Muztoo a ver cómo le iba a Romuald, el francés. Había terminado de conectar todos cables de la moto, instalado el escape y se estaba preparando para empezar a montar plástico. Le sugerí que ahora que aún teníamos buen acceso a todo sería un buen momento para ver si arrancaba.

Metió la llave, la giró y le dió al botón de arranque. Aguantamos la respiración. El motor tosió y se puso en marcha. ¡Funcionaba! Comprobamos el cuadro, temiendo que la complicada electrónica de la BMWse quejase de que habíamos enchufado algo mal, pero todo parecía en orden.

Estava muy aliviado de que su moto hubiera sobrevivido, y quedamos que saldríamos a cenar para celebrarlo.

Recibí otro mensaje de Marc pasado mediodía informando de que ya estaba en Kazarman y preguntando si era buena idea seguir hasta Osh el mismo día. Le aconsejé que no lo hiciera, le quedaba mucha distancia y combinar estas carreteras y cansancio no es una buena idea. Katja también me escirbió, resulta que no se encontraba bien y una visita al hospital reveló que tenía una infección de riñones y vejiga, así que también le iba a tocar pasar unos días aquí.

Pasé el resto de la tarde poniéndome al día con el blog y por la noche salimos a regalarnos una cena y unas cuantas cervezas de más para celebrar que la BMW no había muerto. Romuald dijo que no se la iba a jugar y que emprendía el regreso a casa vía Azerbadjan, donde empezaba la cobretura de su seguro europeo, así que le deseé suerte y le invité a venir a Barcelona cuando quisiera.

Curso acelerado de técnico de BMW

Día 16 – 15 de agosto – Osh (0km)

Era ya mi tercer día en Osh y empezaba a aburrirme. No estaba dispuesto a pasarme todo el dia descansando, así que me subí a la moto y me fui al taller de Muztoo.

Dos días antes había conocido a un francés allí que estaba desmontando su GS. Aparentemente, había una junta en el corazón de la moto que se había roto y perdía aceite. Uno podría pensar que bastaría con ir echándole más, pero se ve que podía ir a parar al embrague, que en las GS es seco, y fastidiarlo, así que le tocaba abrir toda la moto para llegar a la junta y cambiarla. Y cuando digo abrir la moto, quiero decir partirla en dos. Cuando llegué el lunes ya había hecho la mitad del trabajo de desmontaje y hoy (jueves) ya había recibido la junta a través un tipo que volaba desde Moscú y la trajo como favor y la había colocado. Ahora le tocaba volver a juntar las dos mitades de moto.

Yo no tenía nada mejor que hacer, así que me dediqué a ayudarlo. No era fácil, estaba bastante estresado cuando desmontó la moto y había tornillos, tuercas, clips, cables sueltos y otros trozos de moto esparcidos por el taller, todo sin etiquetar, y estamos hablando de una BMW 1200 GS Adventure tope de gama con suspensiones electrónicas Touratech delante y detrás.

Cuando íbamos a juntar toda la parte trasera (subchasis, cardan, etc.) con la delantera nos dimos cuenta de que el cardan se había salido de su sitio en el engranaje final, así que tocaba desmontarlo y recolocarlo.

Cuando lo abrimos y vi lo que había dentro no podía dar crédito a mis ojos. ¡Estaba completamente lleno de agua y barro espeso!

 

Me contó que se había quedado atascado en un cruce de río entrando a Tajikistan, a unos 30 kilómetros al sur de la frontra. Estaba pasando con un Neozelandés que acababa de conocer, y la tarde ya estaba avanzada, de modo que el nivel del agua era mucho más alto que por la mañana. Se metió y las piedras que llevaba la corriente se atrancaron contra sus ruedas. El otro tipo le ayudó a bajar de la moto y aguantarla desde el lado, pero estaba demasiado atascada para llevarla hasta la otra orilla, y el río barría más piedras contra un lado de la moto y al mismo tiempo se llevaba arena de debajo de sus pies, con lo que al cabo de poco se vió ya con el agua a la cintura mientras sostenía la moto. El neozelandés le gritó que la soltara y se salvase él, pero se negó y le dijo que fuese al punto fronterizo a por ayuda. Pasó horas en esa postura, a 4100 metros, medio sumergido en aguas heladas, aguantando la moto, hasta que llegó ayuda.

Desmontamos todo el brazo del cardan y lo limpiamos a fondo. Mientras lo montábamos de nuevo, eché un vistazo a las juntas de goma exteriores y me di cuenta de que no són más que guardapolvos. Espero que los cojinetes dentro estén mejor sellados, pero entendí que por mucho marketing que nos enchufe BMW, estas motos NO estan hechas para estos viajes de aventura. Todo el mundo que pasaba por el taller aqui dando la vuelta al mundo iban en Africa Twins, DR650s, Ténérés, XT600, Transalps y demás motos similares fáciles de reparar.

A las siete de la tarde la moto ya estaba de una sola pieza de nuevo, pero había mucho que hacer antes de poder descubrir si iba a arrancar o no. Prometí volver a la mañana siguiente para ver qué pasaba.

Mientra estaba allí aproveché la oportunidad para enderezar mi manillar y comprobar que todos los tornillos y tuercas que hay que quitar para cambiar las ruedas no estuvieran demasiado apretados, una lección que aprendimos por las malas con la moto de Marc.

Día de descanso

Día 15 – 14 de agosto – Osh (0km)

Hoy no hice mucho aparte de ir a que me pusieran la segunda inyección y dejar descansar la espalda. Por la tarde conocí a los propietarios de las otras motos aparcadas en el hostal: una pareja holandesa, Klaas y Danielle; un belga, Bert; y un chico de Texas, Roberto.

Habían llegado todos aquí desde Tajikistana y se habían encontrado en distintos puntos de la carretera. Roberto viajaba solo en una KTM 1290 SuperAdventure enorme cuando se encontró con un alemán de 71 años en Khorog que le convenció para hacer el valle de Bartang con él. Resultó que el tío iba completamente sin preparar para esa ruta, sin ropa de abrigo ni suficiente comida, y tardaron seis dias, ¡seis! en completarla. A medio camino Bert, haciendo el Bartang en solitario, les pilló y consiguieron completar la ruta sin bajas, lo que fue casi un milagro teniendo en cuenta que el alemán tenía problemas de corazón y a medio camino les dijo que si se le paraba el corazón le tenían que dar puñetazos en el pecho para reanimarlo (y no estaba haciendo broma).

Estaban todos en Osh haciendo mantenimiento en las motos, descansando y preparándose para la siguiente parte de sus viajes: Klaas y Danielle iban a hacer Kyrgyzstan, Roberto iba a guardar la moto aquí y volver a Texas, con planes de continuar el viaje al año siguiente, y Bert estaba esperando a Katja y otra gente para pasar a China.

Salimos todos a cenar juntos y nos lo pasamos en grande compartiendo historias de viajes. Fue genial, todos compartiendo este momento pasajero lejos de nuestros hogares, con la misma pasión, habiéndonos convertido en grandes amigos por unas horas antes de volver a tomar cada uno su camino y probablemente no volvernos a ver.

Por la noche recibí buenas noticias en el móvil: ¡la rueda de Marc había llegado a Naryn!

La sanidad ex-soviética

Día 14 – 13 de agosto – Osh (0km)

Dos días después del accidente, por fin fui ver un médico. Tuve la suerte de que había una especie ambulatorio justo enfrente del hostal, así que ese fue el primer sitio que visité.

Tal y como me esperaba nadie hablaba ni una palabra de inglés, pero me señalaron la puerta de la consulta de un médico que me hizo pasar sin hacer cola ni pedir número. Con una combinación de gestos y Google Translate le expliqué lo que me había pasado y me dijo que me quitara la camiseta y me examinó la espalda.

Entonces, señaló a una radiografía que tenía en el escritorio y entendí que quería que me hiciera una. La enfermera, que era muy maja, tuvo el detalle de escribir el nombre y dirección del hospital principal de la ciudad en una hoja de papel, así como la palabra ‘radiografía’, y cogí un taxi hacia allí.

El hospital era un complejo de varios edificios, pero gracias a mi hoja de papel ahora sabía decir ‘radiografía’ en ruso, así que no tardé mucho en encontrar el sitio correcto. La entrada era una rampa que descendía hasta un sótano y desde allí y a través de pasillos que tenían más pinta de pertenecer a un base de misiles enmedio de Siberia que a un hospital, encontré la sección de radiología.

Hice todo el número de mímica otra vez e inmediatamente me hicieron pasar y me hicieron una radiografía de la zona de mi hombro izquierdo, que aparentemente reveló que había nada roto no fisurado. Me dieron la radiografía y un informe médico en ruso y me dijeron ‘kacca’, que quiere decir ‘caja’, así que entendí que tenía que ir a pagar.

Encontré el sitio correcto en el primer piso, les enseñé la radiografía y el informe intenté hacerles entender que quería pagar por ello. Me dió la impresión de que debatían un rato sobre la situación y luego simplemente me dijeron que me podía ir son cobrarme nada, así que ¡un servicio excelente! En los EE.UU. me hubieran cobrado 20.000$ o directamente no me hubieran atendido, porque los profesores de idiomas somos gente gente de casta baja que no tenemos suficiente dinero para tratamientos.

De vuelta en el ambulatorio, el médico pareció satisfecho con la radiografía y el informe y, mediante Google Translate de nuevo, me dijo que no era necesario inmobilizarlo ni nada, simplemente me recetó antiinflamatorios, un par de inyecciones de la vieja escuela, de las que van en el culo, y unos días de descanso. Tenía al menos para cuatro días antes de que llegara Marc, así que me venía al pelo.

Había una farmacia en el ambulatorio mismo, la enfermera me ayudó a comprar lo que necesitaba y otra enfermera me puso la primera inyección. Me dijeron que volviera al día siguiente para la segunda. Me hubiera podido ir ya en aquel momento, pero insistí en preguntar qué tenía que pagar por el médico, y al final me cobraron 200 som, que son unos dos euros y medio. Por cierto, eso mismo es lo que me costó el taxi de ida y vuelta al hospital.

Pasé el resto de la tarde descansando en la habitación y por la noche fuí a un restaurante muy bueno que había al lado del hotel y me regalé una pizza enorme para celebrar que no era nada grave.

El duro camino a Osh II

Día 13 – 12 de agosto – de Kazarman a Osh (268km)

El sol y el calor me desperaron antes de que sonara el despertador, el sol aquí ya luce antes de las 6 de la mañana, y lo primero que noté era que había dormido como un tronco a pesar de la espalda. Me giré con precaución esperando que el dolor fuera peor que el día anterior ahora que el analgésico y la adrenalina ya no hacían efecto y me había enfriado pero, inesperadamente, el dolor se mantenía al mismo nivel que la noche anterior. Descubrí que, si bien no podía levantar el brazo más de unos 10 grados de su posición de reposo estado de pie, si lo agarraba con la mano y lo movía con el otro brazo, podía hacer una rotación entera sin sentir dolor, lo que me dió esperanza de que no hubiera ninguna fractura, pues de otro modo dolería horrores.

Conseguí atar mi bolsa a la moto y ponerme todo el equipo sin tener que pedir ayuda a Katja, a pesar de tener una distracción seria.

Salimos y nos dirigimos a lo que esperábamos que sería una segunda mitad del trayecto a Osh dura. Bueno, al menos salíamos temprano. Sabíamos que teníamos unos 160 kilómetros de pista hasta la carretera principal que une Bishkek con Osh.

Estaba bastante cómodo en la moto, y la mayor parte del tiempo la espalda no me dolía. El ascenso al paso de montaña tenía algunos giros muy cerrados con tierra suelta que tenía que tomar con precaución y, de vez en cuando, bajaba algún camión enorme de cara, levantando tanto polvo en la pista estrecha que no me quedaba otra que parar al borde de la montaña y esperar que pasara, pero a pesar de todo pude disfrutar de las vistas.

A unos 40 kilómetros de la carretera principal cruzamos otro pueblecito más en el camino y encontramos asfaltao. No dejé que me enganñasen las esperanzas, pues ya había aprendido por las malas que aqui la calle principal de los pueblos está asfaltada, pero el asfalto desaparece tan buen punto termina el pueblo. Sin embargo, esta vez la fortuna se apiadó de nosotros y, tras 120 kilómetros de tierra, el asfalto llegó para quedarse hasta Osh.

Llegamos allí a una buena hora, sobre las 4 de la tarde, con un calor de casi 40 grados y rodeados del tráfico de locura habitual por estos lares. Pensaréis que me fui directo a un hospital, pero en lugar de ello fui a Muztoo, un taller que da servicio a todos los moteros que pasan por Osh de camino a Tajikistan, China, Mongolia, la India, el sudeste asiático, o dando la vuelta al mundo.

El taller era un hervidero de actividad, con un montón de gente reparando o haciendo mantenimiento en sus motos, pero en cuanto expliqué lo que necesitaba para la rueda de Marc, el mecánico me encontró un neumático Mitas E-07 nuevo y lo montó. Con el primer reto superado, me fui para las oficinas del CBT de Osh a ver si había algún transporte de turistas que saliera para Naryn y se pudiera llevar la rueda. Mi inteción original era volver con la rueda yo mismo, pero habiendo visto la carretera y depués del accidente no había manera de que pudiera hacer eso.

La chica de la oficina de CBT removió cielo y tierra para ayudarme y, a pesar de que no había ningún transporte de turistas en los próximos tres días, me puso en contacto con un taxista que dijo que se la daría a otro conductor que saldría a la mañana siguiente, conduciría todo el día hasta Bishkek y luego al día siguiente conduciría hacia el sur hasta Naryn y entregaría la rueda, todo por 2000 som (unos 26 euros). Le dí el dinero y la rueda, con la esperanza de que cumpliría con su palabra y por fin me fui hacia el hostal.

Crucé el centro de la ciudad siguiendo el GPS, pero cuando llegué a donde se supone que estaba el hostel lo único que había allí era una fábrica que se caía a pedazos. No pasa nada, estas cosas suelen pasar en países soviéticos, suele haber varias hileras de edificios una detrás de otra apartadas de la calle, así que probablemente solo tenía que dar la vuelta a la manzana y encontraría el hostal. El problema era que no había manzana, la calle era interminable. Di la vuelta y conduje en la dirección opuesta, pero era la misma historia. Volví a la fábrica y me dí cuenta de que en la puerta de acceso al recinto había un cartel diminuto que rezaba ‘hostel’ y un flecha que apuntaba a través de las puertas. Entré y, efectivamente, ahí estaba el hostal, al final de un callejón con mala pinta en la parte de detrás de la fábrica, pasado otro edificio en construcción.

Agotado una vez más, hice el check in y me derrumbé en la cama de una diminuta habitación del tercer piso, bajo un sol que había estado cociéndose al sol todo el día.