Día 10 – Lunes 6 de abril – Sierra Nevada (82km) – [MAPA]
Sierra Nevada es la segunda cordillera más alta en Europa Occidental, solo superada en altura (por un amplio margen, todo sea dicho) por los Alpes. Es un hecho bastante curioso, especialmente si tenemos en cuenta su situación, al lado del mar, al sur de España, bastante cerca del norte de África. Deja a los Pirineos en tercer lugar por unos míseros 78 metros, los que el Mulhacen, de 3.482m, le saca al Aneto, de 3.404m, el pico más alto en la cordillera que separa España de Francia. Siendo montañero, este hecho siempre me ha parecido algo injusto, ya que era posible llegar casi hasta arriba del Mulhacen en coche hasta 1994, cuando se cerró la carretera para preservar el entorno, y aún hoy su ascensión no presenta ninguna dificultad, mientras que la del Aneto es larga y técnica y requiere experiencia y buena forma física.
Por otra parte, esto significaba que en esta ocasión en particular, de vacaciones como motero y no como montañero, la cordillera me brindaba la oportunidad de ir de las soleadas y cálidas terrazas de bar de Granada hasta el punto donde la carretera está cortada, bien por encima de la cota de nieve, en menos de una hora y disfrutar de una de las carreteras que los chicos de Top Gear consideraron, junto a la Transfagarasan y el Stelvio, una de las mejores de Europa, a pesar de que termina abruptamente.
La carretera principal lleva a las pistas de esquí de Sierra Nevada, que aún estaban abiertas en esa época del año, y justo antes de llegar al pueblo el mismo nombre a pie de las pistas, una pequeña carretera sale a la izquierda, al lado de un aparcamiento para uno de los remontes, y sube en una sucesión de curvas hasta una estación de montaña de la Guardia Civil, donde una barrera cierra el paso a todo vehículo no autorizado. A esa altura, incluso si la barrera hubiese estado levantada, era imposible ir más lejos con la moto, pues la carretera estaba completamente cubierta de nieve.
Paramos allí y andamos un poco más arriba por la nieva para ver las vistas de las pistas a un lado y un paisaje imponente al otro, extendiéndose hasta donde abarcaba la vista.
Después de hacer unas fotos volvimos a subir a la moto y bajamos hasta Granada de nuevo para encontrar el concesionario que trabajaba con la empresa de transporte de motos que iba a llevar la nuestra hasta Barcelona. Introduje la dirección en el GPS y una hora más tarde estábamos en la puerta, a una temperatura mucho superior a la de las montañas.
El sitio se llama JMoto, y es un concesionario Triumph. Javi, el propietario, era muy agradable, y nos dejó cambiarnos de ropa en la tienda, ya que el plan era mandar la ropa de moto, botas y cascos con la moto, llevarnos las maletas y volar a casa vestidos de civil. ¡Imaginad intentar embarcar vestido de motero y con un casco! Tuve que desmontar la visera de mi casco y llevármela en la maleta para poder meter los dos cascos en el baúl, pero al final entró todo ahí y en las maletas laterales. Firmamos los papeles, le dimos las llaves a Javi, las gracias por todo y nos despedimos de la moto. Ahora tocaba coger un autobús de vuelta al centro y encontrar un buen lugar para comer la paella que le había prometido a Nat.
Lo bueno de Granada es que al contrario que Barcelona, es difícil equivocarse en lo que a comer se refiere. Un despiste en Barcelona puede significar que uno termina en una de las muchas trampas para turistas que sirven comida de pésima calidad a unos precios astronómicos, pero aquí todo era tan bueno y barato, que cualquier sitio parecía una apuesta segura. Encontramos un restaurante agradable con terraza al lado del río, desde donde teníamos una buena vista de la Alhambra mientras comíamos y pasamos allí la tarde.
Después de comer matamos el tiempo paseando por el barrio viejo una vez más y luego nos fuimos al centro a degustar una última cosa antes de ir al aeropuerto: el pastelito típico del lugar, que se llama Pionono.
Mientras lo disfrutábamos tuve tiempo de ponerme al día con el blog, pues había estado escribiendo muy poco los días anteriores, y también de investigar cómo llegar al aeropuerto. Los taxis iban a ser caros, y descubrimos que había un servicio de autocar con una parada bastante cerca de donde estábamos, así que decidido. Cogimos el autobús y en 40 minutos nos dejó en el aeropuerto.
El vuelo de vuelta a Barcelona fue rápido y sin incidentes, y lo único que me supo mas fue que para cuando despegamos y eran las 10 de la noche, así que me perdí un último vistazo a Granada desde el aire. Había pasado 10 días en la carretera esta vez, había descubierto sitios de los que sabía bien poco, y cada uno a su manera, me habían dejado todos grandes recuerdos.
El plan para el domingo era levantarse temprano, coger la moto y subir a Sierra Nevada, disfrutar de las vistas de la cordillera donde se encuentra el pico más alto de la Península y luego bajar por el otro lado a la región de Almería, visitar aquello y volver a Granada por la tarde a través de alguna ruta de montaña, porque el lunes iba a dejar la moto en un concesionario desde donde ya había arreglado el transporte hasta Barcelona y aprovecharíamos ese día para visitar la ciudad a pie. El problema era que después de “la última birra” de la noche anterior, teníamos una resaca monumental y nos levantamos bastante tarde… No solo eso, sino que después de 9 días de carretera, también me apetecía un día tranquilo sin moto, así para regocijo de Nat, decidimos tomarnos las cosas con calma y pasear por la ciudad.
Mucha gente me había hablado de Granada y de cuánto les había gustado, y puedo decir que supero con creces mis expectativas. Esa una ciudad con mucha vida y mucho que ofrecer: hay una vida estudiantil y nocturna muy activa, tiene una historia rica, un importante patrimonio cultural y arquitectónico, una gastronomía y ambiente excelentes, teterías acogedoras, callejones y pasajes pintorescos en el casco antiguo, y en general un carácter relajado que invita al viajero a disfrutarla con calma.
Pasamos el día paseando por las estrechas calles del barrio histórico, subimos al mirador de San Nicolás en lo alto del barrio de Albaicín donde pasamos un buen rato contemplando la inolvidable vista de la Alhambra, paramos aquí y allí a tomar una caña y una tapa, la tarde se convirtió en noche y el desfilar de tapas pasó sin interrupción a ser la cena.
Nos retiramos al hotel relativamente temprano, al menos comparado con la noche anterior, ya que habíamos decidido levantarnos temprano al día siguiente para hacer la visita a Sierra Nevada antes de dejar la moto en el concesionario.
Día 8 – Sábado 4 de abril – De Ronda a Granada (276km) – [MAPA]
Otro madrugón, otro desayuno en toda regla, y como no me iban a dejar subir a la moto hasta haber desayunado, estaba resuelto a hacerlo como Dios manda. Nos sentamos en una terraza en una de las calles peatonales del centro de Ronda y pedí un desayuno completo que incluía dos rebanadas del pan artesanal típico de la zona, una con lechuga y tomate, la otra con bacon y un huevo frito, café y zumo de naranja recién exprimido.
Con el estómago lleno fuimos a visitar lo que ya habíamos visto la noche anterior, pero esta vez a plena luz del día para poder apreciar la profundidad de la garganta que salva el Puente Nuevo. Las vistas desde la mitad del puente, con más de 100 metros de caída a plomo bajo nuestros pies, eran impresionantes. A pesar de que la mayoría de fotos de la ciudad que uno puede encontrar por internet muestran un plano del puente a cierta distancia y desde abajo, cuando se llega a la ciudad por las carreteras principales el puente no se ve por ningún lado, yo que había esperado salir de una curva bajando de la montaña y ver aparecer el puente delante de mí… pero desde donde estábamos ahora vi una pequeña carretera que bajaba hasta el punto donde se abría la garganta, así que decidimos buscar la manera de llegar allí y disfrutar de la vista más famosa del puente.
No costó mucho, al salir por una de las puertas en la antigua muralla hay una calle que sale a la derecha, la calle de los Molinos. Es una calle adoquinada y tuvimos que ir con cuidado ya que era empinada y resbalaba bastante. Cerca del fondo hay un poco de sitio donde aparcar y dejamos la moto y anduvimos un poco garganta arriba para admirar el puente desde debajo, que es una vista aún más impresionante si cabe, pues se puede apreciar en toda su enormidad. De vuelta al aparcamiento vimos un par de amigos que acababan de dejar el coche y se estaban preparando con material de escalada, y nos contaron que hay una via ferrata debajo del puente, además de muchas otras en la región. Tomé nota para una futura visita.
La carretera solo llevaba hasta unos campos y los molinos que dan nombre a la calle, así que tuvimos que subir de nuevo y esta vez la dificultad fueron los coches y peatones que iban de bajada, pues el sol ya estaba alto y animaba a la gente a salir a visitar el lugar.
Habíamos llegado a Ronda el dia anterior por la A-369, una carretera fantástica, y el plan hoy era tomar otra carretera principal desde el sur de la ciudad, la A-397 hasta Marbella. En el mapa aparecía marcada como más importante, así que no me esperaba gran cosa, pero resultó ser maravillosa, opinión que vino a confirmar la presencia de muchos moteros que nos encontramos de subida. Por suerte parecía que la mayoría de gente venían en esa dirección para visitar Ronda o hacer la carretera y el tráfico sería mucho más denso de bajada por la tarde, así que nos alegramos de no encontrar prácticamente a nadie en nuestro lado de la carretera.
Yo no tenía muchas ganas de visitar Marbella, un lugar famoso por aparecer en las noticias siempre en relación a historias de corrupción, y que da cobijo a la riqueza más hortera, decadente y turbia del país, pero Nat me acusó de tener prejuicios y dijo que no podía juzgar un lugar sin verlo primero. Tenía su parte de razón. Llegamos a Marbella, aparcamos la moto y fuimos a dar un paseo. Era exactamente como me esperaba. Un “te lo dije” y una hora perdida más tarde, volvíamos a estar en la carretera camino de Málaga.
Fuimos por la carretera de la costa para disfrutar de las vistas, pero de todo lo que había visto hasta el momento, este era el único lugar donde no volvería a poner los pies en la vida. El paisaje (si es que merece ese nombre) era más o menos así: urbanización, urbanización, urbanización, polígono, urbanización, camping, urbanización, campo de golf, urbanización, camping, campo de golf, urbanización, polígono, camping, polígono, campo de golf, centro comercial, urbanización, camping, centro comercial, urbanización, urbanización, polígono, centro comercial, urbanización, campo de golf… Supongo que en algún momento debió ser una costa preciosa, pero el dinero fácil del negocio del ladrillo y una falta de respeto total por el entorno la habían destruido hacía mucho.
Llegamos a Málaga a la hora de comer y paramos en el primer sitio que vimos, llamado “La casita de la patata”. Tenía una terraza y podía aparcar la moto delante, así que ya bastaba. Servían unos bocadillos que son típicos de la ciudad, llamados “camperos”, hechos de un tipo concreto de pan que lleva el mismo nombre. Pedí uno de carne y Nat una pizza vegetariana “individual”. También quería algo para picar, así que pidió lo que pensaba que eran unas patatas bravas. Al cabo de poco me trajeron un bocadillo enorme con forma de döner, a ella una pizza que fácilmente daba de comer a dos personas y las patatas resultaron ser una patata enorme hecha al horno y rellena de carne, ensalada y salsa. Pues vaya con la comida ligera antes de volver a la moto… Intentamos terminarlo todo, pero era imposible, y los que me conocen pueden dar fe de cuánto como. Esto era demasiado. Evidentemente al terminar tuvimos que arrastrarnos al otro lado de la calle y estirarnos un rato en un parque que daba al puerto deportivo, Nat sumida en una profunda siesta y yo leyendo mi libro.
Una vez capaces de montar en moto de nuevo, salimos de Málaga siguiendo aún la línea de la costa, pero la cosa estaba mucho mejor aquí. Los pueblos de pescadores no habían desparecido todos sustituidos sin piedad por bloques de apartamentos y la playa era visible desde la carretera. Cierto es que no era tan bonito como otras partes de la costa en el sur, pero era una mejora considerable después de Marbella. Sin embargo nuestro destino final del día era Granada, que está en el interior, pero yo no quería ir hasta Motril y tomar la autovía desde allí, así que cuando llegamos a Nerja nos apartamos de la costa y empezamos a ascender por una de las estrechas carreteras que cruzan la reserva natural de la Sierra de Tejeda.
Estos montes son bastante altos a pesar de su proximidad al mar, y la carretera que lleva hasta arriba era estrecha y serpenteante, resiguiendo la forma de cada saliente, valle y garganta del rocoso terreno. Era un paisaje fascinante, sobretodo al llegar arribar del collado y ver el otro lado. El contraste entre sur y norte era tan sorprendente como abrupto el paso de uno a otro; la cara sur prácticamente desnuda de vegetación, dura y agresiva, con afiladas formaciones rocosas, la norte una serie de suaves montículos cubiertos de hierba, con bosquecillos aquí y allí tornándose más densos a medida que bajábamos hacia Granada.
La carretera de montaña se unía a la autovía justo en las afueras de la ciudad, así que llegamos en cuestión de minutos, y conseguimos adentrarnos bastante cerca del centro antes de encontrar la calle cortada de nuevo al tráfico por las procesiones y de que nos informaran de que nuestro hotel estaba justo en medio de todo. Nos metimos por una calle lateral, aparcamos la moto a unas cinco calles del hotel y fuimos a pie. Por suerte las cosas estaban mejor organizadas que en Jerez y había puntos donde cruzar controlados por la policía local para permitir a la gente pasar de un lado a otro sin molestar a la procesión.
Ya se había hecho bastante tarde, así que justo tuvimos tiempo de darnos una buena ducha y ponernos algo de ropa decente antes de salir de nuevo para ir a ver la atracción turística por excelencia de la ciudad: la Alhambra. Nos habían advertido de la cantidad de turistas y aconsejado que reservásemos las entradas con tiempo, pero incluso así solo conseguimos encontrar entradas para una visita nocturna de los jardines, no la visita completa. Aun así, era mejor que no poder ver nada, y era un opción bastante romántica verlo por la noche.
No teníamos tiempo de ir a pie hasta la entrada, que es un agradable pero empinado paseo colina arriba desde el centro, y en el hotel nos dijeron que debido a las procesiones sería imposible coger un autobús, así que solo quedaba el taxi. El taxista también nos advirtió de que no podía hacer gran cosa más que los autobuses para cruzar el centro, y que tendría que salir de la ciudad, rodearla un poco por la autovía y entrar por el otro lado. Al final solo costó 12€ y llegamos a la entrada 10 minutos antes de empezar la visita, así que la cosa no salió tan mal.
El mundo es un pañuelo, y un amigo nuestro de Barcelona que estaba en Granada visitando una antigua amiga del instituto esas mismas fechas había reservado la misma visita que nosotros, así que nos encontramos con él, su amiga y su novio que nos hicieron un poco de guías locales durante la visita.
Los jardines eran un rincón muy relajante, con una iluminación tenue, el sonido del agua corriendo por las fuentes y las luces de la ciudad a nuestros pies.
Una vez terminada la visita y ya sin ninguna prisa pudimos pasear tranquilamente de bajada hasta el centro en busca de un buen lugar para disfrutar de las famosas tapas granadinas. Tener ayuda nativa fue vital una vez más, y nos llevaron a sus sitios favoritos, lejos de las trampas para turistas, donde gozamos en primera persona de lo que tantas veces nos habían contado: se puede vivir en Granada sin pagar una sola cena. Basta con pedir una caña y te sirven una tapa generosa y normalmente bastante elaborada completamente gratis, lo que significa que uno puede salir por la tarde o noche con los amigos, tomar algo y volver a casa cenado.
La amiga de nuestro amigo estaba embarazada y al día siguiente madrugaban para ir a la playa, así que se retiraron después de las tapas, pero él se quedó a tomar la última. Y como suele ser el caso cuando se dicen cosas como “la última birra”, “esta noche me lo tomo con calma” o “esta noche no bebo”, perdimos la cuenta de las cervezas, que luego pasaron a ser gintonics, y nos pasamos la noche bailando y bebiendo. Para cuando volvimos al hotel empezaba a amanecer y teníamos la sensación de llevar ya una semana en la ciudad.