Hubiese sido más fácil subir a la Jungfrau a pie

Día 68 – Sábado 31 de agosto – Interlaken (0km)

La principal atracción turística en Interlaken es la Jungfrau. Con 4.185m por encima del nivel del mar, es el pico más alto de la región,  y a unos 600m por debajo hay un observatorio que ofrece a los visitantes unas vistas únicas de los picos de los alrededores y del glaciar que se extiende por el valle. Lo que hace este sitio especial, aparte del hecho de ser el edificio construido a más altura de toda Europa, es que los turistas no necesitan escalar ninguna montaña para llegar, hay un ferrocarril que sube hasta los 3.454m a través del interior de la montaña y lleva a la estación de Jungfraujoch, un complejo subterráneo digno de una película de James Bond. Desde allí, un trayecto en ascensor sube a la gente hasta el observatorio.

Es un sitio espectacular y sin duda vale la pena verlo, pero hay un par de cosas que uno debe tener en cuenta antes de animarse a subir. Primero, no es barato. Un billete de ida y vuelta cuesta algo más de 160€. Segundo, a esa altura el tiempo es muy caprichoso, lo que significa que uno puede terminar pagando una pequeña fortuna solo por un viaje en tren y descubrir que al llegar arriba la visibilidad es cero.

Yo ya había estado allí hace años (costaba unos 60€ entonces, lo que seguía siendo caro para un estudiante haciendo un Interrail), así que decidimos hacer algo diferente con el día que nos quedaba antes de volver a casa. El camping alquilaba kayaks, algo que no había hecho nunca, y pensamos que sería una buena forma de ver el lago.

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Nos dieron un par de chalecos salvavidas, un barril estanco para mantener nuestras cosas secas, y nos dijeron que no nos alejásemos de la orilla izquierda ya que los barcos y otras embarcaciones con las que íbamos a compartir las aguas no trataban con demasiada consideración a los turistas que se les cruzaban. Arrastramos el kayak al canal, lo metimos en el agua, atamos el barril y conseguimos subir sin que volcase, cosa que ya consideré todo un éxito.

Nos apartamos de la orilla de un empujón y empezamos a remar por el canal que lleva al lago. Habíamos decidido coger un kayak doble, ya que pensábamos que iba a ser más divertido que dos individuales, pero pronto se hizo patente que era un error. Sin ningún tipo de experiencia, el maldito trasto era imposible de llevar recto. Intentamos coordinar las remadas, pero era inútil, íbamos haciendo eses de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, todo el rato intentando mantenernos alejados de los barcos que pasaban.

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Cada vez que conseguíamos mantener el cacharro recto unos pocos metros, o Nat o yo dábamos una palada demasiado fuerte o del lado que no tocaba y el kayak giraba rápidamente en la dirección incorrecta. Después de experimentar un rato descubrimos que si sólo remaba uno era bastante fácil de mantener recto,  también descubrí que Nat remaba más fuerte con el brazo izquierdo que con el derecho, lo que significaba que sola iría dando vueltas en grandes círculos en el sentido de las agujas del reloj. También descubrimos que los dos habíamos estado intentando remar y dirigir el kayak, cuando lo correcto es dejar que el de delante sólo reme y el de detrás se encargue de remar y de girar.

Con la lección aprendida y tras aguantar la sonrisa condescendiente de otros kayakeros con más experiencia que nos cruzamos y de la gente que miraba el espectáculo desde la orilla, conseguimos avanzar bastante y empezamos a disfrutar del paisaje. La orilla del lago estaba llena de casitas típicas medio escondidas entre los árboles y la mayoría tenían un pequeño embarcadero y una barca. Hacía un día precioso y había mucha gente tomando el sol al lado de la orilla o lanzándose al lago desde su jardín. Al cabo de un par de horas llegamos a una zona pública de baño con una plataforma flotante y decidimos que era un buen lugar para nadar un rato antes de empezar a volver. El agua estaba bastante fría, pero daba gusto nadar en aguas tan cristalinas.

De vuelta hacia el camping conseguimos llevar el kayak recto como una flecha, como verdaderos profesionales, y avanzamos rápidamente, lo que hizo que nos sorprendiera aún más el darnos cuenta cuánto faltaba para llegar. Teníamos la sensación de que no habíamos hecho mucha distancia del camping a la plataforma, es cierto que habíamos tardado un par de horas, pero habíamos seguido una línea muy errática, sufriendo para ir recto, y ahora veíamos cuánta distancia habíamos recorrido, lo que nos hizo sentir más orgullosos.

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Nos hicimos unas fotos antes de devolver el kayak y luego fuimos a dar un paseo por Interlaken en lo que nos quedaba de tarde. En el centro vimos un convoy de Nissan Skylines antiguos que estaban participando en un rally de Kuwait a Marrecos, parecía que lo estaban pasando en grande.

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Compramos algo de comer y un par de cervezas para cenar y volvimos al camping a organizar las maletas y decidir qué se quedaba en la moto y qué se iba a llevar Nat en el avión.

Mientras hacíamos las maletas caí en la cuenta de que el viaje tocaba a su fin. Al principio Nat había planeado unirse solo para la etapa suiza el viaje, ya que yo pensaba que llegaría a Europa mucho más tarde, y como no quería hacer muchos kilómetros en su primer viaje en moto, había decidido volver en avión a Barcelona, así que iba a llevarla a Ginebra a la mañana siguiente. Al final, sin embargo, mi cambio de planes supuso que nos encontrásemos en Helsinki, e hicimos 4,400km juntos en la moto. No está mal, teniendo en cuenta que no tenía ropa de moto y tenía que llevar varias capas y un impermeable debajo de una chaqueta de moto de verano que le dejé, así como un par de botas de montaña que no eran exactamente impermeables. Fue muy, muy valiente.

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Puertos de montaña

Día 67 – Viernes 30 de agosto – De Sta. Maria a Interlaken (305km)

En mi último post dije que estaba de acuerdo con la conclusión de Top Gear que dejaba la Transfagarasan por delante del Stelvio, pero eso no significa que sea la carretera de la que más disfruté durante mi viaje. Ese honor recae en el trayecto que hicimos hoy desde Sta. Maria a Interlaken, que nos llevó a través de no menos de cinco puertos de montaña.

Comenzamos a subir el primero solo salir de Sta. Maria, era el Ofenpass, y a esa hora de la mañana no había tráfico en la carretera. Puede que no fuese tan visualmente espectacular como el Stelvio, pero como carretera para disfrutar en moto era perfecto. Curvas rápidas, un bonito paisaje, asfalto de calidad suiza… hay pocas carreteras mejores.

Llegamos al otro lado con el depósito casi vacío, así que paramos en una gasolinera en el primer pueblo que encontramos. Había unas cuantas motos haciendo cola, y parecía que no había nadie atendiendo los surtidores ni en la caja, teníamos que usar la tarjeta de crédito o billetes para pagar la gasolina. Varios moteros, incluyéndonos a nosotros, intentamos instertar diferentes tarjetas en la máquina, que las rechazaba todas y tampoco quería coger los billetes de nadie. Frustrados y con el depósito prácticamente vacío, seguimos con la esperanza de encontrar otra gasolinera antes de tomar el desvío hacia el siguiente puerto, que quedaba ya muy cerca. Programé el GPS para que buscase una (es una de las cosas que hace bien) y nos llevó a una que estaba a pocos metros pasado el desvío hacia la carretera del puerto.

Con el depósito lleno empezamos la subida al siguiente puerto, el Albulapass, que nos iba a llevar a la zona de Chur. Desde allí la carretera se tornó algo monótona, era agradable y con curvas, y el paisaje precioso, pero sin la diversión y las vistas de los puertos y con bastante más tráfico, pues era una carretera principal. El trayecto hasta los siguientes tres puertos era algo largo, pero se nos hizo entretenido gracias a la presencia de un convoy de coches clásicos que encontramos, cerrado por un Ferrari 575 que nos brindó una magnífica banda sonora para disfrutar del paisaje.

Paramos antes de subir al siguiente puerto, el Oberalpass, y me tomé una lata de bebida energética para mantener el ritmo, ya que estaba siendo un día largo. Hacía sol y buena temperatura, las carreteras eran excelentes y no íbamos a hacer demasiados kilómetros hasta Interlaken, pero ir por carreteras tan divertidas era agotador y aún nos quedaban tres puertos.

Poco después del Oberalpass empezamos a subir el Furkapass y el Grimselpass, que estaban uno tras otro. De subida al primero vimos un espeso humo negro ascendiendo del fondo del valle. Paramos a hacer unas fotos unas cuantas curvas más arriba y vimos que se trataba de un tren de vapor que estaba subiendo trabajosamente por el valle. Iba avanzando muy lentamente, escupiendo una densa columna de humo. Paramos a comer al coronar el puerto y lo vimos acercarse a la boca del túnel que lo iba a llevar al otro lado de la montaña, muchos metros por debajo nuestro. Había estado pensando en lo interesante que sería atravesar las montañas por esas vías en un viejo tren turísitico de vapor, pero al ver la cantidad de humo que salía de la chimenea de la máquina mientras se metía en el túnel pensé que no sería tan divertido para los pasajeros que iban a tener que respirar hollín durante la travesía.

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Comimos sobre la hierba en la ladera de la montaña por encima de la carretera, contemplando los magníficos coches que pasaban en ambas direcciones; cualquiera que se os pueda ocurrir, pasó por allí. Desde los típicos Ferraris, Porsches y Lamborghinis a Lotuses, Caterhams, TVRs y algunos deportivos artesanales que no fui capaz de identificar. En cuanto a las motos, había cientos de GSs, uno creería que son baratas de comprar vista la cantidad que pueblan las carreteras de toda Europa.

La carretera nos llevó por un valle profundo donde vimos una antigua estación de tren donde la línea que subia del otro valla terminaba y los pasajeros cambiaban a los trenes de vapor para el resto de la ascensión. La carretera que bajaba del Furkapass iba cruzándose con la vía del tren, y una vez llegaba al fondo del valle empezaba inmediatamente a ascender de nuevo hacia el Grimselpass, el último que íbamos a cruzar antes de Interlaken. Desde la parte de arriba de la última sección del Furkapass gozamos de una vista de conjunto privilegiada que incluía la vía hasta el fondo del valle, la estación, la carretera que subía al siguiente puerto e incluso parte del lago que había allí arriba, todo bañado en la luz de última hora de la tarde. Pasamos por otro lago de bajada del Furkapass, por una carretera que nos ofrecía aún más vistas magníficas en lo que era nuestro último tramo en el corazón de los Alpes.

Tras ese maravilloso trayecto puedo extraer mis propias conclusiones y elegir la carretera que va del Furkapass al Grimselpass como la mejor carretera que he hecho.

Sé que me perdí otros grandes nombres como el puerto de San Gothardo o el de San Bernardino, pero simplemente no teníamos tiempo de explorar la zona más en profundidad. Bueno, es una buena excusa para volver en el futuro.

Paramos en un pueblo llamado Innertkirchen para hacer un poco de compra para cenar y luego hicimos los últimos kilómetros hasta Interlaken, donde no tardamos mucho en encontrar un camping genial justo al lado del canal que conecta los dos lagos, a pocos minutos a pie del centro.

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El Stelvio

Día 66 – Jueves 29th of August – de Cortina d’Ampezzo a Sta. Maria (237km)

Los que seáis seguidores de Top Gear recordareis que Clarkson y compañía declararon que el paso Stelvio era la mejor carretera “in the wooooorld” hasta que descubrieron la Transfagarasan en su visita a Rumanía. Tuve el privilegio de hacer esa carretera hace casi dos meses y no puedo estar más de acuerdo con ellos, es una carretera increíble y un destino imprescindible para cualquier motero que viaje por Europa. Hoy, sin embargo, nuestra ruta iba a llevarnos a través del Stelvio y yo estaba ansioso por poder compararlo con la Transfagarasan y ver si merecía ese segundo lugar.

Tenía muchas ganas de hacer otra carretera mítica, lo que no sabía era que los dos días de viaje que nos quedaban hasta Interlaken iban a ser un festival de puertos de montaña maravillosos y que al final iba a ser difícil llegar a una conclusión y elegir uno como el mejor.

Había comprado un mapa en papel de los de toda la vida en Eslovenia que tenía un nivel de detalle excelente, e íbamos a usarlo para orientarnos en los días siguientes, usando el GPS sólo como ayuda extra para ir de un waypoint al siguiente y programándolo a medida que fuésemos avanzando, ya que no quería depender la ruta que el aparato decidiese de A a B y perderme alguna cran carretera.

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Salimos de Cortina bajo un cielo azul sin una sola nube, mi alergia había desaparecido completamente y al cabo de poco estábamos subiendo un puerto llamado Di Sella. El asfalto era excelente, no había mucho tráfico aparte de otras motos y la carretera ascendía haciendo eses a través de prados de verde intenso en una combinación de curvas rápidas y virajes lentos a 180º. Aquí fue donde vi por primera vez que los italianos numeran las curvas de sus puertos de montaña, para que la gente se entretenga a ver cuántas les quedan.

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Paramos en lo más alto del puerto, donde había cientos de coches aparcados. Estaba claro que era un punto de inicio importante de muchas rutas de excursionismo y escalada, y el sitio estaba lleno. Por suerte pudimos dejar la moto justo al lado de la carretera junto a un par de GSs, y decidimos andar un poco montaña arriba para disfrutar de las vistas. Nat tenía un poco de frío tras el trayecto en el aire frío de primera hora del día, per una caminata a ritmo ligero con toda la ropa de moto nos hizo entrar en calor rápido.

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Después de tomar unas cuantas fotos volvimos a la moto e hicimos el otro lado del puerto, que resultó ser aún mejor.

Carreteras así hacen que tengas una perspectiva diferente, y una vez al pie del puerto y de camino a Bolzano lo que en otro caso hubiese considerado un carretera bastante decente me pareció lo más aburrido del mundo. Dejamos atrás la ciudad, cogimos un tramo de autovía hasta Merano y luego volvimos a carreteras secundarias, rumbo al Stelvio. Faltaban unos 50km para el desvío donde comenzaba la carretera que ascendía al puerto, y el tráfico era bastante denso. Para empeorar las cosas, no había demasiados sitios donde poder adelantar, al menos no de forma legal, y empecé a preocuparme. Adelantamos algunos camiones fácilmente, pero no me gustaba nada el ver que había bastantes autocaravanas en la carretera. Imaginé que los camiones no tenían razón alguna para subir por el Stelvio, pero me daba miedo que los turistas pasando con sus caravanas decidiesen pasar a visitarlo y amargasen la experiencia al resto de aficionados en motos o deportivos que se verían atrapados detrás suyo arrastrándose carretera arriba a 20km/h.

Mientras adelantaba a tantos como podía no puede evitar pensar que estaba de acuerdo con Clarkson. Puede que un camión vaya lento, pero está desempeñando una función útil para la sociedad, mientras que una caravana no es más que un obstáculo móvil en la carretera conducido por alguien que se cree demasiado bueno para dormir en una tienda pero es demasiado tacaño para dormir en un hotel. Y lo que es más, esos trastos son caros, especialmente las autocaravanas, ¿¡por qué no se compran un coche decente, disfrutan de la carretera y se gastan la diferencia de precio en un hotel!?

Sea como sea, para cuando llegamos al desvío ya las habíamos dejado a todas detrás, y teníamos la carretera limpia por delante nuestro. Tras pasar un par de pueblos me tranquilizó ver señales que prohibían el acceso al puerto a vehículos que sobrepasasen cierto peso y longitud, lo que suponía que no iba a haber caravanas, autocaravanas o autocares llenos de turistas entorpeciendo en camino. ¡Genial! Bajé un par de marchas y me lancé a por la primera curva seria.

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¡Que carretera! Esto era muy diferente de la Transfarasan: una curva cerrada tras otra, todas a 180º, tenía que tomarlas en primera, usando toda la ancura de la carretera para mantener suficiente inercia para evitar que la moto se tumbase o se calase. Hay que recordar que no es una deportiva, sino una trail cargada hasta los topes y con dos personas a bordo. A pesar de ello estuvo más que a la altura de las circunstancias, el motor rugiendo carretera arriba y aguantando el tipo frente a máquinas mucho más potentes.

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Nat hizo un excelente trabajo de copilotaje, controlando la carretera en cada curva para ver si bajaba alguien y diciéndome si podía usar o no toda la anchura disponible, y los pocos coches lentos que nos encontramos fueron rápidamente adelantados en los tramos rectos entre horquillas. Oh, y hablando de coches lentos, sentí mucha lástima por un convoy de Lotus Elises espectaculares que se pasaron la última parte del puerto atascados sin remedio tras un RAV4 conducido a 10km/h por una familia de turistas que se miraban cada curva con horror dibujado en sus caras.

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Había cientos de moteros en el collado, y mientras que las GS parecían ser las máquinas más populares, la gente había subido hasta aquí en toda clase de monturas, incluyendo una abuela que había llegado en un Vespa clásica.

Compré una pegatina del Stelvio para poner en la moto y luego me senté a meditar sobre si esta carretera era mejor que la Transfagarasan o no.

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El paisaje era, sin duda alguna, espectacular: altísimas montañas rocosas cubiertas de nieve, valles profundos, bosques de abetos de un verde profundo en la parte más baja… pero las curvas eran demasiado cerradas para mi gusto, al menos en la vertiente este, lo que hacía que fuese menos divertido de conducir que la carretera rumana, que tenía curvas más rápidas. Esto era todo primera y segunda marcha. Naturalmente el Stelvio es un nombre mítico para los moteros Europeos, y tiene algo mágico, pero la fama tiene un precio, que me lleva a la segunda razón por la que prefiero la Transfagarasan. Al contrario que ésta, el Stelvio atrae a mucha gente, lo que no es ningún problema en cuanto a deportivos y motos se refiere, pero también hay mucha gente conduciendo muy lentamente en la carretera, lo que puede arruinar completamente la experiencia si te ves atrapado detrás de uno de ellos demasiado rato. Además, sufre de un mal que afecta a la mayoría de carreteras míticas en Europa occidental: ciclistas. Cientos de ellos, soñando con el mallot azul en el Giro. La Transfagarasan no tiene prácticamente nada de tráfico excepto unos cuantos aficionados al motor, y esa es razón suficiente para estar de acuerdo con los chicos de Top Gear y ponerla por delante del Stelvio.

Lo que no significa que sea la mejor carretera…

Para ser completamente justo, debo confesar que no hicimos la otra cara del Stelvio, así que mis impresiones pueden ser incompletas. Íbamos en dirección a la zona de Davos, así que una vez empezamos a bajar tomamos una carretera más pequeña que bajaba por un valle en dirección al norte, ya en Suiza. Era genial, sin tráfico, con curvas más rápidas, e incluso con un poco de offroad, ya que el asfalto desaparecía a medio camino y se convertía en una pista hasta el final. Las caras de unos moteros que iban de subida en deportivas y de la pareja que nos cruzamos en un Porsche no tenían precio.

Una vez en el valle empezamos a buscar un camping, pero sólo había uno en la zona y no tenía muy buena pinta. Además la noche iba a ser bastante fría a esa altura, así que decidimos ir hasta el primer pueblo e intentar encontrar alojamiento.

El pueblo se llamaba Santa María, y tenía un hotel y un albergue, pero para decepción nuestra el albergue estaba lleno y el hotel era demasiado caro. Estábamos al lado de la moto en el centro del pueblo, cansados y con frío, pensando que no iba a ser nada divertido pasar el resto de la tarde buscando dónde dormir cuando un camión enorme llegó y empezó a intentar pasar por el poco espacio que había entre dos de las casas más antiguas. Los laterales del camión estaban a pocos centímetros de las paredes en ambos lados, y estábamos mirando el espectáculo cuando oí una voz que decía “impresionante, ¿eh?” Me giré y vi una mujer contemplando la escena a nuestro lado. Empezamos a charlar del tema y nos explicó que pasaban camiones así por el centro bastante a menudo. Entonces se fijó en la moto y en el aspecto que teníamos y nos dijo: “¿buscáis dónde dormir?”

Resultó que vivía en una casa antigua justo a la vuelta de la esquina y había acondicionado una habitación en la planta baja para alquilarla a turistas. Nos hizo un buen precio para esa noche, así que metimos la moto en su jardín y pasamos la noche allí. Era mucho, mucho mejor que lo que nos esperábamos al llegar al pueblo. La habitación era grande y muy acogedora, el baño era casi tan grande como la habitación y lo mejor de todo… el suelo estaba calefactado. Era mejor que muchos hoteles en los que he estado.

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