30km en contra dirección

Día 9 – Sábado 6 de agosto – De Omiš a Dubrovnik (209km)

Hoy tenía que ser un trayecto sencillo, solamente 209km de agradable carretera de costa para llegar a Dubrovnik a media mañana con tiempo de sobra para aprovechar el día y visitar la ciudad, pero las cosas no siempre salen como a uno le gustaría.

La previsión meteorológica anunciaba cielos nubosos con posibilidad de tormentas a mediodía, cosa que de hecho me parecía bien, pues no me apetecía especialmente hacer el camino con el mismo calor de los últimos tres días, máxime si íbamos a cruzar una frontera donde quizá nos tocaba hacer cola al sol. Tras una noche de intensa lluvia y tormenta el día empezó nublado pero seco, y a las 9:00 ya teníamos la moto cargada y lista para partir cuando el propietario de los apartamentos vino a despedirse. La tarde anterior, cuando bajamos a su apartamento a pagar nuestra estancia, nos invitó a una copa de vino tinto de elaboración propia y nos estuvo explicando un poco su vida. Había estado trabajando 30 años en Alemania y se había construido los apartamentos con el dinero que ganó allí como plan de jubilación. No hablaba nada de inglés, pero se hizo entender con el poco alemán que yo recordaba de la universidad. El vino era muy bueno, y viendo que nos había gustado, nos ofreció una botella como regalo de despedida y nos avisó de que fuéramos con mucho cuidado con el viento durante aproximadamente los primeros 20km de trayecto. ‘¡Langsam, langsam!’

20160806042020En el momento en que salimos de Omiš quedó claro que no se trataba de una advertencia gratuita. No había padecido vientos así desde el primer día de mi frustrado viaje a Mongolia. El relieve escarpado de la costa y la carretera revirada hacían que los fuertes vientos que soplaban del mar se movieran en todas direcciones, haciendo muy difícil predecir de dónde iba a venir la siguiente racha, y tuvimos un par de momentos de infarto cuando una nos pilló por el lado malo cuando ya estábamos inclinados a media curva. Al cabo de pocos kilómetros el cielo que veíamos en la distancia se tornó completamente negro y los rayos impactaban contra el mar y los acantilados. Parecía el día del juicio final. Con estos pensamientos en mi cabeza mientras me peleaba con la moto para evitar que el viento nos empujara contra el tráfico que venía de cara o por encima del guardarraíl y al mar, noté unos golpes no precisamente sutiles en el casco: Nat se había cuadrado y se negaba a seguir adelante en esas condiciones.

Paré la moto y gracias a una de esas felices coincidencias de la vida había un restaurante justo al otro lado de la carretera donde nos refugiamos del viento después de aparcar la moto de forma que estuviera seguro de que el viento no la iba a tirar. Con una taza de café y conexión a internet para comprobar la previsión meteorológica estudiamos nuestras opciones, que resultaron ser más bien limitadas. Nat no quería oír hablar de volver a subirse a la moto, así que no podíamos hacernos los valientes y enfrentarnos a la tormenta que aguardaba por delante para intentar superar el tramo con viento y tampoco podíamos volver a Omiš y pasar el día allí a la espera de que al día siguiente las condiciones mejoraran. Así que nos dedicamos a sorber el café y esperar durante unas dos horas.
Cuando el viento amainó por fin un poco seguimos hasta encontrar el primer desvío hacia el interior para ir hacia la autopista y alejarnos de la carretera de la costa en un intento de evitar el viento.

Funcionó, el viento casi no soplaba en el interior, pero en el momento en que recogimos el ticket de la cabina de peaje de entrada, el cielo se abrió y Dios descargó su cólera sobre nosotros en forma de diluvio. Paramos de nuevo en la primera estación de servicio que encontramos, pero para entonces el equipo supuestamente impermeable ya estaba medio empapado. Pasamos otras dos horas allí, viendo como llovía y como otros moteros igualmente miserables llegaban y se iban mientras charlábamos con un holandés jubilado que tenía amigos en la MotoGP.

20160806064306Viendo que la cosa no iba a cambiar en ningún momento decidimos volver a la carretera y, para nuestro regocijo, las condiciones mejoraron un poco para cuando llegamos al final de la autopista en Ploče y empezamos a bajar a la costa en dirección a Dubrovnik.

Ya estábamos a más de medio camino de nuestro destino, la lluvia había parado y el viento también, pero era demasiado temprano para cantar victoria: quedaba un último obstáculo por superar. La región de Dalmacia, que ocupa más de la mitad del litoral croata y al sur de la cual se encuentra Dubrovnik, está cortada en dos por un pequeño corredor que le da a Bosnia acceso al mar. Esto implica que para llegar allí hay que cruzar la frontera a territorio extracomunitario, hacer unos 10km y volver a cruzar otra frontera de vuelta a Croacia. Si crees que suena pesado estás en lo cierto. Ahora súmale el hecho de que estamos hablando de una carretera de doble sentido estrecha que atraviesa todos los pueblos y que es la única manera de acceder al sur de Dalmacia. En plena temporada alta de verano.

Nuestro amigo Josep nos había dicho que se había pasado tres horas para cruzar la frontera, pero no esperaba encontrar el tráfico completamente parado a 20km de la frontera. Además se puso a llover de nuevo, así que hice la única cosa que podía hacer: salir al carril contrario e ir contra dirección. Durante 20km fuimos por el lado contrario de la carretera, apartándome entre los coches parados para dejar pasar si venía algo grande, como un camión o un autocar (o un furgón de la policía), y luego hicimos 10km más en Bosnia, donde el atasco continuaba porque había que volver a cruzar la frontera más adelante. Si no lo hubiéramos hecho así, probablemente seguiríamos esperando en el atasco a día de hoy, y encima empapados.

Justo antes de volver a cruzar la frontera a Croacia paramos en una gasolinera Bosnia para hacer honor a la tradición de conseguir una pegatina para la moto que tenía que empezar a ganárselas. Era la segunda del viaje, la primera se la habíamos puesto en Croacia esa misma mañana.

En los últimos 30km antes de Dubrovnik el tiempo y el tráfico mejoraron por fin, a pesar de que los fuertes vientos hicieron una poco bienvenida reaparición. Finalmente llegamos a la casa donde nos alojábamos a las 19:00, descargamos la moto y fuimos a hacer una visita nocturna al famoso casco antiguo.

Lluvia en el Báltico

Día 50 – Martes 13 de agosto – De Helsinki a Tallinn (86km – en ferry)

Este iba a ser el primer viaje largo en moto para mi novia, de hecho, el su primer viaje en moto propiamente dicho, y cruzar Europa de norte a sur era un poco empezar la casa por el tejado. Iba a ser un viaje decisivo, así que estaba esperando que al menos el tiempo acompañase, a pesar de que no me sentía especialmente optimista después de ver las nubes del día anterior.

Evidentemente, al salir del hostal y meternos en el tráfico denso, empezó a llover. Había un atasco increíble de camino a la terminal de ferrys, y lo que tenía que ser un trayecto de diez minutes estaba siendo tan largo que empecé a temer que íbamos a perder el ferry. Si hubiese estado en Rusia hubiese subido a la acera y al demonio el atasco, pero estaba en Finlandia, un país de ciudadanos de pro que respetan las leyes, y no había espacio para colarse entre los coches, así que me tocó esperar y avanzar palmo a palmo como el resto de la gente. Al final llegamos a la terminal justo a tiempo de embarcar y dejar la moto enfrente de un camión. La lluvia estaba arreciando y este trayecto iba a ser en mar abierto, al contrario que el de Estocolmo, así que pedí unas cintas y amarré la moto por si acaso.

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Para cuando subimos a cubierta y el ferry estaba zarpando, estaba diluviando y el viento soplaba muy fuerte. Por surte, este barco tenía una zona cubierta más grande que el otro en la parte superior, así que estábamos protegidos de la lluvia a pesar de no tener camarote.

En menos de tres horas ya estábamos desembarcando en una lluvia mucho menos intensa y encontramos el hostal de Tallinn rápidamente, situado enfrente de una de las puertas en la muralla de la parte antigua de la ciudad. Tenían sitio para aparcar justo en la puerta, y como era una moto no nos cobraron por el espacio.

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Dejamos las bolsas y fuimos a explorar la parte antigua. Al contrario que otras ciudades europeas que constituyen destinos turísticos populares, no conocía a nadie que hubiese estado aquí antes, así que no tenía ni idea que esperarme de la ciudad. Siendo una república ex soviética, me esperaba algo bastante gris, de estilo ruso, pero resultó ser una ciudad preciosa, el casco antiguo era encantador, con calles estrechas serpenteando por una colina con vistas a una ciudad moderna, agradable y bien cuidada.

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Pasamos la tarde dando vueltas por esa zona y luego fuimos a un pub a probar una pinta de la cerveza negra local, que era deliciosa.

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Antes de volver al hostal hicimos algo de compras (incluyendo superglue para reparar mis sandalias) y luego buscamos un sitio barato donde salir a cenar. Esto era un lujo que no me permitía desde Rusia, ya que los precios en los países escandinavos eran ridículamente elevados, así que fue un placer encontrar un sitio muy acogedor donde cenamos empanadas, ensalada, pollo Kiev, una pinta de cerveza y postre por 7€. Me encanta Europa del este.

Nada es impermeable…

Día 41 – Domingo 4 de agosto – De Narvik a 10km al este de Mo i Rana (445km)

…si llueve lo suficiente. El sonido de la lluvia me despertó esta mañana, al mismo tiempo que Alf bajaba de su habitación y los dos nos dábamos cuenta de que teníamos un poco de resaca. La copa de vino se había convertido en un par de botellas que nos terminamos con Bjorn mientras disfrutábamos de lo que dijeron que era una noche inusualmente cálida en la terraza. Para aprovechar al máximo el buen tiempo, Alf puso en marcha la barbacoa y comimos carne a la brasa a medianoche, que estaba deliciosa. Luego el vino dio paso a licor destilado en casa, lo que llaman moonshine, y a eso de la 1, mientras empezaba ya a hacerse de día otra vez, empezó a chispear un poco, así que trasladamos la fiesta al interior hasta las 5 am. Lo pasé genial con Alf y Bjorn, y descubrí nueva música.

Alf me ofreció quedarme un día más, y estuve muy tentado de hacerlo, ya que llovía bastante esa mañana y no tenía muchas ganas de hacer otra jornada larga bajo la lluvia, pues significaría tener que pagar por algún tipo de alojamiento al final de día para secar el equipo antes de continuar y los precios eran demasiado altos. Comprobamos la previsión del tiempo y parecía que la lluvia no iba a durar, se supone que el sol iba a salir por la tarde y no iba a llover en Mo i Rana, 400km al sur, así que decidí esperar un rato y luego irme. Miramos un par de capítulos de una comedia que no conocía, Better Off Ted, que me gustó mucho. Cuando vuelva a casa la bajaré. (No bajéis cosas niños, es ilegal, comprad los DVDs)

A mediodía cargué la moto y me puse en camino bajo la lluvia, con la esperanza de que pararía pronto. 80km más al sur, seguía lloviendo con fuerza, e imaginé la escena en las oficinas del servicio meteorológico esa mañana: dos meteorólogos sentados delante de un ordenador, preparando la previsión del día, y uno le pregunta al otro “¿qué tiempo crees que va a hacer?” y el otro contesta “no tengo ni la más remota idea”, así que el primer dice “bueno, pues pondré el símbolo de sol-nube-lluvia, así seguro que uno de los tres es correcto”.

Así que cuando llegué al primer ferry de mi viaje por Noruega me pregunté cuánto tiempo iba a tener que esperar bajo la lluvia para que apareciese el ferry. Me alegré mucho de verlo venir nada más pararme en la rampa detrás de los únicos dos coches que estaban haciendo cola, y pensé que no tardaríamos mucho. Efectivamente, amarró, los coches desembarcaron y se nos acercó un chaval con un terminal de tarjetas de crédito en la mano para cobrarnos la travesía. Eran casi 8€, pero no había alternativa, la carretera terminaba allí. Mientras se iba hacia otros dos coches más que habían aparecido entretanto, me puse otra vez los guantes, preparado para embarcar, pero para mi desesperación, allí no se movía nadie. Parecía que el ferry iba a esperar a que hubiese suficientes coches para llenarlo antes de zarpar, y con el poco tráfico de  esa mañana, tuve que esperar media hora en la lluvia. Genial

Finalmente nos permitieron subir a bordo, y aparqué la moto casi delante del todo. Por razones de seguridad, no se permitía a los pasajeros quedarse en la cubierta para coches durante la travesía, así que bajé a la cubierta inferior, donde había un salón con mesas y bancos, esperando que el mar no estuviese demasiado agitado, ya que no me hacía nada de gracia la idea de que la moto se volviese a caer, especialmente contra la cubierta de metal. Entré en la cubierta para pasajeros con el traje chorreando de agua y la gente mirándome raro, busqué un rincón tranquilo enfrente de una abuela haciendo ganchillo y aproveché que estaba en un sitio cubierto y caliente para comer. Justo cuando acababa de recoger la comida, la gente se empezó a levantar y volver a los coches, ya estábamos en el otro lado del fjord. Subí, me puse el casco y los guantes mojados y desembarqué. Me sorprendió ver que el tiempo había mejorada en los 20 minutos que duró la travesía, aún estaba nublado pero ya no llovía. El traje estaba empapado, pero la capa impermeable estaba haciendo bien su trabajo y yo estaba seco y cómodo, pero lo mismo no podía decirse de los guantes. Se supone que eran impermables, pero en menos de una hora el agua ya los había traspasado. Puse los puños calefactados a tope para mantener las manos calientes y esperé que el sol saliese pronto.

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No lo hizo hasta que prácticamente había terminado la jornada, pasado Mo i Rana y cerca de la frontera sueca, donde paré a pasar la noche. Solo paré una vez a poner gasolina y otra en el punto en el que salía del círculo polar Ártico, donde había un monumento y una tienda de souvenirs. Estuve a punto de comprar una pulsera, pero la calidad de la impresión era pésima y el precio ridículamente caro, así que solo hice unas cuantas fotos, hablé con un chico que se dirigía al norte desde Alemania con una Harley y seguí mi camino.

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Había visto en el mapa que la frontera con Suecia estaba a unos pocos kilómetros de Mo i Rana, así que decidí cruzar y quizá buscar un camping en vez de acampar por libre, ya uqe los precios tenían que ser por fuerza más razonables que en Noruega, donde tenías que pagar como mínimo 20€ solo para plantar la tienda, y encima pagar la conexión a internet aparte… Al final sin embargo salió el sol y las nubes desaparecieron por completo, y la zona cerca de la frontera era preciosa, así que decidí buscasr un buen lugar y acampar. Encontré un área de picnic un poco apartada de la carretera, al lado de un estanco, y pasé allí la noche.

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Lluvia y niebla en los fjords

Día 39 – Viernes 2 de agosto – del Nordkapp a Alteidet (343km)

Unos pocos kilómetros antes del Nordkapp hay un pequeño aparcamiento y un camino que sale hacia la izquierda. Lleva a Knivskjelodden, que es el punto verdaderamente más al norte de Europa, pero sólo se puede acceder a él caminando 9km. Mi plan para esta mañana era ir hasta allí y luego dedicar el resto del día a ir tan al sur como pudiese, pero no iba a ser así. Me desperté a las 6 am al oír el sonido de la lluvia golpeando la lona de mi tienda, y pensé dos cosas. La primera, que no iba a poder hacer la excrusión hasta Knivskjelodden, ya que no tenía calzado para andar 18km en terreno mojado y mantener los pies secos, y la segunda, que iba a tener que guardar la tienda mojada, cosa que no hace nada de gracia. Dormí un poco más, esperando que parase la lluvia, pero a las 10am aún caía, así que decidí irme.

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A veces se paga mucho dinero por algo que no ofrece nada en particular mejor que la competencia, como por ejemplo cualquier cosa con una “i” delante del nombre o un Volkswagen, y a veces un diseño es tan inteligente que justifica su precio. Por suerte, mi tienda se encuentra en la segunda categoría, y hoy descubrí que puedes desmontar y plegar la parte interior sin quitar la lona exterior ni los palos, lo que significa que tanto tu como la parte de la tienda donde duermes están secos durante el proceso. Una vez hecho esto y con todas las cosas empaquetadas bajo la protección de la capa exterior, plegué el resto, lo puse en la moto y me fui.

Había niebla, llovía y hacía frío, así que antes de salir estudié una lista de campings y campos de cabañas a lo largo del camino que iba a seguir para tener distintas posibilidades de parar a dormir. Si el tiempo mejoraba, iría más lejos, si no, pararía y buscaría alojamiento.

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Casi 350km más tarde, estaba helado, y mis guantes supuestamente impermeables estaban empapados. Por suerte tenía puños calefactados en la moto, así que tenía las manos calientes, cosa que no podía decirse de mis pies. El cielo estaba completamente tapado y no tenía pinta de mejorar pronto, así que decidí parar. Miré el mapa y encontré un camping que también tenía cabañas de madera, justo lo que necesitaba para secar todas mis cosas, incluida la tienda, y pasar el resto de la tarde poniendo el blog al día.

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Pagué y me dieron las llaves para una cabaña, tendí todas mis cosas, puse la calefacción a tope y me fui a la cocina, donde por primera vez desde que entré en Noruega tuve un rato para sentarme y calcular costes.

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Me horroricé al descubrir lo caro que era el país, y no había mucho que pudiese hacer para evitarlo. Podía acampar por libre si hacía buen tiempo, pero la gasolina y la comida aún eran un gasto importante, y la cabaña hoy y la entrada al Nordkapp el día anterior ya habían hecho mella en el presupuesto. No tenía plan más que estar en Helsinki el día 12, donde iba a reunirme con mi novia para hacer las tres últimas semanas del viaje juntos, así que no sabía cuán al sur quería ir por Noruega antes de cruzar a Suecia o Finlandia. Visto los precios aquí, pensé que bajaría por los fjords uno o dos días más y luego tiraría hacia el este.

Nunca te fíes del hombre del tiempo

Día 31 – Jueves 31 de julio – De Moscú a San Petersburgo (708km)

Empezaré por lo mejor del día primero, ya que fue prácticamente la única cosa buena que pasó hoy. Esta mañana Ilia me dejó dar una vuelta en su KTM, ¡y me encantó! Siempre me ha gustado esta moto, y he estado pensando seriamente en una cuando llegue el día de sustituir my V-Strom. Di un paseo corto y las sensaciones fueron buenas, es una moto con buena respuesta, potente, cómoda y la suspensión absorbe los socavones sin inmutarse. Ilia me dijo que es tan buena que en carreteras en mal estado ni se molesta en ir mirando el piso, simplemente tira adelante.

Tenía entrenamiento hoy, y el campo de tiro al que iba estaba en la carretera hacia San Petesburgo, así que me dijo que vendría conmigo un rato. Me pareció genial tenerlo delante para salir de Moscú y del tráfico denso que rodea la ciudad. Hicimos una pequeña parada en el trabajo de su mujer para decir adiós y hacernos unas fotos, y luego seguimos. El tráfico era bastante malo, pero era de esperar; lo que no me esperaba era la carretera después de dejar a Ilia en el desvío hacia el campo de tiro y prometernos volver a vernos, en Rusia o en Barcelona. La carretera que venía del sur era una autopista bastante buena que hizo el largo camino más llevadero, así que confiaba en que la que conecta las dos ciudades más importantes del país sería aún mejor, haciendo fáciles los 700km que tenía por delante.

No entiendo qué tipo de planificación siguen las carreteras rusas. ¿Quién en su sano juicio puede pensar que es una buena idea que la carretera entre Moscú y San Petersburgo pase por dentro de cada ciudad, pueblo y aldea entre las dos ciudades? No podía creerme que fuese verdad. Tardé horrores en cubrir los primeros 200km del recorrido, era un atasco interminable, con los coches y camiones completamente parados en algunos tramos, con los conductores fuera de los vehículos charlando tranquilamente. Si no hubiese ido en moto, seguramente aún estaría allí. Un consejo: si venís a Rusia, usad una moto o el tren. NO cojáis un coche u os pasaréis las vacaciones enteras en un atasco.

Por suerte, a medio camino la carretera se convirtió en una autovía y por fin pude avanzar. El problema ahora sin embargo era la lluvia. Había mirado la previsión del tiempo antes de salir, y decía que estaría nublado en Moscú y soleado en San Petersburgo. Bueno, pues no lo estaba. No sé si la previsión del tiempo está oficialmente considerada una ciencia, pero claramente no lo debería ser. Al igual que los curanderos, adivinos y economistas, los meteorólogos son un atajo de charlatanes que la mayor parte del tiempo no tienen ni la más remota idea de lo que está pasando. Se les puede dar bastante bien estudiar el tiempo pasado y elaborar estadísticas, y de vez en cuando echar un vistazo a sus radares de última tecnología y decirte dónde hay nubes y hacia dónde sopla el viento, pero predecir el tiempo con exactitud? Para nada. Un pastor que se haya pasado la vida entera al aire libre y haya aprendido a interpretar las señales puede decirte si va a hacer sol o si habrá tormenta en su zona, pero ¿alguien sentado detrás de un ordenador en un despacho? No.

Diluvió todo el camino hasta San Petersburgo. Los 700km. Y para hacer las cosas más interesantes, se me había pasado por alto un pequeño pero importante detalle: mi GPS viene con unos mapas muy buenos para Europa, pero no para el resto del mundo, así que cuando estaba preparando el viaje compilé y descargué un mapa de Open Street Maps que cubría los países que iba a visitar fuera de Europa. No incluí toda Rusia, ya que es enorme y sólo iba a viajar por algunas partes, así que justo en las afueras de San Petersburgo, se me terminó el mapa. Tuve que parar, sacar el móvil, buscar la dirección del hostal en Google Maps y memorizar el camino hasta allí, ya que no tenía dónde poner el teléfono en la moto. Por suerte, el tráfico allí no era ni de cerca tan malo como en Moscú, de hecho estaba todo muy tranquilo, y llegué al hostal sin problemas.

Como he descubierto que es habitual en Rusia, no había ningún cartel que indicase dónde estaba el hostal, así que dejé la moto en la calle y subí por las escaleras del número 9, esperando que hubiese un hostal en algún piso. Había uno, y la chica en recepción muy amablemente bajó conmigo a la calle a enseñarme dónde estaba la puerta que llevaba a un patio interior dónde podía dejar la moto por la noche.

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El hostal era muy agradable, situado en un edificio antiguo en el centro de la ciudad. Los otros pisos estaban ocupados por un bar de jazz, un cine independiente, una escuela de baile y un bar en el tejado. Un buen sitio donde alojarse. Es una lástima que la experiencia quedase empañada por el personal, no las chicas, que eran muy simpáticas, sino los otros dos elementos a quienes no parecían importarles lo más mínimo los huéspedes: no me enseñaron las instalaciones, no me dieron nada de información de la zona o la ciudad e ignoraban por completo a los clientes. Uno de ellos estaba más interesado en jugar a videojuegos en el ordenador de la sala común y poner música hasta bien pasada la una de la madrugada y el otro en su novia hasta el punto que me pregunté si no eran una pareja pasando unos días allí más que parte del personal.

Fui a dar una vuelta por la zona, que tenía muy buena pinta, y pasé el resto de la tarde-noche planificando la ruta que me quedaba e intentando encontrar alojamiento en las siguientes ciudades.

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