En Moscú sin visado

Día 23 – 22 de agosto – de Bishkek a Moscú a Barcelona (6010km – en avión)

El despertador sonó a la una de la madrugada. Esta profundamente dormido y podría haber seguido 10 horas más pero tenía que llegar a casa.

El taxista era una chico joven que resultó ser mucho más atento que los dos del día anterior: me ayudó a ir de recepción hasta el coche y cuando llegamos al aeropuerto dejó el coche en la zona de recogida de pasajeros y me acompañó a pasar por seguridad y hasta un mostrador de información donde poder pedir asistencia. La mujer que había allí me pidió el billete y me dijo que llamaría a un representante de Ural Airlines.

Llevaba esperando este momento desde que me rompí el pie tres días atrás. Por fin estaba en manos de una compañía aérea que me iba a llevar hasta casa. Me sentaron en una silla de ruedas, me llevaron delante de cola del check-in, facturaron la maleta, me imprimieron las tarjetas de embarque y, lo más importante, me aseguraron que no tendría problemas para cambiar de vuelos en Moscú.

Al comprar los billetes, la web insistía en que era mi responsabilidad tener el visado de tránsito adecuado para Rusia, las mismas advertencias estaban escritas en el billete, y había encontrado información contradictoria online: la mayoría de gente decía que había una zona de tránsito internacional y que no era necesario tener un visado de tránsito siempre y cuando no saliese de esa zona, pero todo lo que encontraba tenía fecha de hacía ya unos años, y las relaciones entre la UE y Rusia no habían hecho más que empeorar desde la guerra de Ucrania. Además, según la web del aeropuerto de Domodedovo, tenía que hacer pasar mi equipaje por seguridad y aduanas antes de tomar el siguiente vuelo, lo que implicaba pasar por la aduana yo también. Había visto varias advertencias que alertaban que los viajeros sin visado serian devueltos al aeropuerto de partida. Debo confesar que estaba bastante preocupado por terminar en Bishkek otra vez después de lo que me había costado llegar aquí.

Por suerte, el personal de Ural Airlines me dijo que se ocuparían de la maleta y que yo no tenía que salir de la zona de tránsito internacional.

Tuve que esperar dos horas en la zona de salidas porque el vuelo se retrasó y, finalmente, pasadas las seis de la mañana, empezaron a embarcar. En lugar de hacerme pasar por la puerta de embarque, me llevaron a través de zona restringidas, directamente a las pistas y a pie de avión (el aeropuerto de Bishkek no tiene fingers). Me ayudaron a subir por las escaleras y me senté en la primera fila antes de que el resto de pasajeros empezaran a entrar.

Tenía una escala de cuatro horas en Domodedovo, pero a causa del retraso se redujo a menos de una hora. Tampoco podía correr, tuve que esperar a que todo el mundo bajara y entonces llegó un camión especial que se conectó a la puerta R1, que solo se usa para embarcar el catering y para emergencias, me pusieron en una silla de ruedas, me pasaron al camión y me llevaron a la terminal.

Allí pasé por un control de seguridad que parecía ser solo para personal del aeropuerto y luego, a través de una puerta, salí directamente a la zona de embarque de donde salía mi vuelo. Eran las nueve de la mañana y el avión salía en veinte minutos, así que pensé que todo estaba saliendo a pedir de boca hasta que me dijeron que el vuelo se había retrasado hasta mediodía y me aparcaron la lado de la puerta de embarque.

Pasé las horas leyendo y viendo la gente discutirse con el personal de tierra por el retraso. Intenté ir a dar una vuelta y ver la terminal, pero la espalda y las costillas aún me dolían, así que no pude llegar más lejos que un restaurante donde me pedí un sándwich con patatas. Odio pagar precios de aeropuerto, pero no había comido nada desde la pizza de la noche anterior.

A mediodía embarcamos y salimos hacia Barcelona. Creo que he dicho esto ya varias veces, pero el aeropuerto de Barcelona tiene una de las aproximaciones más bonitas que hay. El avión hace la aproximación final a la pista sobre el mar y, a tu derecha, puedes ver la ciudad entera y reconocer fácilmente los puntos más emblemáticos. Esta vez, volver a ver mi ciudad me resultó particularmente emotivo.

Me fui directo al hospital, donde confirmaron la triple fractura del pie y también vieron que tenía dos costillas rotas. Me cambiaron la escayola y me dijeron que el pie estaba mejor de lo que habían visto al principio en la radiografía que les traía del hospital de Osh; era posible que no fuese necesario operar el pie. Me dijeron que el equipo médico estudiaría el caso y me dieron cita para al cabo de unos días. Entretanto, tocaba mantener el pie en alto y descansar mucho.

El Mercedes con 600.000 kilómetros

Día 22 – 21 de Agosto – de Osh a Bishkek (669km – en coche)

669 kilómetros entre la segunda ciudad más grande del país y la capital. Poco más que la distancia que separa la segunda ciudad más grande de España, Barcelona, de su capital, Madrid. En casa uno puede hacer ese trayecto en moto, coche, autocar, tren y avión. Aquí, no había ni autocares ni trenes, no quedaban asientos libres en los siguientes vuelos y la moto ya no era una opción. En casa, se tarda entre seis y siete horas en cubrir la distancia entre las dos ciudades. Aquí, entre 12 y 13.

El taxi que había reservado a través de la oficina de CBT en Osh apareció puntual delante del hostal a las ocho de la mañana. Era un Mercedes clase E negro de segunda generación, de los que alcanzan kilometrajes astronómicos haciendo de taxi en Stuttgart y, a juzgar por los kilómetros que este llevaba, probablemente lo habían mandado hacia Kyrgyzstan después de jubilarse de taxi en Alemania. Aquí le habían aplicado las modificaciones locales típicas: un montón de mantas en los asientos, funda de bolas de madera para el asiento del conductor y ventanas traseras tintadas con unas láminas de mala calidad que se habían vuelto traslúcidas y bloqueaban casi por completo la visibilidad hacia afuera. El cuadro tenía más luces encendidas que un árbol de navidad y numerosos mensajes de error, había conectores sueltos colgando bajo el asiento del acompañante, no había donde enganchar los cinturones en el asiento trasero y, por supuesto, el aire acondicionado había muerto hacía años. A medio camino vi de reojo en el cuadro los kilómetros que acumulaba el coche en ese momento: 618.739.

 

Sin embargo, la razón por la que el trayecto a Bishkek fue tan largo no era el coche, sino la carretera. A pesar de ser la que conecta las dos ciudades principales, solo era mejor respecto a las pistas que habíamos estado haciendo en que estaba asfaltada, pero seguía teniendo dos carriles, atravesando todas las poblaciones por el centro, tenía baches y socavones por doquier y el asfalto podía desaparecer en cualquier momento sin previo aviso.

Había tenido tiempo para recuperarme del dolor en la espalda, costillas y omoplato tras la primera caída hacía una semana, pero el ir saltando a todas partes con el pie enyesado y ahora la experiencia de batidora violenta en el coche, que mandaba los impactos de los socavones directos a mi columna a través del asiento, mandaron esa recuperación a la mierda.

Apenas bajé del coche cuando el conductor paraba a descansar, solamente estirar la pierna agarrado al marco de la puerta. No comí nada y fui una sola vez al baño. En lo único que pensaba era en la cama del hotel en Bishkek, el más cómodo y lujoso de todo lo que habíamos visto en lo que llevábamos de viaje.

A 40 kilómetros de nuestro destino entramos en los extensos alrededores de Bishkek y se terminó el asfalto. Estaban arreglando la carretera, y el tráfico avanzaba a velocidad de peatón envuelto en una espesa nube de polvo. Me había hecho esperanzas de llegar en la media hora siguiente, pero ahora veía claro que íbamos a tardar mucho más.

El coche se estaba calentando otra vez; ya había dado síntomas durante el ascenso a algunos puertos de montaña por el camino; así que el conductor se detuvo para hacer un último descanso a falta de 10 kilómetros en lo que parecía una estación de marshrutkas, donde conocía otros conductores. Tras un piti y una charlas con los colegas mientras se enfriaba el motor, se sentó al volante y giró la llave. Y no pasó nada. Absolutamente nada. Ni un solo ruido.

Lo intentó varias veces, pero el coche estaba muerto. Visiblemente avergonzado, se disculpó y, como solución para llevarme a mi destino, salió a la calle principal, buscó un taxi local y le pagó para que me llevara hasta el hotel.

Cuando me arrastré al vestíbulo la pobre chica que estaba de turno en recepción debió pensar que había empezado el apocalipsis zombi. Estaba claro que la temporada alta del transporte de motos se concentraba a principio y final de mes: el hotel estaba desierto y solo había un puñado de motos fuera, en contraste con el bullicio de actividad que se había apoderado del hotel cuando llegamos al inicio de nuestro viaje. Le dejé caer encima un montón de información: lo que me había pasado, que quería una habitación pero necesitaba un taxi para irme en tres horas, que mi moto llegaba al día siguiente pero yo ya no estaría, que tenía una maleta que había dejado para que me guardaran el hotel y si me la podía encontrar porque la necesitaba ya mismo, y si por favor me podían subir algo de comer a la habitación.

Un pareja de alemanes muy majos me ayudaron a subir a mi habitación y tras una dolorosa ducha me llegó una pizza a la puerta. Media hora más tarde, el encargado llegó y me aseguró que se encargarían de descargar y almacenar la moto al día siguiente. Limpio, con el estómago lleno y el transporte de la moto arreglado de este lado, me tumbé a descansar un poco antes de que llegara el taxi a llevarme al hotel al cabo de una hora.

Issik-kul

Día 5 – Domingo 4 de agosto – de Bishkek a Tossor (338km)

Nos levantamos a las 6am y el hotel ya era un hervidero de actividad; un grupo grande salía para Mongolia con Sambor, de AdvFactory, otros hacia Mongolia, otros acababan de aterrizar en Bishkek y ya estaban sacándole el polvo a las motos, que llevaban más de un mes paradas, y un italiano se peleaba con su vieja Africa Twin intentando que el motor se mantuviera en marcha. Nos unimos a la locura de la salida y empezamos a cargar las motos, un proceso que siempre se alarga más de lo esperado y nunca sle bien a la primera. Buenom, no pasa nada, tendríamos un montón de tiempo para ir corrigiéndolo a lo largo de los siguientes días.

Tuvimos suerte de que era domingo y el tráfico era mucho, mucho mejor que los días anteriores, así que salir de Bishkek fue más fácil de lo que me temía, pero eso no nos libró del ritual de iniciación que este tipo de viaje inevitablemente implica: el poli que se inventa una multa y te para. Había coches patrulla parando conductores cada pocos kilómetros a la salida de la ciudad, no sé si es siempre así o era porque era domingo y seguramente el primer día de vacaciones para mucha gente e íbamos por una carretera en dirección a un destino turístico muy popular. Sea como fuere, pasamos muchos sin problemas, yendo a la misma velocidad que el resto del tráfico, hasta que uno nos indicó que parásemos. Marc iba delante, así que paró más lejos, y yo paré cerca del coche patrulla. El tipo venía hacia mí haciendo gestos que indicaban que no era mí a quién quería parar, sino a Marc, pero cuando llegó a mi altura me bajé de la moto, le dí la mano mostrando respeto y me presenté. Me preguntó de dónde era y cuando dije Barcelona empezó de inmediato a hablar de fútbol y, para cuando Marc llegó a donde estábamos, ya me estaba contando que tenía un equipo con sus amigotes de la policía y que se hacían llamar Barça.

Cuando vió a Marc explicó que lo había parado por ir a 51km/h en una zona de obras donde la limitación era 40. Dijo que hasta 50 no pasaba nada, pero que por encima… hizo el gesto de escribir una multa. Era una patraña, ya que íbamos todos a la misma velocidad, así que seguimos dándole cancha con el tema del fútbol hasta que le pidió el carnet a Marc, le echó un vistazo y nos dejó marchar con un apretón de manos y un recordatorio de no pasarnos más de 10km/h del límite.

A partir de ahí la rute era bastante monótona, era una carretera principal en relativo buen estado, el único entretenimientoa cargo de los adelantamientos suicidas que se veían de vez en cuando, hasta que nos desviamos a visitar la torre de Burana.

Esta torre es lo único que queda de una ciudad antigua llamada Balasagun, y se usaba como torre de vigía desde la cual encender un fuego y enviar un mensaje de alerta sobre peligros o invasores. Apenas habíamos aparcado en la entrada y ya estábamos rodeados de curiosos que preguntaban sobre las motos y querían hacerse fotos con nostros.

Hicimos una visita rápida a la torre y seguimos hacia nuestro destino del día: un campamento de yurtas a orillas del lago Issyk-kul, el más grande del país con 182 kilómetros de largo por 60 de ancho.

Habíamos estado viajando relativamente lentos, así que el consumo de gasolina era realmente bajo y no nos preocupaba el encontrar dónde respostar puesto que la carretera que rodea el lago es una ruta principal, pero a medida que pasábamos pueblo tras pueblo con gasolineras abandonadas mientras bajaba el nivel en nuestros depósitos empezamos a preocuparnos. No habíamos llenado los bidones extra porque no queríamos cargar con mucho peso y mientras empezábamos a tomar conciencia de nuestro error, apareció a la vuelta de una curva una gasolinera con un montón de coches haciendo cola. Nos tocó esperar un buen rato, pero cargamos lo suficiente para no tener que preocupernos los días siguientes. El único pero era llevar 10 kilos de más tan atrás y arriba, en la parrilla portaequipajes.

Llegamos a Tossor al cabo de poco y paramos a por provisiones y a preguntar la forma de llegar al campamento de yurtas. Nos enviaron por una calle lateral que se convertía en una pista de arena de playa antes de llegar al campo, cosa que a nuestras pesadas motos no les gustó nada en absoluto. Marc la atravesó sin problemas, pero yo casi voy al suelo. Por suerte, llegué al campamento sin incidente y nos fuimos directos a meternos en el lago.

Empiezan los problemas

Day 3 – Viernes 2  de agosto – de Istambul a Bishkek (3740km – en avión)

No pegué ojo en las más de cinco horas del vuelo nocturno hasta la capital de Kyrgyzstan; íbamos hacinados en un 737 con apenas algo más de espacio que en un vuelo de bajo coste y al bajar por la escalera del avión envuelto en un calor sin piedad, todo me parecía un sueño. El aeropuerto era pequeño, parecía más uno regional que el aeropuerto internacional que en realidad era, con una sola pista por la que el avión tuvo que hacer backtaxi y una sola terminal, un edificio bajo sin fingers. En las pistas, un par de 737 de aerolíneas del este, un 747 de carga y un Iliyushin Il-76.

Nos sellaron los pasaportes sin problemas (es un país sin visado de entrada para ciudadanos de la UE), cambiamos algo de dinero y encontramos al taxista que el hotel había enviado recogernos. Sin embargo, nos quedaba una cosa por hacer primero: ir a la embajada de Tajikistan a tramitar los visados para ese país. Lo podríamos haber hecho online desde casa, pero esos son de una sola entrada y queríamos intentar consguirlos de doble entrada en la embajada para poder volver a entrar en el país desde Uzbekistan sin tener que preocuparnos de que se aprovase una segunda solicitud online mientras estábamos en la carretera. Por desgracia, el chico de la embajada nos dijo que solo hacían visados de doble entrada para turistas, así que pedimos uno de turista y tendríamos que pedir otro online una vez dentro del país. Era viernes por la mañana y nos dijeron que iba a cerrar a partir de ese mismo día por vacaciones, pero que como favor especial podíamos volver por la tarde y los tendríamos listos.

Hay unos cuantos rincones esparcidos por el planeta que son pequeños paraísos para los pocos locos que decidimos ver el mundo desde una moto, y el hotel era uno de ellos. Es el punto donde AdvFactory lleva las motos que recoge por toda Europa y la emoción se palpaba en el aire. El patio estaba atiborrado de motos, algunas listas para salir, otras aún a medio montar, otras luciendo ya orgullosas una capa de suciedad y esperando ser devueltas a sus hogares y por todas partes se oían conversaciones sobre sitios que ver. Gente comentando las rutas que acababan de terminar, otros hablando de sus destinos: Kyrgyzstan, Tajikistan, Uzbekistan, Kazakhstan, China, India, Mongolia, con las caras quemadas por el sol y grasa bajo las uñas. Encontramos nuestras motos y nuestro equipaje, nos dimos un merecido baño y salimos a comer.

Por la tarde, tras una siesta para compensar la noche en blanco en el avión, tomamos un taxi de vuelta a la embajada de Tajikistan para recoger los visados. El trayecto hasta allí ya fue uan aventura en sí mismo: el coche era un Lada que se caía a pedazos, con un motor que se paraba cuando quería enmedio del tráfico de locura y un conductor que no hablaba ni una palabra de inglés ni parecía tener claro dónde queríamos ir, pero todo eso poco importaba, era parte de la aventura. Los problemas de verdad empezaron al llegar a la embajada. El chico me dijo que había un problema con mi pasaporte, que caducaba en menos de seis meses. Sentí que se me congelaba la sangre.

‘No puede ser’ le dije. ‘¡Caduca en noviembre de 2020!’ Le di el pasaporte otra vez y le señalé la fecha. ‘Ah sí, perdón, es el otro’ dijo. Miramos el pasaporte de Marc y, efectivamente, caducava en menos de seis meses. Era por unos pocos días solamente, pero era suficiente para que el visado le fuera denegado, a pesar que que no había tenido ningún problema para conseguir un visado en Turquía o en entrar en Kyrgyzstan y no había nada más que hacer allí.

Volvimos al hotel con los ánimos por el suelo y estudiamos las opciones. Todo el mundo tenía sugerencias: contactar con una embajada española para renovarlo, pedir un visado online, modificar la fecha de caducidad del pasaporte, un Británico se ofreció incluso a falsificar su propio visado ya expedido y hacer una copia con los datos de Marc. Entretanto, Marc tenía a su mujer en España viendo qué podía hacer con la embajada e intentamos pedir un visdo online con una fecha de caducidad modificada. El problema era que el sistema también pedía una foto del pasaporte, así que si alguien comprobaba los documentos en persona iban a ver que las fechas no cuadraban. Alguien sugirió enviar una version modificada de la foto del pasaporte con la fecha cambiada, pero la primera foto qeu enviamos ya estaba en el sistema. Intentamos cancelar la petición, pero el sistema estaba muy mal diseñado y estaba bloqueado esperando un pago que no habíamos hecho ni nos dejaba hacer ahora. No había mucha cosa más que hacer, así que salimos a cenar con los de AdvFactory y nos emborrachamos a base de cerveza kirguistaní sin filtrar