Preparados, listos… ¡ya!

Día 12 – 6 de enero – de Algeciras a Barcelona (1151km)

Eso es más o menos lo que Esteve quería hacer en el momento en que bajara la rampa del ferry: retorcer el puño del acelerador y no soltarlo hasta llegar a Barcelona. Era un trayecto muy largo, más de lo que habíamos hecho hasta Almería al inicio del viaje, que habían sido poco más de 800km y nos había llevado más de lo esperado. Estábamos hablando de casi 1.200km, una distancia que habíamos previsto cubrir en dos días, con una parada en Ademuz, donde tenemos una casa de la familia, cosa que nos permitiría ahorrarnos el coste de una noche de alojamiento.

Esteve, sin embargo, ya estaba cansado de tantos días sobre la moto e insistió en que quería llegar a casa lo antes posible, y si eso suponía hacerlo del tirón, pues que así fuera, tendría todo el fin de semana para deshacer las maletas, relajarse y prepararse para la vuelta al trabajo el lunes, una vuelta que preveía estresante. Intenté disuadirlo, pero había otros factores a tener en cuenta. ¿Os acordáis del problema con la suspensión de Gerard? Tanto él como Raluca no estaban demasiado entusiasmados con la idea del largo camino de regreso, incluso si era en dos jornadas, así que le estaban dando vueltas a la idea de llamar al seguro de la moto con el pretexto de la chapuza de la reparación, mandarla de vuelta a casa y viajar hasta Barcelona a cargo del seguro, incluso pasar un día visitando Granada antes de todo ello. Además, debo confesar que en este punto yo tenía parte de culpa de los planes que estaban haciendo tanto Gerard como Esteve, pues unos días atrás había descubierto que me había dejado las llaves de la casa, de modo que si volvíamos en dos etapas nos teníamos que costear una noche de hotel de todos modos.

La noche anterior Esteve ya había decidido que volvía del tirón, y yo empezaba a plantarme hacer lo mismo. Gerard y Raluca dijeron que tomarían la decisión al bajar del ferry, de modo que decidimos que lo mejor sería despedirnos en el barco y empezar la vuelta nada más salir del puerto.

Teníamos ya las tarjetas de embarque que recogimos el día anterior, de modo que esta vez no fue necesario madrugar tanto; el ferry salía a las 9am y solo era necesario estar en el puerto media hora antes. Además, era el día de reyes, así que todo el mundo estaría en casa abriendo los regalos con la familia, con lo que no esperábamos colas para embarcar ni tráfico para cruzar la península.

Una vez atravesadas las cabinas de control de las tarjetas de embarque me esperaba ir directo a la cola para subir al ferry, pero en lugar de ello vimos que había que pasar un control de aduanas. Pensé que este tema ya estaba zanjado al haber atravesado la frontera de entrada a Ceuta pues, al fin y al cabo, ya estábamos en España y territorio comunitario, pero parece que las autoridades tenían otro punto de vista.

La barrera estaba bajada y no parecía que hubiera nadie en la caseta, así que nos tocó esperar hasta que apareció un guardia civil medio dormido y claramente frustrado por tener que trabajar en tan señalada fecha en lugar de estar en casa con los niños. El único vehículo delante nuestro era una furgoneta grande con matrícula belga y con un solo ocupante de aspecto árabe. Creí que la policía iba a hacer un control rutinario rápido, pues faltaban 10 minutos para la salida del ferry, había muy pocos coches en la fila y, como ya he dicho, ya estábamos en España. Sin embargo, de dentro de la caseta apareció otro policía con un perro y le pidieron al de la furgoneta que abriera la parte posterior, hicieron subir al perro y éste se dedicó a olisquear toda la caja. En ese preciso momento recordé que la noche anterior había dejado lo poco que sobró del bocadillo en el bolsillo de mi chaqueta, que estaba plegada y guardada en la maleta izquierda. ‘Vale’, pensé. ‘No pasa nada, es una minucia, para uso propio y tal puedo decir si el perro huele algo… esas cantidades se toleran habitualmente en España.’

El perro terminó con la furgoneta, el conductor arrancó y se fue hacia el barco. El policía con el perro miró las tres motos, el perro estaba mirando al mar, el policía miró al resto de coches en la corta cola, nos volvió a mirar y nos hizo el gesto de que pasáramos. El perro no dejó de mirar al mar en ningún momento.

Con un suspiro de alivio seguimos adelante hasta topar con otro control antes del maldito barco, esta vez con una empleada de la naviera y otro agente de aduanas, comprobando los pasaportes. Ya había guardado el mío, y cuando paré la moto y empecé a abrir cremalleras para sacarlo de nuevo, el policía me miró, yo con el casco y las gafas de sol puestas, solo con el bigote asomando un poco, y me preguntó con un espeso acento del sur: ‘¿Tu eres español?’ ‘Sí’, le dije, y me respondió ‘pues tira’. Seguridad de la buena.

El ferry era un catamarán rápido y en menos de una hora de trayecto bien movido a través del estrecho estábamos en Algeciras. Nos habíamos despedido ya y estábamos listos para salir, al final iba a volver del tirón con Esteve.

Bajaron la rampa, abrimos gas y salimos al muelle, listos para lanzarnos a la carretera y devorar kilómetros lo antes posible, eran las 10 de la mañana y teníamos al menos unas 12 horas de moto por delante. Giramos hacia la salida del puerto y encontramos… otro control de aduanas. ¡Otra vez! Esta vez había cinco o seis coches delante de mí, y el policía con el perro (sí, había otro perro) lo estaba haciendo olisquear cada coche en la fila. Cuando hubo terminado con el coche de delante, miró la moto y me hizo el ya familiar gesto de que pasara, tras lo cual se puso a examinar el coche siguiente. Pasar fronteras en moto es lo mejor.

Finalmente salimos del puerto y comenzamos la larga vuelta a casa. Usamos una combinación de autopistas y autovías en busca de la forma más rápida y barata de volver a Barcelona, y decidimos que pararíamos solo a repostar y una vez para comer a mediodía. El cielo estaba nublado y había posibilidad de lluvia en el sur de España, pero en cuanto dejamos atrás la costa el cielo se aclaró y nos dejó un día perfecto para ir en moto, si bien la temperatura no subió en ningún momento de los 12ºC. En la segunda parada para llenar el depósito me tuve que poner toda la ropa que había usado en el trayecto de bajada, llevábamos una hora a 1.000m por encima del nivel del mar y me estaba congelando. La cosa mejoró a medida que volvimos a acercarnos a la costa pasado Murcia, pero duró poco. La noche nos cogió al sur de Valencia, y finalmente llegué a la puerta de casa a las 10:20pm, tras haberme separado de Esteve en Vilafranca. Habíamos hecho 1151km en 10 horas y 26 minutos según el GPS, el trayecto más rápido en las dos semanas de viaje.

Al levantar la vista del GPS vi a Nat, que llegaba a casa con pizza y cerveza como regalo de bienvenida. ¡Eso sí que es amor!

Espejito, espejito

Día 11 – 5 de enero – de Chefchaouen a Ceuta (104km)

Visitamos de nuevo la medina por la mañana para ver más con luz natural; ofrecía un contraste interesante con la tarde anterior. Era temprano y casi todas las tiendas estaban aún cerradas o empezaban a abrir, y las calles estaban muy tranquilas.

Esta vez la atravesamos hasta el límite este de la ciudad, donde hay unas pequeñas cascadas con un sistema de captación de aguas muy antiguo, un buen ejemplo de ingeniería hidráulica por la que destacó en su día la cultura árabe, y un par de fregaderos públicos. Estas instalaciones se encuentran aún con relativa facilidad en muchos pueblos de España, aunque casi ninguno cumple ya su función original. Algunos están en secos y en ruinas, otros han sido restaurados como parte del patrimonio del pueblo, pero aquí seguían en uso: unas pocas mujeres estaban lavando a mano mantas, sábanas y alfombras en el agua helada.

Poco después de tomar la carretera principal hacia la frontera con Ceuta encontramos gente al borde de la carretera gesticulando y haciendo ofrecimientos obvios a que les compráramos material para bocadillos. El día anterior había leído en un blog una advertencia contra una estafa común: esa gente ofrecía cantidades considerables del producto a precios muy bajos, de modo que los turistas caían en la tentación de comprarlo, sobre todo los que iban hacia el sur a empezar su periplo marroquí, no hacia la frontera como nosotros. Una vez han escondido el material en el vehículo y siguen con su ruta, el vendedor llama por teléfono o por radio a una patrulla policial con la que tiene un acuerdo y que paran al iluso turista en un control un poco más adelante. Encuentran el material de inmediato, cuya cantidad es suficiente para suponer problemas serios, incluso una visita a un calabozo, y exigen un soborno a cambio dejar en libertad a la víctima. Los turistas suelen tener que aflojar entre 300 y 400 euros a cambio de poder seguir con su camino, y la policía devuelve el material requisado al vendedor para volver a iniciar la estafa con el siguiente grupo de chavales en búsqueda de la experiencia marroquí.

Yo me había olvidado por completo de nuestro propio material; tan solo queríamos comprar un poco, lo justo para la noche anterior, porque sabíamos que hoy íbamos a la frontera y, naturalmente, no queríamos arriesgarnos, pero nos habían dado suficiente para varios bocadillos y tras el primero nos habíamos ido todos a la cama sin pensar más en el asunto.

Entretanto, en la carretera principal de camino a Tetuán, mi moto acusó finalmente el estado de las carreteras de Marruecos. Hasta el momento habíamos tenido incidentes con la moto de Gerard (el tema del guardabarros y del faro) y con la de Esteve (su cuentarrevoluciones había decidido recalibrarse a sí mismo 2.000rpm por encima de donde debería estar durante buena parte del viaje). El país estaba resulto a no dejarme ir sin pasar por el tubo yo también, y a pocos kilómetros de la frontera, mientras iba el último del grupo, se me aflojó el retrovisor izquierdo. Era como llevar una banderola en el manillar y no podía ver el tráfico detrás de mí, algo bastante peligroso en estas carreteras, así que adelanté al grupo y paramos para apretarlo.

Tetuán fue larga de cruzar, y eso que íbamos por una avenida que la rodeaba, ni siquiera nos acercamos al centro, pero el denso tráfico y controles policiales cada pocos cientos de metros ralentizaban nuestro avance. Decidimos evitar la autopista hasta la frontera para ahorrar algo, ya que la nacional suponía tan solo unos minutos de más, y la ruta que tomamos nos brindó unos contrastes interesantes. A lo largo de unos 40km fuimos paralelos a la costa, con vistas a algunas de las edificaciones con diferencia más caras que habíamos visto en todo el viaje. Eran resorts de playa encadenados uno tras otro a ambos lados de la carretera, nada que ver con los edificios decrépitos en la zona de la frontera en Melilla, pero el contraste más fuerte estaba en las colinas a nuestra izquierda, más allá de los resorts. En algún lugar de esas montañas, en condiciones infrahumanas en campos improvisados, miles de personas que habían cruzado gran parte del continente africano en busca de una vida mejor aguardaban con la esperanza de poder cruzar la frontera con Ceuta y pisar territorio de la UE. Habíamos visto en la prensa que tan solo unos días antes de llegar nosotros un grupo de más de 1.000 subsaharianos habían asaltado la valla que separa Ceuta de Marruecos, situación que había requerido la intervención de la policía de ambos países. La técnica es intentar saltar la valla en grandes números, de modo que al menos algunos tengan la oportunidad de llegar al otro lado. La cosa terminó con varios heridos en ambos bandos y tan solo dos inmigrantes logrando superar la valla, para terminar en el hospital a causa de las heridas.

En estas fechas, al menos en España, todo el mundo compra lotería; es una tradición muy extendida y la gente intenta conseguir boletos de todas partes, víctimas de esa especie de chantaje psicológico: “¿y si cae aquí, y si cae allí…?” Se compran boletos en el trabajo, en el bar de toda la vida, en la escuela de los chavales, a dónde sea que viajan en las semanas previas al sorteo, en todo tipo de clubes y agrupaciones… Hace tiempo que yo he dejado de malgastar dinero en ello porque me di cuenta de que ya me ha tocado el gordo en la lotería de la vida. Mientras avanzaba hacia la frontera de Ceuta pensaba que yo no era distinto de toda la gente que había encontrado viajando por países menos afortunados que el mío. Podría haber nacido en cualquier lugar del mundo, pero tuve la increíble suerte de ir a parar al primer mundo, a una buena ciudad, a una maravillosa familia. No somos conscientes del enorme privilegio que eso supone, de que la realidad que vivimos no es la realidad del planeta Tierra. Somos una minoría afortunada y lo olvidamos demasiado a menudo. Todos deberíamos tomarnos unos instantes para apreciar lo que tenemos.

Esta vez la frontera estaba mucho mejor organizada que en Melilla. También encontramos tipos intentando vendernos formularios de inmigración y conseguir dinero para ayudarnos a rellenarlos, pero teníamos todos los papeles listos y pasamos de largo hacia el interior del recinto, donde, a diferencia de Melilla, no se les permitía la entrada, de modo que pudimos hacer cola en paz hasta que nos sellaron los pasaportes y tramitamos la salida de las motos del país.

El trámite completo duró una media hora, y la entrada en España tan solo requirió enseñar el pasaporte. No fue hasta ese momento cuando, con un destello de pánico, me acordé del material para bocadillos y me pregunté si Gerard lo había cogido o lo había abandonado en el apartamento para evitar riesgos en la frontera. Por suerte, nadie parecía interesado en registrar a cuatro tipos en moto y con cara de cansado, y pasamos sin incidente alguno. Cansado y con ganas de pillar la ducha del hotel, se me olvidó de nuevo rápidamente preguntar por el asunto.

El día siguiente era 6 de enero, y encontramos la ciudad preparada para dar la bienvenida con el habitual desfile por sus calles a los Reyes Magos de Oriente, que vienen a traer regalos al niño Jesús o algo así. Resulta que sus Majestades ya habían llegado a Ceuta a media tarde y se alojaban con todo su séquito en nuestro hotel, de modo que a nuestra llegada encontramos una horda de críos y padres haciéndose fotos con ellos en el vestíbulo antes del desfile. Tras una merecida ducha nos escapamos a cenar, a por unas cervezas y un bocadillo.

Fue entonces, mientras celebrábamos el fin de nuestro viaje con las muy ansiadas cervezas y sentados  en una terraza con vistas al mar desde donde se adivinaba la silueta de las colinas que rodean Chefchaouen en el horizonte, cuando le pregunté a Gerard qué había hecho con los ingredientes. Me dijo que lo había escondido en la punta del dedo meñique del guante de la moto.

Papeleo marroquí

El siguiente paso en la planificación del viaje: preparar el formulario de importación para las motos.

Según parece el paso fronterizo de Melilla es todo colas y caos, pero es posible agilizar el proceso si se llevan los formularios de importación temporal del vehículo con el que se viaja preparados de antemano. De este modo nos ahorramos las molestias de buscar la ventanilla correcta para conseguir los papeles, rellenarlos, tratar con los ‘asistentes’ que ofrecen ayuda, etc.

Se puede cumplimentar el formulario de importación temporal online e imprimir una copia para entregar directamente en la frontera en ésta página web.

Rellena todos los campos e imprime una copia. Salen tres copias del mismo formulario en una sola hoja DinA4, firma cada uno donde pone ‘signature du déclarant’ y en la frontera completarán la información que falta (fecha y número). La aduana se queda la copia inferior (Entrée), la segunda (Apurement) se tiene que entregar al salir del país y la tercera (Exemplaire déclarant) te la guardas.

Si no hablas francés y tienes dudas para rellenar el formulario online, aquí tienes la traducción/explicación de los campos:

Bureau d’entrée – La frontera por la que entras al país.

Date d’entrée au Maroc – Fecha de entrada a Marruecos

Prénom et nom – Nombre y apellidos (en ese orden)

Idéntifiant – Documento de identidad

  • El CIN es para marroquíes.
  • ‘Etrangers residant au Maroc’ –  para extranjeros que residen en Marruecos pero no tienen nacionalidad marroquí.
  • ‘Etrangers non resident ayant déjà visité le Maroc’ – para extranjeros que ya han visitado el país en ocasiones anteriores. En la primera visita se genera un número de visitante/turista que se puede usar de nuevo al volver. Al seleccionar esta opción aparece un casilla para introducir el número.
  • ‘Etrangers en première visite au Maroc’ – si no has estado nunca en Marruecos, ésta es la tuya.

Immatriculation – la matrícula del vehículo

Marque – La marca del vehículo. Si no aparece en la lista, selecciona la última opción (autre) e introduce la marca en la casilla que aparece a la derecha.

Type/Modèle – El modelo del vehículo. Aquí no hay lista, hay que escribir el modelo. Para evitar confusiones, lo mejor es escribir el modelo tal cual aparece en la ficha técnica.

Genre – El tipo de vehículo

  • Camping-car – Autocaravana
  • Fourgon – Camioneta, camión pequeño
  • Fourgonnette – Furgoneta
  • Motocycle – Moto (solo existe una categoría, sin distinción de tipo o cilindrada)
  • Vehicule de turisme – Turismo (de nuevo, solo una categoría para todoterrenos, familiares, deportivos, etc.)

Date de la première mise en circulation – Fecha de la primera matriculación como aparece en la ficha técnica (I)

Numéro de châsis – Numero de identificación (E) en la ficha técnica

De los lagos canadienses a los Monegros

Día 28 – Jueves 25 de agosto – Del lago Batak a Vergina (389km)

Mis días sobre la moto iban alargándose ahora uqe viajaba solo, y a estas alturas ya tenía puesto el chip de larga distancia. Éste iba a ser el día más largo hasta el momento, pero no tenía intención de hacer grandes tiradas seguidas, la AT es menos cómoda que la V-Strom o la Super Ténéré como moto de turismo, así que me prometí parar a descansar cada 100km.

Había estado lloviendo toda la noche y no me gusta plegar la tienda cuando está mojada, pero no había salido el sol por la mañana, así que de poco servía esperar a que se secara. Le quité todo el agua que pude, la desmonté y me puse en camino con todas las capas del traje puestas, ya que hacía bastante frío.

En honor a Robert Frost tomé el camino menos transitado hacia el sur hasta un paso fronterizo pequeño, y una vez más Bulgaria me ofreció sus mejores paisajes: bosques densos y lagos con superficie de espejo que bien podrían haber estado en Canadá.

20160825032650_1Cuando llegué a la frontera solamente había unos pocos coches y dos camiones delante de mí, pero como ya había experimentado al entrar en el país, la policía de fronteras en Bulgaria deben ser de lo más lento del mundo. Con todo el papeleo comprobado, recorrí la corta distancia hasta el lado griego, donde tras echar un vistazo al pasaporte y hacer el comentario de rigor sobre el Barça me dejaron pasar a lo que parecía otro mundo.

20160825062942_1Si me dicen que me habían teletransportado a los Monegros me lo hubiera creído al instante. Donde hacía apenas una hora había lagos y bosques verdes ahora había colinas ocres con muy pocos árboles, el olor a vegetación seca en el aire y una temperatura que subía por momentos.

A pesar del contraste el paisaje era precioso, especialmente en la ruta que había elegido, evitando poblaciones grandes y carreteras principales. Llegué cerca de una ciudad llamada Drama, pero giré al sur antes de alcanzarla, y no fue hasta cerca de Serres cuando empecé a encontrar carreteras más grandes.

Mis primeras buenas impresiones de Grecia cambiaron rápidamente. El paisaje era ahora principalmente llanuras quemadas por el sol, todo tenía un aire de abandono y las carreteras no eran mejores de lo que había encontrado en otros países. La carretera de circunvalación alrededor de Serres parecía sacada de Rusia: un asfalto catastrófico, cruces con semáforos cada pocos metros que hacían imposible avanzar rápido, y los peores conductores que me había encontrado hasta el momento en este viaje. Parece que los conductores griegos son muy resentidos: adelantaba a alguien en un coche con más de 15 años y luego los veía por el retrovisor acelerando, haciendo lo posible para volver a alcanzarme. Avanzaba hasta el principio de la cola en un semáforo en rojo y el coche de al lado estaba con la marcha puesta, haciendo patinar el embrague, listo para no dejarme salir delante suyo en cuanto el semáforo cambiara a verde. Por amor de Dios, si hasta señoras en utilitarios que se caían a pedazos lo hacían… ¿Cómo demonios esperaban salir más rápido que una moto?

Al cabo de poco entré en la autopista para intentar ahorrar algo de tiempo visto que no había paisaje que contemplar y que las carreteras principales se estaban degradando, y me sorprendió encontrar casetas de peaje al cabo de unos pocos kilómetros. No había visto ni un solo indicador en ningún lugar de acceso a la autopista que anunciara que era de peaje. Era la primera vez que me encontraba algo así. No era mucho dinero, pero lo pagué a regañadientes viendo el deplorable estado del asfalto, que formaba ondulaciones de palmo por la combinación del calor y el peso de los camiones, y las hordas de conductores agresivos. Ah, y no aceptaban tarjetas en el peaje.

Un buen rato después me alegré de dejar la autopista y dirigirme al pueblecito de Vergina, donde había encontrado una habitación barata en un pensión. Al menos esto supuso un final positivo al día: el sitio era tranquilo, la habitación estaba bien, la chica de recepción era muy agradable y me dejaron entrar la moto al jardín, donde la veía desde mi balcón. La única nota negativa fue que tampoco querían saber nada de tarjetas de crédito, y todo lo que llevaba encima eran lev búlgaros, así que tuve que ir en busca del único cajero automático del pueblo.

20160825103754_1Me llevó un buen rato, ya que el lugar parecía estar formado por casas con jardín y no tener centro, pero al final conseguí encontrarlo, así como un pequeño supermercado donde compré la cerveza que marca el final del día.

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Sexta marcha

Día 19 – Martes 16 de Agosto – De Skopje a Blagoevgrad (225km)

Hoy fue, quizá por primera vez desde hacía bastante – un día bastante tranquilo en cuanto a visitas, excursiones y exploraciones. Subimos a las colinas al sur de Skopje antes de dejar la ciudad para ver las vistas desde la cruz del milenio, una estructura de 66 metros de altura construida para conmemorar 2.000 años de cristianismo. Nos llevamos una decepción al ver que solo era accesible por telecabina, no por carretera, pero había buenas vistas desde el aparcamiento donde terminaba la carretera y disfrutamos de unas vistas excelentes de la ciudad que añadieron un elemento más a la lista de lugares de los que mis impresiones de Skopje se alimentaban: Barcelona vista desde las colinas de Collserola.

20160816043255Dejamos la ciudad por la autopista y en el cuadro de la moto vi algo que no había visto desde hacía bastante tiempo: ¡la sexta marcha! Cubrimos bastante distancia (bastante aburrida) antes de que se terminara la autopista, que por cierto no es que estuviese en muy buenas condiciones para lo que nos costó en peajes. Se terminaba en Kumanovo, desde donde una carretera nacional normal que culminaba en un tramo de largas y fantásticas curvas colina arriba nos llevó a la frontera con Bulgaria.

De todas las fronteras que habíamos cruzado esperaba que esta fuese con diferencia la más fácil y rápida; dejar un país generalmente es cuestión de un par de minutos y entrábamos en la UE con pasaportes de la UE y un vehículo registrado en la UE con seguro de la UE, pero por alguna razón que desconocemos los macedonios se tomaron su tiempo para comprobar cada uno de los pocos coches en la fila y los papeles de sus ocupantes, y aun fue peor para entrar en Bulgaria. Me sentí tentando de hacer eso que se ve tanto en las películas, donde los americanos que están en el extranjero claman ‘¡soy un ciudadano americano!’ a la que algo no cuadra, y ponerme a gritar ‘¡soy un ciudadano de la UE, dejadme entrar!’

Una vez en el otro lado aun nos quedaba un buen rato hasta nuestro destino del día: Blagoevgrad, una pequeña ciudad situada entre los parques naturales de Rila y Pirin. En principio íbamos a pasar solo una noche aqui hasta que tuviéramos información de la zona y decidiéramos a dónde ir luego, pero el hotel resultó ser barato y muy agradable, y vimos que la excursión que queríamos hacer al día siguiente estaba a tan solo una hora de allí, así que decidimos quedarnos dos noches.

20160816113552Por la tarde fuimos a ver la ciudad y comprar provisiones para la excursión, y Nat tuvo otra lección sobre barrios obreros en Europa del este

No te fíes de las primeras impresiones

Día 11 – Lunes 8 de agosto – de Dubrovnik a Kotor (107,1km)

Hoy me levanté con la emoción de cruzar una frontera a un país en el que nunca había estado: Montenegro.

Cargamos la moto, que como he contado en el post anterior estaba en el aparcamiento de un centro comercial, y cuando bajamos por la rampa que daba a la calle vimos que, a diferencia del fin de semana, la barrera estaba bajada y había un vigilante en la cabina. Había visto un cartel que especificaba los precios por hora y lo más preocupante, el precio a pagar en caso de pérdida del ticket y no tenía intención alguna de pagar eso, así que cuando vimos que el vigilante estaba ocupado cobrando al conductor de un coche aprovechamos el momento y nos colamos por el hueco entre la barrera y la pared y salimos disparados calle abajo. Estaremos en la frontera antes de que se enteren, Joe.

20160808025014Y efectivamente llegamos a la frontera rápido tras una visita al fuerte para hacer una foto panorámica de la ciudad. Anticipando largas colas de nuevo nos habíamos puesto en camino temprano y habíamos tomado una carretera más al sur de la principal que seguía la costa para evitar el tráfico. No estábamos seguros si habría un paso fronterizo allí o si estaría abierto. No había coches en la carretera, que era realmente bonita, descendiendo suavemente hacia el mar por las laderas que dan al Adriático. Tras disfrutar de la carretera un rato encontramos la frontera croata, con solo dos coches esperando, y nos dejaron pasar muy rápido.

Dos curvas más abajo encontramos la frontera de Montenegro, donde había tres coches esperando, pero la policía se tomaba las cosas con mucha más calma, recogiendo los pasaportes de cada coche, llevándoselos al edificio y volviendo al cabo de un buen rato. Esperamos pacientemente al, con la temperatura en aumento a medida que avanzaba el día, hasta que al final nos dejaron pasar y llegamos a la primera población importante del otro lado, Herzeg Novi, diez minutos después de unirnos al tráfico que llegaba de Croacia por la carretera principal. En la primera gasolinera que encontramos compramos una pegatina para la moto (la Susi no tiene esta).

20160808041713Estábamos a la entrada de uno de los lugares más bonitos y únicos del Adriático: la bahía de Kotor, una intrincada bahía rodeada de montañas que superan los 1000m sobre el nivel del mar y que constituye lo que puede ser el único fiord en la zona del Mediterráneo. A lo largo de la costa ondeante, más de 100km de una carretera que tenía muchas ganas de hacer.

Desgraciadamente, al contrario que con otras carreteras que me han creado grandes expectativas, esta resultó ser algo decepcionante… la carretera está muy bien, pero es una vía princiopal que en esta época del año tiene mucho tráfico. Pasamos todo el viaje detrás de coches lentos o directamente parados cada vez que la carretera atravesaba una población, había un flujo constante de vehículos en el otro sentido y era demasiado estrecha para intentar circular entre los dos sentidos como hicimos en la frontera en Bosnia. Para cuando llegamos a Kotor, donde el tráfico estaba en su peor momento, y giramos para buscar el apartamento, me alegré de no tener que hacer la carretera entera. Hay un ferry que cruza la bahía en su parte más estrecha y ahorra más o menos la mitad del recorrido, pero no lo usamos porque había leído que la carretera valía la pena. Si venís aquí en plena temporada turística de verano, yo cogería el ferry.

El apartamento estaba colgado de la ladera con unas vistas imponentes de la bahía, el casco antiguo de Kotor y la fortaleza con su muralla. Para llegar hasta él tuve que subir por unas calles de las más empinadas que he visto jamás (y los que sepan donde vivía antes pueden dar fe de cómo eran las calles allí). Esta era la primera toma de contacto de Nat con la arquitectura de la Europa del este más profunda: caótica, gris, funcional, a veces sin terminar… y no se llevó muy buena impresión.

2016080810222520160808102503Solamente tras ver el apartamento, que era el mejor que habíamos encontrado hasta el momento, y dar una vuelta por la tarde en el centro histórico medieval perfectamente conservado empezó a tener una opinión más positiva de Montenegro. Hay que decir que el calor y los atascos no habían ayudado, así que para compensar nos dimos un baño en la playa de la ciudad, cuyas aguas eran increíblemente transparentes para una playa que está justo al lado de un puerto donde amarran grandes cruceros.

2016080811255620160808115859Con el sol y la temperatura ya más bajos nos atrevimos a hacer una visita a las murallas y la fortaleza, una impresionante muestra de arquitectura medieval que protegía la ciudad de ataques desde la montaña. La muralla se aferra casi en vertical a la montaña tras la ciudad, culminando en una fortaleza con una vista que domina la ciudad debajo, la bahía delante y las montañas detrás.

20160808132406Incluso a una hora tardía, con el sol ya tras las montañas, la temperatura era alta, y llegamos arriba empapados en sudor y agotados, pero las vistas valían sin duda la pena.

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No más carreteras rusas

Día 34 – Domingo 28 de julio – De San Petersburgo a Joensuu (419km)

Y no puedo decir que las echaré de menos… Hace unos días estaba yendo hacia San Petersburgo, un trayecto largo, y me di cuenta de que hacía bastante tiempo de la última vez que me había divertido en la carretera. Desde que entré en Ucrania me había ceñido a carreteras principales, porque las secundarias estaban en unas condiciones horribles o simplemente no existían. De disfrutar de las maravillosas carreteras de montaña en Europa había pasado a ir en línea casi recta todo el día, pasando calor, sudando, tragando polvo y humo de los camiones, vigilando las grietas y los socavones…. la carretera había pasado de ser algo que me divertía a algo con lo que lidiar antes de llegar al siguiente destino. Llevaba tanto tiempo haciendo así ¡que ya había olvidado que se suponía que tenía que disfrutar del trayecto! Hoy, la carretera que salía de San Petersburgo era una autovía de dos carriles muy buena, y después se convirtió en una carretera preciosa a través de bosques y campos que me recordó cuánto puede gozar uno en sitios así. El paisaje también cambió, y si no fuese por las señales, hubiese jurado que ya estaba en Finlandia, no en Rusia. Sin embargo, aún estaba en Rusia, y en Rusia no te puedes fiar de una carretera demasiado rato. En el momento en que piensas ‘uau, esta es genial’ y crees que va a ser así hasta llegar al destino, se convierte en una porquería. Y no creáis que sigue ninguna lógica, no es cuestión de límites de provincias, proximidad a una población o ningún otro criterio racional, simplemente pasa de autovía a carretera de gravilla, a asfalto roto, a no haber carretera, a asfalto nuevo sin pintar… nunca sabes que vas a encontrar más adelante.

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En mi caso, una carretera de gravilla polvorienta durante unos 100km. Para cuando estaba cerca de la frontera con Finlandia y volvió a aparecer el asfalto, estaba blanco de polvo y muy, muy contento de cruzar la frontera. Sin embargo, a pesar de las carreteras, echaré de menos Rusia. Ha sido una experiencia única, y la gente que he encontrado allí ha sido maravillosa.

De vuelta en la UE, la carretera era fantástica, lisa, asfalto nuevo. Entonces ocurrió algo extraño. El límite de velocidad era de 80km/h, y la gente lo respetaba. Nada de adelantamientos locos. Nadie me cerraba, todo el mundo esperaba pacientemente antes de incorporarse a la vía. Radares en todos los pueblos. Y pensé “esto es muy aburrido”. No podía adelantar cuando y como quisiera, o ir tan rápido como me hubiese gustado en esas carreteras… ¡De golpe echaba en falta la locura rusa!

El imponente paisaje, y el hecho de poder apreciarlo al no haber más socavones intentando matarme lo compensaba, y lo disfruté mucho de la última parte del día hasta que llegué al hostal donde iba a pasar la noche.

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Era un sitio muy bonito, aparqué la moto en el patio de atrás, donde había una barbacoa y un par de mesas de picnic, me preparé la cena y salí a sentarme fuera y terminar Las uvas de la ira con una taza de café en la mano.

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¡Y qué gran libro! Empecé a leerlo poco antes de entrar en Rusia y me caló hondo. Una historia dura, pero que definitivamente vale la pena. Os dejaré con un fragmento que leí, irónicamente, poco después de haber roto la llanta:

And his thought and his worry were not any more with rainfall, with wind and dust, with the thrust of crops. Eyes watched the tires, ears listened to the clattering motors, and minds struggled with oil, with gasoline, with the thinning rubber between air and road. Then a broken gear was a tragedy. Then water in the evening was the yearning, and food over the fire. Then health to go on was the need and the strength to go on and the spirit to go on. The wills thrust westward ahead of them, and the fears that had once apprehended drought or flood now lingered with anything that might stop the westward crawling.

Camellos y pozos de petróleo

Día 17 – jueves 11 de julio – de Astrakán a Dossor (455km)

Esta vez Martin y yo nos pusimos en camino temprano, y a las 8 de la mañana ya estábamos en la carretera, después de una parada para comprar algo de zumo y pastelería para desayunar. Salimos de la ciudad y poco después llegamos al río Buzan, que discurre paralelo al Volga. Había leído en HUBB que no había puente, y que necesitaríamos guardarnos algunos rublos antes de entrar en Kazakstán para pagar el ferry para cruzarlo. Resultó que había un puente, uno de esos montado sobre pontones que flotan sobre el río, y tuvimos que pagar 50 rublos para cruzarlo. La superficie del puente estaba hecha de planchas de metal, dobladas y abolladas, y resbalaba muchísimo, pero conseguimos cruzar sin caernos de la moto.

Desde allí solo teníamos unos pocos kilómetros hasta la frontera, que fue sorprendentemente fácil de cruzar. Había cola, pero nos colamos con las motos hasta delante y el guarda nos dejó pasar. Pasamos el lado ruso sin problemas, a pesar de que no nos habíamos registrado con las autoridades al entrar en el país, y no nos pidieron los papeles de importación temporal de la moto que nos habían dado cuando entramos el país desde Ucrania. En el lado kazajo los guardas eran muy amables y tenían curiosidad sobre nuestro viaje, es una pena que no se pudiesen hacer fotos. Usando un poco de lenguaje de manos, me dijeron que se podía cambiar dinero justo allí en el edificio de aduanas, y justo pasada la frontera había mucha gente ofreciendo cambiar dinero y vender seguro para automóviles. Ya que mi seguro europeo no cubría más allá de la parte Europea de Rusia, compré un seguro para 20 días por unos 27€.

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La carretera se volvió mala de inmediato, con un montón de agujeros que nos obligaban a ir de pié y prestar mucha atención para no pillarlos, ya que eran profundos y con los bordes vivos. Al cabo de aproximadamente una hora en el país, paramos a por gasolina en un pequeño pueblo y desde allí la carretera mejoró bastante, permitiéndonos viajar a unos 80km/h, pero aún con cuidado para evitar algún socavón de vez en cuando. Queríamos llegar a Dossor, que está unos 100km más lejos de lo que yo había planeado ir al principio, pero llevábamos un buen día y la  carretera no era tan mala como nos pensábamos, así que pensamos que podíamos llegar. Poco antes de Atyrau paramos a poner gasolina por última vez, ya que debería ser suficiente para completar el día.

El paisaje en Kazakstán era bastante aburrido, kilómetros y kilómetros de nada, sólo desierto, camellos y caballos y de vez en cuando un pueblo o un pozo de petróleo.

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La carretera de después de Atyrau era sorpredentemente buena, y pudimos ir rápido hasta Dossor.  Paramos una última vez para comprar agua y Martin compró también unas gafas de sol para poder llevar debajo de las de protección, ya que le molestaba mucho. Mientras nos preparábamos para volver a subir en las motos, un Belga en una bici muy rara entró en la gasolinera. Estaba participando en una carrera de bicis de energía solar desde Francia hasta Astana, y en ese momento era el líder.

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Se dedicaba al tema de la energía solar y había diseñado la bicicleta él mismo, nos dijo que había dos de sus prototipos participando en la carrera. Le deseamos buena suerte y le avisamos del mal estado de las carreteras, pero parece que estaba bastante seguro de que no sería un problema en su bici.

Llegamos a Dossor sobre las 7 de la tarde, y paramos a repostar en una gasolinera en el cruce donde a la mañana siguiente nos separaríamos, Martin continuando hacia el sur hasta Uzbekistán y yo hacia el norte hasta Aktobe. Preguntamos al hombre de la gasolinera dónde podíamos acampar, y nos dijo que mejor hacerlo detrás del edificio, ya que no sería seguro hacerlo más lejos del pueblo.

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Plantar las tiendas con el viento que hacía fue bastante difícil, y había muchísimo polvo. En sólo media hora el interior de las tiendas estaban llenas de arena del desierto que dejaba una fina capa sobre todas nuestras cosas. Preparé un risotto en el hornillo y me senté con la espalda contra la pared de la gasolinera a cenar y contemplar la puesta de sol en el desierto.

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Pasos fronterizos y sobornos policiales

Día 8 – Martes 2 de julio – De Ighiu a Lviv (607km)

El haber estado en Rumania en vez de ir directo a Ucrania desde Hungría significaba que había roto una de las reglas que me impuse: pasar la noche anterior a cruzar una frontera importante cerca de ella para poder llegar relativamente temprano por la mañana en caso que hubiese problemas con el papeleo y el proceso se alargase más de lo esperado. Otra consecuencia de esa decisión era que en lugar de pasar por una de las principales fronteras internacionales, tenía que hacerlo por una pequeña en una zona rural, y algunas de esas solo permiten el paso a los habitantes de la zona, no al tráfico internacional.

Así pues, habiendo roto también otra regla (que las jornadas serían más cortas conforme fuese hacia el este), me dispuse a hacer otro viaje de 10 horas a través de una frontera que no estaba seguro de que estuviese abierta. Llegué allí sobre las 2 de la tarde y, por suerte, ¡me dejaron entrar en Ucrania! Estaba bastante nervioso al respecto, salía ya de la UE y temía que buscasen problemas con mi documentación o la de la moto, pero no hubo ninguno. Lo bueno de los pasos fronterizos pequeños es que no se forman largas colas, solo había cuatro coches delante de mí, aunque se tomaron su tiempo y me freí al sol durante más de media hora. Una vez en Ucrania, descubrí lo malo de un paso fronterizo pequeño: la carretera.

¿Recordáis el socavón rumano? Pues es una mera imperfección en el asfalto comparado con esto. No solo eran profundos, sino que había miles de ellos, por todas partes, lo que hacía que coches y camiones tuvieran que avanzar en zigzag para esquivarlos, usando todo el ancho de la carretera y muy a menudo circulando en sentido contrario. Tuve que ponerme de pie y solo podía usar primera y segunda. Hacía calor, estaba sudando de mala manera y tragando polvo. Esto es el tipo de carretera que me esperaba en Kazakstán, no conectando dos países en Europa. Duró unos 50 km, después de los cuales la carretera se convirtió en lo que en Rumania hubiese llamado mala, pero aquí era un alivio. Estoy listo para este tipo de cosas, pero no como parte de una jornada de 600 km.

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Una vez me encontré con la carretera principal que venía desde Polonia las cosas cambiaron; la carretera se volvió mucho, mucho mejor y empecé a avanzar más. No iba rápido, pues había oído un montón de historias sobre la policía Ucraniana y lo estrictos que son con los conductores extranjeros, pero sí que hacía lo que llevaba haciendo los últimos cuatro o cinco días: adelantar donde había espacio y era seguro, independientemente de las señales.

Bueno, esto es una práctica habitual y absolutamente todo el mundo lo hace por estos lares, y no pasa nada, siempre y cuando no adelantes al jefe de policía del siguiente pueblo mientras se dirige a su casa vestido de civil en su coche particular. No hace falta decir que se encargó de que sus colegas me estuviesen esperando en el siguiente control, y en cuanto llegué me pararon. El agente no hablaba ni una sola palabra de inglés, pero dejó claro a base de gestos que había adelantado en una línea continua, y cuando llegó el jefe de policía lo subrayó con los mismos gestos antes de volver a meterse en su coche y dejarme en las competentes manos de su subordinado. Me pidió los papeles de la moto y me preguntó si entendía el portugués, pues parece que conocía a alguien en el consulado portugués e iba llamarlo para que me contasen lo que tenía que hacer. Me pasó su móvil y hablé con una chica que hablaba inglés, y me explicó que la multa eran cien euros. Antes de salir me habían dado consejos sobre cómo tratar con la policía por estos países, pero en este caso era innegable que había cometido una infracción, con lo que la única opción que tenía era pagar. Esto iba a dejar un buen agujero en mi presupuesto… Sin embargo, la chica me dijo que tenía dos opciones: podían darme una multa oficial por escrito, que debería pagar en Kiev antes de poder recuperar los papeles de la moto, o podía pagar al momento, lo que suponía la mitad de dinero y poder seguir con mi camino al momento. Le devolví el teléfono al agente y me hizo gestos para que lo acompañase a una sala más pequeña. Entramos, se sentó y sacó unos formularios oficiales, que eran la multa, y su móvil, puso las dos cosas sobre la mesa y las señaló. Yo señalé el teléfono, y entonces me dio un trozo de papel y un bolígrafo. Escribí “50€”, asintió, se puso de pie, levantó el cojín en el que estaba sentado y señaló debajo. Dejé el dinero allí, volvió a poner el cojín en su sitio y a partir de ahí se convirtió en el poli más majo del mundo, todo sonrisas y curiosidad acerca del viaje, consejos sobre no dejar la moto en la calle en Lviv porque era peligroso, e incluso se escribió los límites de velocidad en la palma de la mano para explicarlos.

Bueno, después del dinero ahorrado estos últimos dos días, al final solo supuso unos pocos euros de descuadre en el presupuesto diario, me había salido barata la cosa y además había experimentado de primear mano el proceso de soborno a la policía Ucraniana. ¡Vaya día!

Tras esto aún me quedaban más de 200 km para llegar a Lviv, y una vez allí, cansado y maloliente, me costó encontrar el sitio donde iba a pasar la noche. Al final Igor, mi huésped, salió a la calle y me encontró preguntando a tres individuos que no parecían entender muy bien lo que les explicaba.

Cogió su coche y me llevó hasta un parking dos calles más abajo donde dejé la moto por la noche. Me llevó de vuelta a su piso, un pequeño apartamento en uno de esos bloques de pisos soviéticos enormes y grises que se caen a trozos, para terminar de completar la experiencia ucraniana. Fue un huésped maravilloso, me preparó una cena fabulosa, y luego, intentando superar la barrera idiomática, hablamos del viaje y de motos. Me contó que había tenido una hacía años, y fue algo de lo que pudimos hablar con pocas palabras mientras contemplábamos el crepúsculo desde su balcón.

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