Preparados, listos… ¡ya!

Día 12 – 6 de enero – de Algeciras a Barcelona (1151km)

Eso es más o menos lo que Esteve quería hacer en el momento en que bajara la rampa del ferry: retorcer el puño del acelerador y no soltarlo hasta llegar a Barcelona. Era un trayecto muy largo, más de lo que habíamos hecho hasta Almería al inicio del viaje, que habían sido poco más de 800km y nos había llevado más de lo esperado. Estábamos hablando de casi 1.200km, una distancia que habíamos previsto cubrir en dos días, con una parada en Ademuz, donde tenemos una casa de la familia, cosa que nos permitiría ahorrarnos el coste de una noche de alojamiento.

Esteve, sin embargo, ya estaba cansado de tantos días sobre la moto e insistió en que quería llegar a casa lo antes posible, y si eso suponía hacerlo del tirón, pues que así fuera, tendría todo el fin de semana para deshacer las maletas, relajarse y prepararse para la vuelta al trabajo el lunes, una vuelta que preveía estresante. Intenté disuadirlo, pero había otros factores a tener en cuenta. ¿Os acordáis del problema con la suspensión de Gerard? Tanto él como Raluca no estaban demasiado entusiasmados con la idea del largo camino de regreso, incluso si era en dos jornadas, así que le estaban dando vueltas a la idea de llamar al seguro de la moto con el pretexto de la chapuza de la reparación, mandarla de vuelta a casa y viajar hasta Barcelona a cargo del seguro, incluso pasar un día visitando Granada antes de todo ello. Además, debo confesar que en este punto yo tenía parte de culpa de los planes que estaban haciendo tanto Gerard como Esteve, pues unos días atrás había descubierto que me había dejado las llaves de la casa, de modo que si volvíamos en dos etapas nos teníamos que costear una noche de hotel de todos modos.

La noche anterior Esteve ya había decidido que volvía del tirón, y yo empezaba a plantarme hacer lo mismo. Gerard y Raluca dijeron que tomarían la decisión al bajar del ferry, de modo que decidimos que lo mejor sería despedirnos en el barco y empezar la vuelta nada más salir del puerto.

Teníamos ya las tarjetas de embarque que recogimos el día anterior, de modo que esta vez no fue necesario madrugar tanto; el ferry salía a las 9am y solo era necesario estar en el puerto media hora antes. Además, era el día de reyes, así que todo el mundo estaría en casa abriendo los regalos con la familia, con lo que no esperábamos colas para embarcar ni tráfico para cruzar la península.

Una vez atravesadas las cabinas de control de las tarjetas de embarque me esperaba ir directo a la cola para subir al ferry, pero en lugar de ello vimos que había que pasar un control de aduanas. Pensé que este tema ya estaba zanjado al haber atravesado la frontera de entrada a Ceuta pues, al fin y al cabo, ya estábamos en España y territorio comunitario, pero parece que las autoridades tenían otro punto de vista.

La barrera estaba bajada y no parecía que hubiera nadie en la caseta, así que nos tocó esperar hasta que apareció un guardia civil medio dormido y claramente frustrado por tener que trabajar en tan señalada fecha en lugar de estar en casa con los niños. El único vehículo delante nuestro era una furgoneta grande con matrícula belga y con un solo ocupante de aspecto árabe. Creí que la policía iba a hacer un control rutinario rápido, pues faltaban 10 minutos para la salida del ferry, había muy pocos coches en la fila y, como ya he dicho, ya estábamos en España. Sin embargo, de dentro de la caseta apareció otro policía con un perro y le pidieron al de la furgoneta que abriera la parte posterior, hicieron subir al perro y éste se dedicó a olisquear toda la caja. En ese preciso momento recordé que la noche anterior había dejado lo poco que sobró del bocadillo en el bolsillo de mi chaqueta, que estaba plegada y guardada en la maleta izquierda. ‘Vale’, pensé. ‘No pasa nada, es una minucia, para uso propio y tal puedo decir si el perro huele algo… esas cantidades se toleran habitualmente en España.’

El perro terminó con la furgoneta, el conductor arrancó y se fue hacia el barco. El policía con el perro miró las tres motos, el perro estaba mirando al mar, el policía miró al resto de coches en la corta cola, nos volvió a mirar y nos hizo el gesto de que pasáramos. El perro no dejó de mirar al mar en ningún momento.

Con un suspiro de alivio seguimos adelante hasta topar con otro control antes del maldito barco, esta vez con una empleada de la naviera y otro agente de aduanas, comprobando los pasaportes. Ya había guardado el mío, y cuando paré la moto y empecé a abrir cremalleras para sacarlo de nuevo, el policía me miró, yo con el casco y las gafas de sol puestas, solo con el bigote asomando un poco, y me preguntó con un espeso acento del sur: ‘¿Tu eres español?’ ‘Sí’, le dije, y me respondió ‘pues tira’. Seguridad de la buena.

El ferry era un catamarán rápido y en menos de una hora de trayecto bien movido a través del estrecho estábamos en Algeciras. Nos habíamos despedido ya y estábamos listos para salir, al final iba a volver del tirón con Esteve.

Bajaron la rampa, abrimos gas y salimos al muelle, listos para lanzarnos a la carretera y devorar kilómetros lo antes posible, eran las 10 de la mañana y teníamos al menos unas 12 horas de moto por delante. Giramos hacia la salida del puerto y encontramos… otro control de aduanas. ¡Otra vez! Esta vez había cinco o seis coches delante de mí, y el policía con el perro (sí, había otro perro) lo estaba haciendo olisquear cada coche en la fila. Cuando hubo terminado con el coche de delante, miró la moto y me hizo el ya familiar gesto de que pasara, tras lo cual se puso a examinar el coche siguiente. Pasar fronteras en moto es lo mejor.

Finalmente salimos del puerto y comenzamos la larga vuelta a casa. Usamos una combinación de autopistas y autovías en busca de la forma más rápida y barata de volver a Barcelona, y decidimos que pararíamos solo a repostar y una vez para comer a mediodía. El cielo estaba nublado y había posibilidad de lluvia en el sur de España, pero en cuanto dejamos atrás la costa el cielo se aclaró y nos dejó un día perfecto para ir en moto, si bien la temperatura no subió en ningún momento de los 12ºC. En la segunda parada para llenar el depósito me tuve que poner toda la ropa que había usado en el trayecto de bajada, llevábamos una hora a 1.000m por encima del nivel del mar y me estaba congelando. La cosa mejoró a medida que volvimos a acercarnos a la costa pasado Murcia, pero duró poco. La noche nos cogió al sur de Valencia, y finalmente llegué a la puerta de casa a las 10:20pm, tras haberme separado de Esteve en Vilafranca. Habíamos hecho 1151km en 10 horas y 26 minutos según el GPS, el trayecto más rápido en las dos semanas de viaje.

Al levantar la vista del GPS vi a Nat, que llegaba a casa con pizza y cerveza como regalo de bienvenida. ¡Eso sí que es amor!

Espejito, espejito

Día 11 – 5 de enero – de Chefchaouen a Ceuta (104km)

Visitamos de nuevo la medina por la mañana para ver más con luz natural; ofrecía un contraste interesante con la tarde anterior. Era temprano y casi todas las tiendas estaban aún cerradas o empezaban a abrir, y las calles estaban muy tranquilas.

Esta vez la atravesamos hasta el límite este de la ciudad, donde hay unas pequeñas cascadas con un sistema de captación de aguas muy antiguo, un buen ejemplo de ingeniería hidráulica por la que destacó en su día la cultura árabe, y un par de fregaderos públicos. Estas instalaciones se encuentran aún con relativa facilidad en muchos pueblos de España, aunque casi ninguno cumple ya su función original. Algunos están en secos y en ruinas, otros han sido restaurados como parte del patrimonio del pueblo, pero aquí seguían en uso: unas pocas mujeres estaban lavando a mano mantas, sábanas y alfombras en el agua helada.

Poco después de tomar la carretera principal hacia la frontera con Ceuta encontramos gente al borde de la carretera gesticulando y haciendo ofrecimientos obvios a que les compráramos material para bocadillos. El día anterior había leído en un blog una advertencia contra una estafa común: esa gente ofrecía cantidades considerables del producto a precios muy bajos, de modo que los turistas caían en la tentación de comprarlo, sobre todo los que iban hacia el sur a empezar su periplo marroquí, no hacia la frontera como nosotros. Una vez han escondido el material en el vehículo y siguen con su ruta, el vendedor llama por teléfono o por radio a una patrulla policial con la que tiene un acuerdo y que paran al iluso turista en un control un poco más adelante. Encuentran el material de inmediato, cuya cantidad es suficiente para suponer problemas serios, incluso una visita a un calabozo, y exigen un soborno a cambio dejar en libertad a la víctima. Los turistas suelen tener que aflojar entre 300 y 400 euros a cambio de poder seguir con su camino, y la policía devuelve el material requisado al vendedor para volver a iniciar la estafa con el siguiente grupo de chavales en búsqueda de la experiencia marroquí.

Yo me había olvidado por completo de nuestro propio material; tan solo queríamos comprar un poco, lo justo para la noche anterior, porque sabíamos que hoy íbamos a la frontera y, naturalmente, no queríamos arriesgarnos, pero nos habían dado suficiente para varios bocadillos y tras el primero nos habíamos ido todos a la cama sin pensar más en el asunto.

Entretanto, en la carretera principal de camino a Tetuán, mi moto acusó finalmente el estado de las carreteras de Marruecos. Hasta el momento habíamos tenido incidentes con la moto de Gerard (el tema del guardabarros y del faro) y con la de Esteve (su cuentarrevoluciones había decidido recalibrarse a sí mismo 2.000rpm por encima de donde debería estar durante buena parte del viaje). El país estaba resulto a no dejarme ir sin pasar por el tubo yo también, y a pocos kilómetros de la frontera, mientras iba el último del grupo, se me aflojó el retrovisor izquierdo. Era como llevar una banderola en el manillar y no podía ver el tráfico detrás de mí, algo bastante peligroso en estas carreteras, así que adelanté al grupo y paramos para apretarlo.

Tetuán fue larga de cruzar, y eso que íbamos por una avenida que la rodeaba, ni siquiera nos acercamos al centro, pero el denso tráfico y controles policiales cada pocos cientos de metros ralentizaban nuestro avance. Decidimos evitar la autopista hasta la frontera para ahorrar algo, ya que la nacional suponía tan solo unos minutos de más, y la ruta que tomamos nos brindó unos contrastes interesantes. A lo largo de unos 40km fuimos paralelos a la costa, con vistas a algunas de las edificaciones con diferencia más caras que habíamos visto en todo el viaje. Eran resorts de playa encadenados uno tras otro a ambos lados de la carretera, nada que ver con los edificios decrépitos en la zona de la frontera en Melilla, pero el contraste más fuerte estaba en las colinas a nuestra izquierda, más allá de los resorts. En algún lugar de esas montañas, en condiciones infrahumanas en campos improvisados, miles de personas que habían cruzado gran parte del continente africano en busca de una vida mejor aguardaban con la esperanza de poder cruzar la frontera con Ceuta y pisar territorio de la UE. Habíamos visto en la prensa que tan solo unos días antes de llegar nosotros un grupo de más de 1.000 subsaharianos habían asaltado la valla que separa Ceuta de Marruecos, situación que había requerido la intervención de la policía de ambos países. La técnica es intentar saltar la valla en grandes números, de modo que al menos algunos tengan la oportunidad de llegar al otro lado. La cosa terminó con varios heridos en ambos bandos y tan solo dos inmigrantes logrando superar la valla, para terminar en el hospital a causa de las heridas.

En estas fechas, al menos en España, todo el mundo compra lotería; es una tradición muy extendida y la gente intenta conseguir boletos de todas partes, víctimas de esa especie de chantaje psicológico: “¿y si cae aquí, y si cae allí…?” Se compran boletos en el trabajo, en el bar de toda la vida, en la escuela de los chavales, a dónde sea que viajan en las semanas previas al sorteo, en todo tipo de clubes y agrupaciones… Hace tiempo que yo he dejado de malgastar dinero en ello porque me di cuenta de que ya me ha tocado el gordo en la lotería de la vida. Mientras avanzaba hacia la frontera de Ceuta pensaba que yo no era distinto de toda la gente que había encontrado viajando por países menos afortunados que el mío. Podría haber nacido en cualquier lugar del mundo, pero tuve la increíble suerte de ir a parar al primer mundo, a una buena ciudad, a una maravillosa familia. No somos conscientes del enorme privilegio que eso supone, de que la realidad que vivimos no es la realidad del planeta Tierra. Somos una minoría afortunada y lo olvidamos demasiado a menudo. Todos deberíamos tomarnos unos instantes para apreciar lo que tenemos.

Esta vez la frontera estaba mucho mejor organizada que en Melilla. También encontramos tipos intentando vendernos formularios de inmigración y conseguir dinero para ayudarnos a rellenarlos, pero teníamos todos los papeles listos y pasamos de largo hacia el interior del recinto, donde, a diferencia de Melilla, no se les permitía la entrada, de modo que pudimos hacer cola en paz hasta que nos sellaron los pasaportes y tramitamos la salida de las motos del país.

El trámite completo duró una media hora, y la entrada en España tan solo requirió enseñar el pasaporte. No fue hasta ese momento cuando, con un destello de pánico, me acordé del material para bocadillos y me pregunté si Gerard lo había cogido o lo había abandonado en el apartamento para evitar riesgos en la frontera. Por suerte, nadie parecía interesado en registrar a cuatro tipos en moto y con cara de cansado, y pasamos sin incidente alguno. Cansado y con ganas de pillar la ducha del hotel, se me olvidó de nuevo rápidamente preguntar por el asunto.

El día siguiente era 6 de enero, y encontramos la ciudad preparada para dar la bienvenida con el habitual desfile por sus calles a los Reyes Magos de Oriente, que vienen a traer regalos al niño Jesús o algo así. Resulta que sus Majestades ya habían llegado a Ceuta a media tarde y se alojaban con todo su séquito en nuestro hotel, de modo que a nuestra llegada encontramos una horda de críos y padres haciéndose fotos con ellos en el vestíbulo antes del desfile. Tras una merecida ducha nos escapamos a cenar, a por unas cervezas y un bocadillo.

Fue entonces, mientras celebrábamos el fin de nuestro viaje con las muy ansiadas cervezas y sentados  en una terraza con vistas al mar desde donde se adivinaba la silueta de las colinas que rodean Chefchaouen en el horizonte, cuando le pregunté a Gerard qué había hecho con los ingredientes. Me dijo que lo había escondido en la punta del dedo meñique del guante de la moto.

Volubilis y Chefchaouen

Día 10 – 4 de enero – de Moulay Idriss a Chefchaouen (181km)

Los cortos días de invierno hacían que pasáramos la mayor parte de las horas de luz en la moto con poco o nada de tiempo para visitar cosas una vez llegados a destino, de modo que desde Marrakech habíamos empezado a hacer jornadas más cortas y hacer turismo durante el recorrido.

Hoy teníamos un tramo particularmente corto y teníamso previsto ver dos cosas. La primera eran las ruinas de Volubilis, un importante asentamiento romano dos kilómetros a las afueras de Moulay Idriss, antigua capital del reino de Mauritania y el sitio exacto en el que Moulay Idriss I llegó en el siglo VIII y estableció el Islam en Marruecos, pues la actual ciudad de Moulay Idriss Zerhoun no se construiría hasta dos siglos más tarde.

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Gran parte del material empleado en la construcción de la nueva ciudad se tomó de Volubilis, y actualmente los restos más importantes que han quedado son la basílica y el templo de Júpiter Capitolino, así como el arco de triunfo.

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La ciudad pasó a formar parte del Patrimonio Mundial de la UNESCO en 1997, y a la hora en que llegamos nosotros se encontraba desierta, sin otros turistas ni nadie ofreciéndose a hacernos de guía. Pasamos más de una hora deambulando entre las ruinas, apreciando la extensión del lugar, la situación privilegiada al pie de las colinas, entre dos arroyos (llamados wadis aquí), con una amplia extensión de tierra fértil más allá de sus muros.

El sol iba ganando altura y con toda la ropa de moto que llevábamos encima decidimos que empezaba a hacer demasiado calor para la visita y enfilamos la carretera hacia nuestro próximo destino; Chefchaouen, la ciudad azul.

Durante la siguiente hora la carretera era bastante monótona, pero pasado Ouzzane entramos en la zona del Riff y las cosa mejoró mucho: valles verdes, carreteras de curvas, buen paisaje… todo lo necesario para un trayecto interesante hasta Chefchaouen.

img_0045Una vez a las afueras, viendo que era solo la una del mediodía y que Ceuta, donde se supone que íbamos a pasar la siguiente noche antes de tomar el ferry de vuelta a casa, estaba a tan solo 100km más, tuvimos un debate entre seguir con el plan establecido y quedarnos en Chefchaouen o visitarla rápido y seguir hasta Ceuta. Gerard y Esteve estaban ya cansados de tantos días sobre la moto y la idea de llegar a casa un día antes les resultaba tentadora, pero yo quería visitar Chefchaouen sin prisas y descansar un poco. En cualquier caso, avanzar el plan un día suponía cancelar la reserva en Chefchaouen, avanzar la de Ceuta y cambiar el billete de ferry, sin garantías de que pudiéramos recuperar el dinero en ninguno de los tres casos. Esto pareció razón suficiente para convencerlos de seguir con el plan y entramos en Chefchaouen en busca de nuestro alojamiento.

Esta vez habíamos reservado en un sitio llamado Villa Rita, una casa de huéspedes a 15 minutos a pie de la medina. Tardamos un buen rato en encontrarla, pues no teníamos una dirección exacta y la situación en el GPS era aproximada. Además, cuando llamamos a la puerta no había nadie. Por suerte, tras una llamada, el encargado apareció y la cosa mejoró muy rápido. Teníamos sitio para aparcar las motos dentro de la casa, en lugar de habitaciones teníamos un apartamento entero para nosotros, había calefacción, una chimenea en el comedor, wifi que funcionaba bien en todas las habitaciones y agua caliente en el baño. De lejos el mejor sitio de todo el viaje.

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Con unas cuantas horas de sol aún por delante bajamos a visitar la famosa ciudad azul, llamada así porque prácticamente todas las casas están pintadas de este color y algo de blanco, dándole un aire único y precioso a la medina. Nos contaron que el motivo es porque se supone que el color azul repele los mosquitos, mientras que el blanco cumple la ya conocida función de mantener los edificios frescos durante el calor del verano.

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La medina era mucho más grande de lo que nos esperábamos y, a pesar de ser una de las atracciones más grandes de la parte del país donde nos encontrábamos, no había demasiada gente en la calle, así que disfrutamos de un agradable paseo hasta el anochecer.

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Chefchaouen también es conocida por ser el centro de una de las principales regiones productoras de cannabis del país, y los turistas reciben ofrecimientos sin tapujos para comprar el producto por todas partes de la medina, así como la posibilidad de visitar las plantaciones.

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Al contrario de lo que cree la mayoría de la gente, no es fácil, por no decir imposible, encontrar cannabis fuera de esta región, y no es legal plantarlo ni venderlo en Marruecos. Sin embargo, siglos atrás, algunas familias obtuvieron un permiso especial del rey en el Riff, y en la actualidad la región se sigue valiendo de ello.

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Como parte de nuestra experiencia en Marruecos decidimos comprar un poco de… ¡Epaaaa! Un momento. Se supone que esto es un blog para todos los públicos. OK, a modo de guiño a How I Met Your Mother, digamos que decidimos comprar “bocadillos” de uno de los tipos en la plaza principal.

Se fue a buscar a un amigo, que nos dijo que le siguiéramos a un rincón menos concurrido e inmediatamente empezó a charlar. Nos contó que era algo así como la celebrity local, ya que había aparecido en un clásico del cine español de finales de los 80, ‘Bajarse al moro’. Para aquellos que no lo recuerden, en la película una jovencísima Verónica Forqué, que se gana la vida vendiendo bocadillos en Madrid viaja a Chefchaouen a por ingredientes. Nuestro amigo había hecho el papel del niño que se ofrece a llevarla a la montaña a ver las plantaciones y comprar material. Como hablaba español, el director encargó además al chaval la tarea de encontrarle todos los extras para las escenas con gente, y desde entonces, los turistas españoles asocian su cara con los bocadillos, así que, según él, se vio ‘forzado por la vida a dedicarse a ese negocio’.

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No queríamos comprar mucho, solamente para probarlo, pues íbamos ya de vuelta y al día siguiente pasábamos la frontera, así que conseguimos convencerle para comprar poca cantidad y de vuelta al apartamento vimos que era tan bueno que con solo bocadillo tuvimos suficiente y caímos rendidos en la cama.