Día 4 – Viernes 28 de junio – De Smrjene a Budapest (532km)
¡Que día! Una de las cosas que te dicen sobre viajes así es que es cuando empiezas a tener problemas cuando empieza la verdadera aventura. Bueno, puede sonar a locura, pero es cierto: tuve la primera caída y a pesar de ello, fue otro día maravilloso.
La caída no fue grave, pero sí bastante humillante… Acababa de salir de Smrjene e iba de vuelta a la ciudad para atravesarla e ir hacia la frontera siguiendo las instrucciones en el GPS. El trafico era bastante denso otra vez, era hora punta por la mañana y estaba parado en un semáforo detrás de una furgoneta que me tapaba la vista hacia adelante. El semáforo cambió y el traficó empezó a moverse, cuando de repente la furgoneta clavó los frenos y yo también para evitar darme contra ella. Justo estaba empezando a moverme, de modo que la moto estaba un poco inclinada, no habiendo cogido aún suficiente velocidad para mantenerse derecha ella sola, así cuando frené de golpe se inclinó demasiado hacia un lado y pasado cierto ángulo, la caída era inevitable. Cayó estrepitosamente en medio de una calle principal llena de coches en el centro de la ciudad. Me levanté, comprobé que yo estuviese bien (lo estaba) e intenté levantar la moto para apartarla, pero enseguida descubrí que completamente cargada era demadiado pesada para para levantarla solo.
Por suerte, un chaval cruzó la calle rápidamente entre el tráfico y me ayudó a levantarla. La arranqué y la llevé a una parada de bus para ver si se había roto algo. Había aterrizado en los BarkBusters, que hicieron su trabajo muy bien y evitaron que se dañase la maneta del embrague, y en la maleta izquierda, que tenía una pequeña rascada. El botellero exterior se había soltado del tornillo inferior pero eso parecía ser todo. Arranqué y seguí mi camino.
Me han dicho que en viajes tan largos es necesario cierto tiempo para ir cogiendo el ritmo, y hoy empecé a verlo. Tenía otro largo día por delante, pero esta vez no me preocupaba perder tiempo si me paraba a hacer fotos a algo que me gustase o a descansar más a menudo. Sabía que tenía todo el día para llegar, y podía disfrutar de la carretera.
Con esta nueva mentalidad, me paré poco después de dejar la ciudad y descubrí que la maleta izquierda no estaba bien cerrada. Al inspeccionarla más de cerca me di cuenta de que la caía la había empujado contra el soporte, doblándola lo suficiente para deformar el labio de la apertura, de modo que ya no quedaba alineado con la tapa.


Estaba bastante nublado, y Franci había mirado la previsión del tiempo para Hungría y había posibilidad de lluvia, así que me preocupaba que entrase agua en la maleta, sobretodo porque era la que contenía el material de acampada y de dormir. Decidí intentar encontrar un taller para ver si la podían enderezar. De vuelta en la carretera empecé a buscar y enseguida vi algo que parecía uno. Me acerqué y resultó ser una especie de estación de ITV. Como ya estaba allí, decidí preguntar dónde podía encontrar un lugar para repararla, así que me acerqué a un hombre que salía con los papeles de su coche en la mano. Le expliqué el problema, echó un vistazo a la maleta e inmediatamente sacó su móvil y llamó a un amigo suyo que tenía una planchistería. Desafortunadamente, no contestaba, así que me acompañó a la nave de al lado, donde había un lavado de coches.

El hombre del lavado llamó a su colega, que tenía un pequeño taller detrás del edificio, y vino y me indicó con gestos que desmontase la maleta de la moto y se la diese. Lo hice, y diez minutos más tarde volvió con la maleta en la mano, lo suficientemente enderezada para que la tapa volviese a encajar bien. Les di mil gracias y seguí mi camino.
Un par de horas después encontré un taller desvencijado con estas maravillas en la puerta y me paré a hacer unas cuantas fotos.




Las carreteras eran geniales otra vez, y me estaba preguntando si la gasolina sería más barata en Hungría o en Eslovenia cuando de repente, saliendo de una curva y subiendo una colina muy empinada, me encontré con una señal que me sorprendió.
Uno puede toparse con gente, con problemas, con una farola si no se anda con ojo, pero era la primera vez en mi vida que me topaba con un país. Aparentemente, me había encontrado con Austria por casualidad.

Mirando el mapa había visto que había una línea bastante recta de Ljubljana a Budapest, pero aparentemente mi GPS había decidido que me gustaría más la ruta paisajística, y no se equivocó. Me había llevado hacia el norte, en dirección a Graz, y luego hacia el este por encima del parque natural Orségi Nemzeti y luego a Hungría. Disfruté mucho de esas horas en Austria y aproveché para conseguir otra pegatina y llenar el depósito, ya que la gasolina era más barata que incluso en España. Me parece que el viaje que algún día quería hacer por el norte de Italia se va a quedar en proyecto… ¡con esos precios prefiero visitar Europa central! El paisaje es mejor, también. Una vez crucé la frontera, sin embargo, todo cambió.

La carretera seguía siendo estrecha, pero estaba en bastante mal estado, y todo parecía peor cuidado. Me paré en una gasolinera justo en la frontera para cambiar algo de dinero por primera vez y comprar otra pegatina.

Había estado medio tapado todo el día, condiciones perfectas para ir en moto, no demasiado calor, sin lluvia… pero por la tarde el tiempo empeoró y parecía que iba a llover. Iba pensando que debería parar y poner la capa impermeable en el traje, pero eso suponía desmontar el petate y mi yo más optimista no dejaba de ver que más adelante el cielo estaba más claro. Eso sí a media mañana me había tenido que poner los guantes de invierno, que hacía frío.
Al final llegué a Budapest seco y encontré el lugar donde me quedo un par de días sin problemas. Si venís a Budapest en moto o en bici, ¡este es el lugar donde alojarse! Acampé, me dejaron un par de herramientas de precisión (también conocidas como martillos) y me dediqué a volver a darle forma a la maleta a base de golpes. Pero ya contaré más mañana, que hoy fue un día largo, unas diez horas en la moto, y ya es tarde.