Día 4 – Martes 29 de Julio – Del Refugio Casa de Piedra al Cabo Higer (362 km)
El martes por la mañana me levanté muy temprano, a las 6, porqué quería llegar a la otra punta de los Pirineos ese día y porqué es la hora a la que todo el mundo se levanta en un refugio de montaña si no se quieren perder el desayuno. Miré por la ventana, que daba a la garganta por la que había llegado el día anterior y que era también la ruta por la que me iba a ir hoy, y el día parecía soleado.
Sin embargo, una vez hube acabado el desayuno y salí por la puerta para prepararme, vi que estaba lloviendo y que la mayoría de los montañeros estaban sentados en el porche esperando que se despejase el día. Hacía sol hacia el sur, pero justo por encima de nuestras cabezas y en las montañas a nuestras espaldas había una densa capa de nubes. Mi ruta me llevaba hacia el sol, así que esperé a que pasase la lluvia al menos en el refugio, ya que no quería ponerme el mono solo para quitármelo 10km más adelante, pero al cabo de media hora la situación seguía igual. Algunos montañeros se habían puesto los impermeables y se aventuraban ya montaña arriba, y como no quería perder más tiempo, hice lo propio y me puse en camino.
Como era de prever, ni siquiera había llegado a la carretera principal cuando la lluvia quedó atrás y me tuve que detener a meter el mono otra vez en las maletas. Para cuando llegué a la A-136 en dirección a Sabiñánigo ya hacía sol y la temperatura iba subiendo rápido, parecía que iba a ser un buen día para ir en moto. En Sabiñánigo giré hacia el oeste por la A-23, el único tramo de autovía en todo el viaje y por suerte uno corto, ya que sólo estaba terminada hasta Jaca, y pasado la población volvía a ser carretera nacional, que en este tramo transcurría paralela a la ruta del Camino de Santiago, por donde pude ver unos cuantos pelegrinos cargando con mochilas. En Puente de la Reina de Jaca paré a llenar el depósito y a comprobar las presiones de las ruedas y el nivel de aceite, y mirando el mapa decidí que en vez de ir recto hacia arriba hacía Ansó Y Zuriza iba a tomar el valle a la derecha de ese, ir hasta Hecho y luego hacer la carretera que cruzaba hasta Ansó y luego otra para llegar a la NA-137 y tirar hacia la frontera francesa.
Fue sin duda una decisión acertada, ya que no había ningún otro coche en la carretera y las vistas eran espectaculares. La carretera transcurría mayoritariamente por bosques de abetos, y pronto llegué al límite entre Aragón y Navarra, ganando cada vez más altura Pirineo adentro. El tiempo seguía siendo bueno, pero la temperatura había caído en picado a medida que ganaba altura y empecé a darme cuenta de que había cometido un grave error de cálculo. Cuando salí de Barcelona, pensando que era verano y que las temperaturas no iban a ser muy bajas, y como me llevé la chaqueta y los pantalones buenos (no iba en chaqueta de verano y vaqueros) no había cogido la capa térmica ni la impermeable. Ya tenía el mono impermeable por si hacía mal tiempo; también me había llevado solo los guantes de verano. Durante los primeros días esta combinación había funcionado perfectamente, incluso llegué a pasar mucho calor el primer día, y no había pasado frío en la lluvia y la niebla el día anterior, pero a medida que bajaba hacia la NA-137 iba haciendo cada vez más frío y empecé a echar de menos mejor equipo. Antes de empezar a subir el puerto hacia Francia me tuve que poner el mono de lluvia, en parte porque empezaba a nublarse, pero sobre todo para mantener la temperatura, y conecté los puños calefactados. Empezaba a notar también el frío en el cuello, y tuve que improvisar y ponerme una camiseta fina alrededor.
La subida al Col de la Pierre St Martin era preciosa, pero la temperatura y la niebla que se aferraba a las montañas estropearon el día hasta el punto que cuando hube llegado al lado francés empecé a replantearme la ruta. De bajada paré en el Col de Soudet, a unos pocos kilómetros del otro, donde la carretera se bifurcaba. Era hora de tomar una decisión. Estaba completamente congelado, y si quería seguir con la ruta planeada iba a tardar mucho en llegar a Hondarribia, ya que iba serpenteando por la frontera. Consideré la posibilidad de simplemente coger una nacional y tirar directo para llegar a primera hora de la tarde, per al mirar el mapa vi que en este punto del viaje estaba lo más alejado posible de vías principales. Decidí seguir con el plan hasta Saint-Jean-Pied-de-Port y allí ya decidiría si continuaba o tiraba directo hacia la costa.
Oh, y ahora puedo decir sin dudarlo que fue la decisión correcta. Al bajar del puerto las nubes quedaron atrás rápidamente, la niebla se abrió y ante mi vi uno de los valles más bonitos que he visto. Era el principio de la mejor parte del día. Bajé por el estrecho valle contemplando uno de los mejores paisajes que he visto en el Pirineo, era espectacular, y no dejaba de mejorar. La minúscula carretera bajaba en picado hasta llegar a la D26 al fondo del valle, donde paré a comprobar de nuevo el mapa. Mientras lo hacía, un par de chicas en Monkey Bikes con remolques enganchados pasaron de largo y vi que tenían matrículas holandesas. No tuve la oportunidad de hablar con ellas, y me pregunto en qué tipo de viaje se habían embarcado (no pude encontrar nada en internet cuando volví a casa) pero sin duda eran muy valientes sólo por haber llegado hasta allí con esas motos. Tomé la D26 hacia el suroeste en dirección a Larrau. Allí, en vez de cruzar el puerto de Larrau (ese lo dejaba para más tarde), fui al oeste por la estrecha D19 a través del Col Bagargui, el Col de Burdincurutcheta y el Col d’Haltza hasta llegar a Saint-Jean-Pied-de-Port.
Esta población es el punto de inicio para muchos peregrinos que se aventuran hacia Santiago, así que esperaba que fuese fácil encontrar una tienda de material de deporte donde poder comprar algo decente que ponerme alrededor del cuello. Encontré una cerca del centro, pero estaba cerrada. Era mediodía, así que me esperé un rato con la esperanza de que estuviese cerrada por la hora, no porque fuese un festivo. Por suerte, al cabo de unos 20 minutos una mujer aparcó delante de la tienda y la abrió. Me compré una braga fina y seguí con la ruta.
Dejé Saint-Jean-Pied-de-Port por la D918, que iba siguiendo el río. En algunos puntos donde la carretera se acercaba al agua vi que debía haber habido fuertes lluvias en los días anteriores, pues había claras señales de que el agua había subido y en algunos puntos desbordado el cauce e inundado los campos e incluso la carretera, y había muchas ramas y árboles arrancados y esparcidos por las orillas.
Había también una vía que seguía la carretera, y al cabo de un rato llegué a un puente metálico que la llevaba al otro lado del río. Había visto que las catenarias eran viejas y estaban cubiertas de óxido, así que imaginé que hacía ya un tiempo que no pasaban trenes por esa línea. Como soy un poco friki de los trenes, dejé la moto debajo del puente y me encaramé entre arbustos para subir a la vía y hacer algunas fotos. Los raíles también estaban oxidados, lo que confirmó mis sospechas de que la línea llevaba tiempo abandonada, pero las pesquisas que hice más tarde, ya de vuelta a casa, revelaron dos hechos interesantes: las inundaciones que había visto hacía un momento no eran tan recientes, y la línea no llevaba tanto tiempo cerrada como pensaba. Era una línea que unía Sain-Jean-Pied-de-Port con Bayona, y a pesar de que la deselectrificaron en 2010, aún la operaban trenes diesel-eléctricos hasta marzo de 2014, tan solo cuatro meses antes, cuando las fuertes lluvias que habían causado las inundaciones causaron también un desprendimiento que cerró la línea. Me sorprendió bastante, pues visto desde encima, el puente y las traviesas estaban en muy mal estado, lo que hacía difícil imaginar que un tren pudiese haber circulado con seguridad por allí hacía tan solo cuatro meses.
La carretera se volvía de nuevo interesante cuando, al llegar a Cambo-les-Bains, giré hacia el sur para encaminarme de nuevo a las montañas, que para ahora eran ya colinas, y el Puerto de Otxondo, donde encontré un área de picnic para parar a comer.
El resto de la tarde me llevó a Elizondo para tomar la N-121B y luego la N-121ª, que me hubiese llevado directo hasta el final de mi viaje, pero quería hacer un par de puertos más antes de llegar allí, así que al pasar de Berrizaun giré a la derecha y enfilé por la NA-4400 para subir al Puerto de Lizarreta, bajé hasta Sare, rodeé el pueblo y volví a subir en dirección al Collado de Lizuniaga y bajar en dirección a la N-121A de nuevo.
Era un rodeo que valía mucho la pena, y aparte de un par de camiones hormigonera que aparentemente iban de ninguna parte a ninguna parte y me estropearon las primeras curvas del recorrido, el resto fue fantástico.
El bosque era tan denso que pude tomar pocas fotos, ya que había poca luz dentro.
Al cabo de poco de volver a la N-121A llegué por fin a Hondarribia, y como ya había estado allí hacía poco, crucé la ciudad directamente hacia el Cabo Higer, donde el faro que marcaba el final de mi viaje me esperaba. Había tardado cinco días y recorrido 1.247km.
Justo al lado del faro, y mirando al océano, hay un camping con lo que deben ser unas de las mejores vistas de las que he disfrutado jamás desde mi tienda. Acampé junto a una valla de madera en el borde mismo del acantilado y me senté a contemplar la puesta de sol mientras cenaba.