WiFi en el bosque

Día 36 – Martes 30 de julio – de 5km al norte de Ruka a 10km al norte de Ivalo (429km)

Me levanté poco antes de las 6 am y a pesar de que me tomé mi tiempo para desayunar y recoger todo, cogí la carretera bastante temprano. Me había quitado las capas térmicas del traje el día anterior ya que hacía mucho calor, pero hoy el día se levantó nublado y fresco, así que a las 10am, visto que la cosa no iba a mejorar, paré, las volví a poner y cambié los guantes por los de invierno.

Había elegido una ruta cercana a la frontera para evitar las carreteras principales otra vez, y estuve toda la mañana solo, por carreteras desiertas que me llevaron a través de lagos, bosques y pantanos. El paisaje era bonito, pero en la mañana fría y gris también era desolador en ciertos momentos y podía imaginarme con facilidad lo duro que debía haber sido el invierno para los soldados pobremente equipados que tuvieron que atravesar estas tierras.

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Hacia mediodía ya había cubierto mucha distancia, y el día había mejorado un poco. Paré en un café para comer algo y charlé un momento con un par de moteros suizos que bajaban de Noruega. Me dijeron que el tiempo había sido miserable las últimas semanas. Eso me preocupó un poco, ya que contaba con acampar todo esta parte del viaje en Finlandia, Noruega y Suecia…

Viendo que era temprano y estaba avanzando mucho, empecé a estudiar opciones. Era demasiado temprano para dar el día por terminado y parar a dormir en Finlandia, así que podía continuar e intentar llegar tan cerca el Nordkapp como fuese posible para estar allí temprano al día siguiente y acampar ya de bajada por la costa Noruega o podía seguir recto hacia el norte en vez de tomar la ruta principal hacia el noroeste y luego reseguir la costa noruega hasta llegar al Nordkapp por la nochey poder ver el sol de medianoche. Al final sin emabargo, un dolor muscular agudo en el pecho, seguramente de dormir en una postura rara la noche anterior, me hizo decidirme a ir hasta la última población principal en Finlandia y buscar un sitio para dormir.

Iba a ir un poco más lejos antes de empezar a buscar sitio, ya que sólo eran las 6 pm, pero entonces vi un indicador que señalaba un camping al lado de un lago, y tuve la sensación de que sería un buen sitio. Siempre me he fiado del instinto cuando se trata de encontrar un buen sitio, y normalmente siempre ha funcionado bien. Esta vez no fue ninguna excepción. El camping era más caro que el anterior (15€ la noche), pero las instalaciones compensaban el precio con creces, especialmente el hecho de que a pesar de ser un bosque al lado del río tenían wifi, lo que suponía que podía escribir este post estirado en mi saco.

Como era temprano decidí dedicar la tarde a relajarme, y me fui al lago a darme un baño. El agua era cristalina y muy fría, pero me sentó divinamente. Me estuve una hora setnado al sol, secándome y leyendo mi nuevo libro: Fahrenheit 451.

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Justo antes de irme a la cama estaba yendo hacia el lago otra vez a hacer unas cuantas fotos, ya que el cielo estaba de un color violeta precioso con el sol de medianoche, cuando vi un hombre llegar en bicicleta y parar al lado de mi tienda. Vi que tenía algo escrito en la espalda y cuando me acerqué vi que ponía “10.000km”. Le dije que esa era la distancia que yo llevaba hecha en la moto, y me dijo que estaba dando la vuelta a Escandinavia en 8 semanas, haciendo hasta 260km por día. O mejor dicho por noche, pues prefería viajar de noche. O de día, ya que no oscurece aquí arriba… Bueno, es un poco confuso…

Le dije hacia donde iba y me recomendó un par de sitios que ver, uno más al este que el Nordkapp, el otro, 9km a pie desde el Nordkapp, que es el auténtico punto más al norte de Europa. Sonaba todo muy tentador, mañana decidiré cómo planifico la ruta del día.

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La Guerra de Invierno

Día 35 – Lunes 29 de julio – De Joensuu a 5km al norte de Ruka (539km)

Por primera vez desde que dejé Barlceona, me levanté esta mañana, arranqué la moto y salí a la carretera sin un destino fijado no un numero de kilómetros que cubrir durante la jornada. No me había sido posible encontrar un hostal barato en ningún sitio, y las solicitudes de couch que había mandado a Rovaniemi habían sido denegadas o no habían sido respondidas, así que decidí simplemente tirar y buscar un camping o acampar por libre cuando me cansase.

El día anterior había parado en una gasolinera en la esquina de la calle donde estaba el hostal y había comprado un mapa de carreteras. El GPS había sido una gran ayuda hasta el momento, pero me había mantenido en las vías principales, lo que está genial en Rusia, donde cualquier otra cosa que las vías principales sería una pesadilla de trayecto, pero ahora quería explorar las vías secundarias. Tenía que cubrir 400km al día para llegar al Norkapp bien de tiempo, lo que no era mucho teniendo en cuenta lo buenas que eran las carreteras en Finlandia, así que quería ver la red de carreteras en detalle y elegir una ruta alejada de las carreteras principales.

Poco después de dejar Joensuu vi que la carretera principal rodeaba un lago por la izquierda, y había una carretera más pequeña a la derecha que iba más cerca de la orilla, más aún si tomaba una carretera aún más pequeña que salía de la primera. Fui por allí y descubrí una carretera maravillosa.

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Hacía sol, la temperatura era perfecta, las vistas imponentes, tenía la música puesta y no había nadie más en la carretera. Hacía mucho que no disfrutaba tanto en la moto, y entonces la carretera se convirtió en una pista de gravilla, pero un una pista rusa, una pista finlandesa, que son muy buenas, y disfruté aún más, de pie en los estribos, levantando polvo a 100km/h.

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Había salido temprano, ya que me levanté sober las 7, imposible dormir más con lo que brilla el sol a esas horas tan al norte, y los primeros 200km parecieron más 20. Paré a por gasolina por primera vez en Finlandia, el último repostaje había sido en Rusia justo antes de la frontera, y me sorprendió gratamente descubrir que si bien era un poco más caro que en España, el precio aún estaba dentro del presupuesto calculado y por debajo de Italia, la gasolina más cara que había pagado hasta el momento. También miré los precios de la cafetería al lado de la gasolinera y también eran razonables, comí un menú por 8€.

Mientras estaba fuera de la cafetería poniéndome otra vez todo el equipo una KTM paró a mi lado. Era una Adventure S con los colores del Dakar, en un estado impecable. Le dije al motero “buena moto” y diez segundos más tarde ya estaba de vuelta dentro, tomando café con él y hablando de motos. Se llamaba Sami y era un fotógrado de Helsinki. Me dijo que estaba explorando las pistas de gravilla a lo largo de la frontera con Rusia y ya que iba hacia el norte desde Kuhmo, donde habíamos parado, me invitó a unirme a él. Como tenía tiempo de sobra y ningún horario que seguir ese día, me pareció genial tener un poco de compañía.

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Fuimos por carreteras secundarias durante unos 100km, pero no gravilla, ya que lo más cercano a la frontera estaba asfaltado en ese tramo, y al cabo de un rato me hizo señas para que parase. Acabábamos de pasar un edificio en un cruce y me preguntó “¿te interesa la historia?” “Por supuesto”, le dije. Resulta que el edificio detrás nuestro era una museo sobre la Guerra de Invierno, y la carretera que salía hacia la derecha, la carretera que llevaba hasta Rusia, donde la batalla más importante tuvo lugar.

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Aún quedaban piezas de artillería escampadas por la carretera  y Sami me dio una lección de historia muy interesante. Tenía un extenso conocimiento sobre el tema, e incluso había usado algunos de los cañones que los finlandeses capturaron de los rusos en esa batalla durante su servicio militar. Fuimos por la carretera e gravilla durante un rato, vimos un memorial y luego volvimos a la carretera principal. Al cabo de un rato llegamos a otro cruce y nuestros caminos se separaron, ya que yo quería intentar ir más hacia el norte antes del anochecer y buscar dónde acampar. Me dio su contacto y me dijo que le llamase cuando pasase por Helsinki.

Antes de irse me dio un último consejo: estaba cerca de la región de Laponia, y me dijo que había muchos renos sueltos y que era peligroso para los coches, y aún más para las motos. Le di las gracias y efectivamente, poco después vi el primero, trotando con calma por la carretera. Ralenticé la marcha y lo pasé, pero desapareció en el bosque antes de que pudiese hacerle una foto. Después de eso, vi docenas.

Sobre las 7 de la tarde paré a comprar algo de comida y luego empecé a buscar un sitio donde pasar la noche. Había lagos por todas partes, y me apetecía buscar un camping cerca de la orilla y quizá nadar un poco, y al cabo de unos kilómetros del último pueblo, vi la entrada a un camping. Pregunté y sólo costaba 7€, así que decidí parar allí, estaría bien poder darme una ducha. El camping era una extensión de césped sin delimitaciones  y podías plantar la tienda donde quisieras. Acampé y como aún era temprano, limpié y engrasé la cadena, desmonté las maletas de la moto y reorganicé mis cosas, deshaciéndome de algunos trastos que no había usado ni iba a usar, intentando reducir un poco el peso.

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También me dediqué a reparar las cintas que aguantan el depósito de reserva de gasolina. Las vibraciones habían conseguid cortar una de ellas y la otra estaba a punto de partirse, así que reparé una y reforcé la otra con cinta americana.

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Solo me había encontrado con vibraciones realmente malas en Kazakstán, así que me sorprendió ver que las cintas habían fallado. Después de descubrirlo cuando se rompió la llanta, até el bidón con pulpos a la espera de una solución mejor. Había comprado el conjunto, bidón, soporte y cintas en Touratech, y se supone que sus productos son de alta calidad y están pensados para este tipo de viajes. Dudo de que las cintas hubiesen aguantado más de una semana en Kazakstán, así que me sentí estafado. Hice alguna fotos y van a tener noticias mías en cuanto llegue a casa.

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Preparé la cena en mi hornillo y luego me senté al lado del lago antes de meterme en la tienda a escribir un rato. Era un momento mágico, y me sentí relajado como no lo había estado en semanas, en total harmonía con lo que me rodeaba. Esto era lo que estaba buscando. Con la mirada perdida en el lago, mi moto y mi tienda detrás de mí, sentí que no necesitaba nada más.

Era casi medianoche cuando me metí en la tienda, y aún había suficiente luz para poder estar sentado fuera y leer un libro sin problemas. Me pregunté si llegaría a oscurecer del todo esa noche.

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No más carreteras rusas

Día 34 – Domingo 28 de julio – De San Petersburgo a Joensuu (419km)

Y no puedo decir que las echaré de menos… Hace unos días estaba yendo hacia San Petersburgo, un trayecto largo, y me di cuenta de que hacía bastante tiempo de la última vez que me había divertido en la carretera. Desde que entré en Ucrania me había ceñido a carreteras principales, porque las secundarias estaban en unas condiciones horribles o simplemente no existían. De disfrutar de las maravillosas carreteras de montaña en Europa había pasado a ir en línea casi recta todo el día, pasando calor, sudando, tragando polvo y humo de los camiones, vigilando las grietas y los socavones…. la carretera había pasado de ser algo que me divertía a algo con lo que lidiar antes de llegar al siguiente destino. Llevaba tanto tiempo haciendo así ¡que ya había olvidado que se suponía que tenía que disfrutar del trayecto! Hoy, la carretera que salía de San Petersburgo era una autovía de dos carriles muy buena, y después se convirtió en una carretera preciosa a través de bosques y campos que me recordó cuánto puede gozar uno en sitios así. El paisaje también cambió, y si no fuese por las señales, hubiese jurado que ya estaba en Finlandia, no en Rusia. Sin embargo, aún estaba en Rusia, y en Rusia no te puedes fiar de una carretera demasiado rato. En el momento en que piensas ‘uau, esta es genial’ y crees que va a ser así hasta llegar al destino, se convierte en una porquería. Y no creáis que sigue ninguna lógica, no es cuestión de límites de provincias, proximidad a una población o ningún otro criterio racional, simplemente pasa de autovía a carretera de gravilla, a asfalto roto, a no haber carretera, a asfalto nuevo sin pintar… nunca sabes que vas a encontrar más adelante.

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En mi caso, una carretera de gravilla polvorienta durante unos 100km. Para cuando estaba cerca de la frontera con Finlandia y volvió a aparecer el asfalto, estaba blanco de polvo y muy, muy contento de cruzar la frontera. Sin embargo, a pesar de las carreteras, echaré de menos Rusia. Ha sido una experiencia única, y la gente que he encontrado allí ha sido maravillosa.

De vuelta en la UE, la carretera era fantástica, lisa, asfalto nuevo. Entonces ocurrió algo extraño. El límite de velocidad era de 80km/h, y la gente lo respetaba. Nada de adelantamientos locos. Nadie me cerraba, todo el mundo esperaba pacientemente antes de incorporarse a la vía. Radares en todos los pueblos. Y pensé “esto es muy aburrido”. No podía adelantar cuando y como quisiera, o ir tan rápido como me hubiese gustado en esas carreteras… ¡De golpe echaba en falta la locura rusa!

El imponente paisaje, y el hecho de poder apreciarlo al no haber más socavones intentando matarme lo compensaba, y lo disfruté mucho de la última parte del día hasta que llegué al hostal donde iba a pasar la noche.

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Era un sitio muy bonito, aparqué la moto en el patio de atrás, donde había una barbacoa y un par de mesas de picnic, me preparé la cena y salí a sentarme fuera y terminar Las uvas de la ira con una taza de café en la mano.

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¡Y qué gran libro! Empecé a leerlo poco antes de entrar en Rusia y me caló hondo. Una historia dura, pero que definitivamente vale la pena. Os dejaré con un fragmento que leí, irónicamente, poco después de haber roto la llanta:

And his thought and his worry were not any more with rainfall, with wind and dust, with the thrust of crops. Eyes watched the tires, ears listened to the clattering motors, and minds struggled with oil, with gasoline, with the thinning rubber between air and road. Then a broken gear was a tragedy. Then water in the evening was the yearning, and food over the fire. Then health to go on was the need and the strength to go on and the spirit to go on. The wills thrust westward ahead of them, and the fears that had once apprehended drought or flood now lingered with anything that might stop the westward crawling.

El Hermitage

Día 33 – Sábado 27 de julio – San Petersburgo (0km)

Hoy me he pasado el dia en el Hermitage. Hay muchas cosas que ver y hacer en San Petersburgo, pero os puedo asegurar que si os gusta el arte, vale la pena pagar un billete de avión y un visado a Rusia sólo para ver este museo. Tienen una colección impresionante, y podría haberme pasado otro día entero aquí. No puedo compartir ninguna foto del sitio porqué no tenía permiso para hacer fotos, tengo un presupuesto bastante ajustado y preferí gastarme el dinero en una audio guía para aprovechar la visita al máximo en vez de pagar por un permiso para tomar fotos y pasarme el día haciendo lo mismo que los turistas asiáticos: correr de un cuadro a otro haciendo una foto de la pintura y otra del cartelito al lado. Me pregunto si realmente apreciaban las obras o simplemente estaban cazando trofeos para enseñarlos a sus amigos y familiares en casa. En fin, cualquier cosa que pudiera escribir sobre la colección o el edificio, que por si sólo ya justifica la visita, no le haría justicia a ninguna de las dos cosas, así que mejor venid a verlo vosotros mismos.

Un trago en el tejado

Día 32 – Viernes 26 de julio – San Petersburgo (0km)

Hoy me levanté tarde, necesitaba dormir mucho después de la jornada anterior, y luegohice inventario de la comida que tenía y preparé una lista de la compra para las dos siguientes semanas, ya que imagino que acamparé la mayor parte del tiempo en Finlandia y Noruega para abaratar costes. Hice algunas compras, mandé un par de solicitudes de CouchSurf y me fui a explorar la ciudad.

¡Y qué ciudad! Directa a las primeras posiciones de la lista de mis ciudades favoritas. Es preciosa, no tiene nada que ver con ninguna otra ciudad en Rusia, con sus canales, rio, edificios señoriales… Es imponente y al mismo tiempo acogedora, combina un aire de clasicismo con un una sensación innegable de cool y últimas tendencias, y la gente parecen más centroeuropeos que rusos. Me encantaría poder pasar unas semanas aquí, la ciudad vale definitivamente la pena.

Por la tarde subí al bar del tejado, que resultó ser un time café, donde se paga por el tiempo que uno está allí, no las bebidas, y puedes tomar tanto café, limonada o té como quieras. Me senté en una hamaca con mi libro mientras el sol se ponía sobre los tejados de la ciudad, tiñendo mi vaso de rojo. Se empezaba a notar que ya estaba más al norte, el sol se puso pasadas las diez y media y a las once aún había luz.

Os dejo con unas cuantas fotos, en la página de Facebook encontraréis el álbum entero.

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Nunca te fíes del hombre del tiempo

Día 31 – Jueves 31 de julio – De Moscú a San Petersburgo (708km)

Empezaré por lo mejor del día primero, ya que fue prácticamente la única cosa buena que pasó hoy. Esta mañana Ilia me dejó dar una vuelta en su KTM, ¡y me encantó! Siempre me ha gustado esta moto, y he estado pensando seriamente en una cuando llegue el día de sustituir my V-Strom. Di un paseo corto y las sensaciones fueron buenas, es una moto con buena respuesta, potente, cómoda y la suspensión absorbe los socavones sin inmutarse. Ilia me dijo que es tan buena que en carreteras en mal estado ni se molesta en ir mirando el piso, simplemente tira adelante.

Tenía entrenamiento hoy, y el campo de tiro al que iba estaba en la carretera hacia San Petesburgo, así que me dijo que vendría conmigo un rato. Me pareció genial tenerlo delante para salir de Moscú y del tráfico denso que rodea la ciudad. Hicimos una pequeña parada en el trabajo de su mujer para decir adiós y hacernos unas fotos, y luego seguimos. El tráfico era bastante malo, pero era de esperar; lo que no me esperaba era la carretera después de dejar a Ilia en el desvío hacia el campo de tiro y prometernos volver a vernos, en Rusia o en Barcelona. La carretera que venía del sur era una autopista bastante buena que hizo el largo camino más llevadero, así que confiaba en que la que conecta las dos ciudades más importantes del país sería aún mejor, haciendo fáciles los 700km que tenía por delante.

No entiendo qué tipo de planificación siguen las carreteras rusas. ¿Quién en su sano juicio puede pensar que es una buena idea que la carretera entre Moscú y San Petersburgo pase por dentro de cada ciudad, pueblo y aldea entre las dos ciudades? No podía creerme que fuese verdad. Tardé horrores en cubrir los primeros 200km del recorrido, era un atasco interminable, con los coches y camiones completamente parados en algunos tramos, con los conductores fuera de los vehículos charlando tranquilamente. Si no hubiese ido en moto, seguramente aún estaría allí. Un consejo: si venís a Rusia, usad una moto o el tren. NO cojáis un coche u os pasaréis las vacaciones enteras en un atasco.

Por suerte, a medio camino la carretera se convirtió en una autovía y por fin pude avanzar. El problema ahora sin embargo era la lluvia. Había mirado la previsión del tiempo antes de salir, y decía que estaría nublado en Moscú y soleado en San Petersburgo. Bueno, pues no lo estaba. No sé si la previsión del tiempo está oficialmente considerada una ciencia, pero claramente no lo debería ser. Al igual que los curanderos, adivinos y economistas, los meteorólogos son un atajo de charlatanes que la mayor parte del tiempo no tienen ni la más remota idea de lo que está pasando. Se les puede dar bastante bien estudiar el tiempo pasado y elaborar estadísticas, y de vez en cuando echar un vistazo a sus radares de última tecnología y decirte dónde hay nubes y hacia dónde sopla el viento, pero predecir el tiempo con exactitud? Para nada. Un pastor que se haya pasado la vida entera al aire libre y haya aprendido a interpretar las señales puede decirte si va a hacer sol o si habrá tormenta en su zona, pero ¿alguien sentado detrás de un ordenador en un despacho? No.

Diluvió todo el camino hasta San Petersburgo. Los 700km. Y para hacer las cosas más interesantes, se me había pasado por alto un pequeño pero importante detalle: mi GPS viene con unos mapas muy buenos para Europa, pero no para el resto del mundo, así que cuando estaba preparando el viaje compilé y descargué un mapa de Open Street Maps que cubría los países que iba a visitar fuera de Europa. No incluí toda Rusia, ya que es enorme y sólo iba a viajar por algunas partes, así que justo en las afueras de San Petersburgo, se me terminó el mapa. Tuve que parar, sacar el móvil, buscar la dirección del hostal en Google Maps y memorizar el camino hasta allí, ya que no tenía dónde poner el teléfono en la moto. Por suerte, el tráfico allí no era ni de cerca tan malo como en Moscú, de hecho estaba todo muy tranquilo, y llegué al hostal sin problemas.

Como he descubierto que es habitual en Rusia, no había ningún cartel que indicase dónde estaba el hostal, así que dejé la moto en la calle y subí por las escaleras del número 9, esperando que hubiese un hostal en algún piso. Había uno, y la chica en recepción muy amablemente bajó conmigo a la calle a enseñarme dónde estaba la puerta que llevaba a un patio interior dónde podía dejar la moto por la noche.

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El hostal era muy agradable, situado en un edificio antiguo en el centro de la ciudad. Los otros pisos estaban ocupados por un bar de jazz, un cine independiente, una escuela de baile y un bar en el tejado. Un buen sitio donde alojarse. Es una lástima que la experiencia quedase empañada por el personal, no las chicas, que eran muy simpáticas, sino los otros dos elementos a quienes no parecían importarles lo más mínimo los huéspedes: no me enseñaron las instalaciones, no me dieron nada de información de la zona o la ciudad e ignoraban por completo a los clientes. Uno de ellos estaba más interesado en jugar a videojuegos en el ordenador de la sala común y poner música hasta bien pasada la una de la madrugada y el otro en su novia hasta el punto que me pregunté si no eran una pareja pasando unos días allí más que parte del personal.

Fui a dar una vuelta por la zona, que tenía muy buena pinta, y pasé el resto de la tarde-noche planificando la ruta que me quedaba e intentando encontrar alojamiento en las siguientes ciudades.

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Hospitalidad rusa

Día 30 – Miércoles 24 de julio – Moscú (0km)

Me desperté sobre las 8 de la mañana tres una buena noche de descanso y mientras estaba plegando el sofá cama noté un olor delicioso que provenía de la cocina. Entré y me encontré con un almuerzo delicioso a base de huevos, salchichas, tostadas, café… Ilia me dijo que ha había llamado al trabajo y había pedido el día libre, así que me podía enseñar Moscú.

Hablamos de nuestros respectivos trabajos mientras desayunábamos y nos conocimos un poco mejor a pesar de la barrera idiomática. Me sorprendió descubrir que era mayor en el ejército ruso, al igual que su padre y su abuelo, que había combatido los alemanes en la segunda guerra mundial en el Mar Negro. Me enseñó sus medallas.

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Tras el desayuno cogimos el autobús y el metro y fuimos a ver el parque VDNKh, que era una especie de exposición universal pero sólo de los países que conformaban la URSS. La exposición abarca un espacio enorme, y para dar una idea del tamaño de la ciudad, esto se encontraba aún en el barrio de Ilia, que no era el centro. Dimos una vuelta por los pabellones, bebimos Kbac, vimos un cohete como el que puso a Gagarin en órbita, un Yak-42, la fuente que representa todas las repúblicas soviéticas y subimos a una noria que nos ofreció unas vistas excelentes de la zona. En la otra punta de la exposición, pasamos por delante del museo del espacio y del imponente hotel Cosmos, con una estatua de Charles DeGaulle enfrente.

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El metro nos llevó al centro, donde visitamos la galería Tretyakov, que contiene algunos de los trabajos de los mejores artistas rusos. Desde allí, cruzamos el río Moskva y vi el Kremlin por primera vez.

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Hay algunas ciudades tan incrustadas en la cultura popular que de algún modo han pasado a formar parte del subconsciente colectivo y cuando las vemos por primera vez nos resultan familiares, como si ya hubiésemos estado allí. Esa fue la sensación que me embargó al pasar por delante de la entrada principal del Kremlin y doblar la esquina para entrar en la Plaza Roja. La segunda cosa que me pasó por la cabeza fue “¿Cómo consiguió Mathias Rust plantar un avión aquí?” ya que la plaza parecía más pequeña de lo que había imaginado. La culpa la tenía en parte el hecho de que estaban preparando alguna especie de concierto de música religiosa en la plaza y habían levantado un escenario enorme que arruinaba por completo las vistas de la plaza. Menuda suerte la mía…

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Fuimos a comer a un sitio llamdo My-My (se pronuncia Mu-Mu) que es una cadena de comida rápida rusa, y luego visitamos el interior del Kremlin. De vuelta a casa, Ilia me llevó a hacer un tour de las estaciones de metro más espectaculares de la ciudad, con sus grandes vestíbulos, esculturas y lámparas.

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Había sido un día agotador pero maravilloso, y decidí partir hacia San Petersburgo al día siguiente, ya que ya había visto todo lo que quería ver en Moscú y quería asegurarme de tener tiempo para completar la ruta y visitar todo lo que quería visitar de bajada del Nordkapp. Sin embargo, después de cenar Ilia tenía reservada una última sorpresa. Esperó a que anocheciese y, sin tráfico en las calles, me llevó en su coche a hacer un tour nocturno de la ciudad. Fue genial, no sólo porque vi las calles principales que me había perdido, sino porque ir de pasajero significaba que podía apreciar lo que estaba viendo. El problema de ir en moto por Rusia es que uno tiene que concentrarse al 100% en lo que está haciendo. Aparta los ojos de la carretera para mirar el paisaje o un edificio, te das con un socavón, caes y mueres. Aparta los ojos del tráfico a tu alrededor, un camión cambia de carril, te aplasta y mueres. Suelta una mano del manillar para descansar o tocar el GPS, la rueda delantera atrapa una grieta, la moto colea, te tira y mueres. Todo esto implica que no tienes mucho tiempo de ver nada más que no sea la carretera o el tráfico durante kilómetros y kilómetros, así que la visita nocturna por la ciudad fue muy bienvenida.

Para culminar el paseo, Ilia me llevó a un lugar enfrente de la universidad donde se reúnen los moteros. Si alguna vez os dicen que hay muchos moteros en Moscú y creéis que puede que no sea cierto porqué no veis demasiados por las calles, pasad por este sitio. Hay cientos de ellos, cada noche de la semana, reunidos aquí.

Empezaba a hacer frío, así que nos retiramos hacia casa y nos tomamos una cerveza que ilia había comprado antes. Me supo muy mal tener que irme a la mañana siguiente, había sido un anfitrión maravilloso, pero tenía una jornada muy larga hasta la siguiente ciudad y aún más hacia el norte.

Tráfico de locura en Moscú

Día 29 – Martes 23 de julio – De Voronezh a Moscú (546km)

Mis planes de levantarme temprano y salir con tiempo de sobra por si había mucho tráfico para entrar en Moscú se vieron truncados por un mosquito que no me dejó dormir hasta las tantas. Al final salí sobre las 10 de la mañana, después de intercambiar contactos y hacerme unas fotos con los chicos de Serbia.

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Dejé las capas impermeables en el traje, ya que el cielo estaba muy nublado y hacía frío, y me puse los guantes de invierno. Salí de Voronezh sin problemas y pronto estaba en la autopista hacia Moscú, que era excelente: sin tráfico y con muy buen asfalto. Me sorprendió, sin embargo, encontrar un peaje poco después de Voronezh, pero eran solo 60 rublos, así que tampoco era un drama.

El camino hasta Moscú se me hizo más largo de lo que esperaba, en parte porque empezó a hacer más frío y la lluvia iba y venía, lo que no hacía el viaje muy agradable. Era raro pensar que sólo dos días atrás me estaba cociendo a 40ºC y hoy estaba a 14ºC. Al final tuve que parar y ponerme un polar, que igual que los puños calefactados, mejoró mucho las cosas.

Cuando el GPS indicó que faltaban 80km para la llegada, empecé a prepararme para el temido tráfico de Moscú, y efectivamente, no tardé en encontrarlo. Al entrar en las afueras el tráfico se volvió más denso y los conductores más temerarios, cerrándose los unos a otros a velocidades de infarto. El piso de mi anfitrión estaba en una zona residencial al norte de la ciudad, lo que significaba que tenía que dejar la autopista en la que estaba en algún momento y tomar el cuarto cinturón para evitar el centro. Cuando llegué a la rampa de salida que llevaba al cinturón que pasaba por debajo, el tráfico estaba completamente bloqueado. Coches y camiones ocupaban en fila de a tres la rampa de un solo carril, y ni un coche se movía más abajo en el cinturón. Pensé que si tenía que hacer 40km así, me llevaría horas. Decidí que la única manera de enfrentarse a un tráfico de locura, es conducir como un loco, así que empecé a lanzarme a por huecos minúsculos entre coches y camiones, intentando avanzar en el laberinto de metal inmóvil. Conseguí bajar por la rampa de salida y llegar al cinturón de cuatro carriles, y luego cruzar hasta el carril rápido. Los coches tampoco se movían allí, y mientras estaba calculando si cabía o no entre los coches sin arrancar ningún retrovisor con las maletas, vi una moto pasar volando entre el cuarto carril y la barrera que separaba el sentido contrario. Pensaba que no había espacio allí, nada de arcén, pero resulta que había el espacio justo para meter una moto, así que sin pensármelo dos veces me colé allí y empecé a adelantar coches. Unos 10km más tarde el tráfico se aclaró y pude volver a circular por el carril normal. Rodeé la ciudad y cuando llegué al punto en el que tenía que dejar el cinturón para buscar la calle de mi anfitrión, el panorama era el mismo. Todo el tráfico parado, con cientos de coches intentando entrar y salir del cinturón al mismo tiempo, bloqueándose los unos a los otros. Conseguí pasar usando la misma técnica y en 10 minutos llegué a mi destino.

Ilia bajó a recibirme, dejamos las cosas en su piso y me llevó al parking donde guardaba su KTM y dejamos mi moto allí. De vuelta al piso, me sentó frente a una comida deliciosa y luego esperamos que llegase su esposa mientras nos enseñábamos fotos, yo del viaje y és de su familia y sus viajes a las montañas Altay (cosa que me hizo mucha envidia).

Por la tarde fuimos a dar una vuelta y me enseñó su barrio. Era una zona residencial soviética clásica, pero a diferencia de todas las otras que había visto, esta era muy agradable. Todos los edificios eran nuevos o estaban bien cuidados, al igual que las calles, jardines, parques, etc. Parecía un buen lugar donde vivir, con muchos servicios y zonas verdes, e imaginé que era así como debería ser la idea original. Es una lástima que la falta de dinero, mantenimiento, la corrupción y otros factores la hayan destruido lentamente.

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Ilia me dijo que el  día siguiente  iba a ser un día largo, me llevaría a ver otras zonas de su barrio que tenían muy buena pinta y luego al centro, así que toca ir a cama temprano.

Blogging en Voronezh

Día 28 – Lunes 22 de julio – Voronezh (0km)

Esta mañana entré en la cocina y me encontré con dos chicas de Moscú que iban de camino a Azerbaiyán y Georgia. Empezamos a hablar y una de ellas me dijo que también tenía moto pero estaba en Moscú, una Triumph. Me dijo un par de webs muy activas en el mundo de la moto en Rusia, una de ellas para ayudar a moteros que tengan problemas en la carretera, y me dio su número por si necesitaba ayuda durante el viaje. Muy simpáticas.

Decidí pasar la mañana visitando la ciudad y luego volver al hostal por la tarde para escribir todos los posts que no había escrito estos últimos días. Como suele pasar, Voronezh era una ciudad mucho más bonita de lo que me esperaba, me paseé por sus calles, bajé hasta el río, volví al centro, encontré un sitio para comer y escaparme de la lluvia un rato, y volví al hostal.

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Cuando llegué a la puerta vi una GS con matrícula de Serbia. Era de una pareja que iban hacia el este, sin un plan fijo, seguramente tan lejos como Vladivostok. Pasamos mucho rato hablando de viajes y motos en la cocina y me dieron unos cuantos consejos sobre la ruta hacia el NordKapp, ya que algunos de sus amigos habían estado allí. Se fueron a dar una vuelta y yo me pasé el resto de la tarde escribiendo, lo que me tomó mucho más tiempo de lo que había previsto.

La etapa más larga

Día 27 – Domingo 21 de julio – De Volgograd a Voronezh (783km)

Ivan me había dicho que la carretera hacia Voronezh hacia el norte era muy mala, así que era mejor ir hacia el oeste para encontrar la M4, la autopista que conecta Moscú con la costa. Seguí su consejo y me puse en camino más tarde de lo que quería, pero la compañía era tan agradable que era difícil irse… estuvimos hablando y hablando durante el delicioso desayuno.

Fui hacia el oeste durante unos 350km, con el GPS negándose a darme una ruta hacia Voronezh, así que pensé que lo reprogramaría una vez llegase a la M4. A unos 80 km de allí, sin embargo, se colgó, y no importaba cuantas veces lo intentase reiniciar, se negaba a enseñarme el mapa o aceptar un destino. Paré para ver si lo podía arreglar de alguna forma y ponerme la capa impermeable de la chaqueta, ya que el cielo se estaba volviendo muy oscuro, pero no conseguí que el GPS funcionase. Bastante mosqueado, seguí y se puso a diluviar. Había pensado que no llovería mucho, así que no había puesto la capa impermeable en el pantalón, pero estaba lloviendo fuerte y estaba aún más negro hacia adelante. Además me estaba quedando sin gasolina, así que paré en la primera gasolinera que encontré y me puse la capa. Eran ya las 4 de la tarde, y cuando el pregunté a la mujer allí cuánto faltaba para Voronezh me dijo 700km. Me desanimé de golpe. Era imposible llegar hoy, pero había hecho una reserva en un hostal que Ivan me había recomendado, y ya estaba pagada. Sin GPS y sin saber cómo seria la carretera por delante, pensé que seguiría y pararía en el primer motel que encontrase a pasar la noche. Busqué alojamiento en el GPS y sorpresa, funcionaba. Me dio un hostal en la M4, la carretera que estaba buscando, y no estaba lejos.

Cuando encontré la M4 resulto ser una autovía de dos carriles por lado, no en muy buen estado, pero me permitía viajar más rápido, al menos. Dejó de llover y salió el sol, así que me volví a animar. Pronto vi una señal que decía 440 km a Voronezh. Iba a unos 120-130km/h, así que era factible. Decidí intentar llegar antes del anochecer.

Sin embargo, al cabo de pocos kilómetros, la autovía desapareció y me metí de cabeza en una pesadilla de atascos y obras. No podía creerme que la carretera que llevaba a la capital fuese una carretera de doble sentido miserable que atravesaba todos los pueblos hasta allí. Ya me estaba empezando a arrepentir de haber decidido dar un rodeo para ir por la M4, incluso si la carretera desde Volgogrado era mala, al menos no hubiese tenido tanto tráfico y me hubiese ahorrado casi 400km.

Un rato después, sin embargo, las cosas cambiaron. La autovía volvió a aparecer y el GPS volvió a funcionar milagrosamente. Creo que tenía problemas con la parte de la autovía en construcción. Ahora me daba una estimación de llegada a las 10 de la noche, que no estaba tan mal. Apreté el ritmo y al cabo de un rato vi una moto que se acercaba por detrás. Era una KTM blanca con matrícula rusa, y tras un rato de ir juntos, indicó para parar en una gasolinera. Paré y me acerqué a saludar. El hombre hablaba muy poco inglés, y me dijo como pudo que era de Moscú e iba hacia casa. Le dije que yo también iba hacia allí y que haría noche en Voronezh, así que decidió venir conmigo, ya que no iba a llegar a casa esa noche.

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La carretera era mejor y él iba bastante rápido, metiéndose en el arcén o en el carril contrario cuando había atascos, así que pensé “donde fueres haz lo que vieres, Sancho”, y lo seguí. Llegamos al hostal media hora después, a las nueve y media, y me alegré mucho de poderme dar una ducha y cenar.

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Mientras comíamos me dijo que se iba a las 4 de la madrugada, ya que tenía que trabajar a las 9. Yo me quedaba un día más para ponerme al día con el blog, así que me dio su dirección y me dijo que me iba a alojar en su casa y enseñarme la ciudad. ¡La hospitalidad rusa es increíble! Quedamos que le vería el martes y me fui a la cama temprano.