El viaje – días 1 a 10

The answer, my friend, is blowing in the wind

Día 1 – Martes, 25 de junio – De Tiana a Vizille (720km)

No sé si la respuesta está ahí realmente o no, pero he tenido todo el tiempo del mundo para escucharlo (el viento, no la respuesta). Me he puesto en camino a las ocho en punto de esta mañana, pensando como hacía unos meses me preocupaba hacerme a fuego lento en la moto con el traje puesto, y que diferente ha resultado ser. El cielo estaba cubierto e incluso hacía algo de fresco. No lo suficiente como para justificar poner el forro térmico a la chaqueta o incluso llevar nada más que una camiseta debajo, pero lo suficiente frío como para necesitar una braga en el cuello y tener las manos algo entumecidas (llevaba guantes de verano). Había decidido que si iba a respetar el presupuesto diario no podía permitirme pagar peajes hasta Grenoble,  de modo que había planeado usar las nacionales y las carreteras secundarias hasta Montpellier y luego, dependiendo de cuánto tiempo me quedase, coger la autopista para los últimos 300km para llegar al camping que había encontrado antes de que cerrase la recepción a las 20:30. La autopista desde Barcelona sigue la costa, pero yo no he visto el mas hasta la frontera con Francia, y ahí es donde ha empezado el viento.

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Sé que en el norte de Cataluña y el sur de Francia, la costa del Mediterráneo es zona de mucho viento, así que ya me lo esperaba. Lo que no me esperaba era que siguiese soplando una vez me dirigiese al interior, y menos aún que fuese tan fuerte. Me han dicho que puede llegar a ser bastante molesto en los espacios abiertos de Kazakstán y Mongolia, así que imagino que hoy ha sido un buen entreno. Pensaba que el único problema que tendría iban a ser el aburrimiento y la fatiga, ya que es la jornada más larga de todas (720km), pero el viento la ha hecho mucho más dura. Soplaba de forma constante y en todas direcciones, creando tantas turbulencias en la cúpula y el casco que casi me vuelven loco. Aún me estoy preguntando cómo no he terminado el día con un dolor de cabeza de aúpa. No solo eso, sino que era tan fuerte e impredecible como para empujarme fuera de mi carril, y más de una vez he estado a punto hoy de salir volando por la cuneta, ir a parar de morros contra los que venían de frente o tocarme con los coches a mi izquierda en la autopista. Pero el viento, a pesar de haberse pasado el día intentando matarme, no ha sido lo peor.

Salir del garaje, encarar la calle y girarme para decir adiós a Nat una última vez ha sido lo más duro. He hecho algún viaje largo (larguecillo) con la moto, alguno de más de unos días, pero siempre hay alguien esperando al final. En ese momento me he dado cuenta de que voy a estar alejándome mucho tiempo antes de dar la vuelta y empezar a volver a casa.

Me dedico a enseñar idiomas, y eso significa que paso gran parte del día hablando y escuchando a la gente. Muy a menudo, del mismo modo que alguien que pasa ocho horas al día delante de un ordenador no quiere mirar el correo para ver ese vídeo tan cachondo que le has mandado, cuando llego a casa la última cosa que quiero hacer es hablar, así que pensé que pasar algo de tiempo solo iba a estar genial. Bueno, lo es, y me gusta, cuando sé que al final del día tengo alguien a quien contar lo bien que ha ido, de modo que hoy, a la hora de comer, me he sorprendido deseando llegar a casa de mi primer couchsurf, ¡mucho más de lo que pensaba!

No digo esto como un comentario negativo sobre viajar solo, más bien al contrario. Me alegro mucho de haberme dado cuenta de que pienso así, ya que soy una persona bastante tímida y me preocupaba un poco que eso enturbiara un poco la experiencia.

Esta mañana, algo más de una hora después de salir de Barcelona, un hombre mayor se me ha acercado mientras estaba repostando en un pueblo cerca de Olot y ha hecho un comentario acerca de todo lo que llevaba cargado en la moto. Rápidamente el comentario se ha convertido en una agradable conversación sobre el viaje, y el chico que llevaba la gasolinera se ha sumado. Por la tarde, ya en Francia, he parado a comprar algo de fruta y el mismo tipo de conversación ha vuelto a tener lugar con la pareja que tenia la parada al lado de la carretera.

Es una forma genial de viajar, tan diferente de meterse en un avión y aparecer de golpe en otro sitio. Sé que aspecto tienen los pueblos del Pirineo francés, sé que aspecto tiene la costa de la Bretaña, sé que aspecto tiene París, pero no tenía ni idea de qué aspecto tenía realmente el país. Solo había visto partes. No se puede decir ‘sí, conozco Alemania, he estado en Berlín unas cuantas veces’ por ejemplo. Había atravesado Francia en coche seis veces, pero incluso eso era por autopista, 12 horas sin parar. Hoy he visto un país completamente distinto por primera vez, y si un país que creía conocer ha sido una experiencia tan agradable, me pregunto cómo será el resto.

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Ahora estoy  tecleando un portátil en Vizille, cerca de Grenoble. Parece que he encontrado un camping encantador; en el bosque, con unas instalaciones completas, muy barato… que no tiene las dos cosas que realmente necesitaba hoy: cerveza e internet. He llegado relativamente temprano, así que he decidido montar el campamento, ducharme, cenar y luego ir al bar de recepción a tomar una cerveza y escribir este post mientras me la bebía viendo el sol esconderse tras las montañas. Error. Esto no es un camping de costa en España. El bar estaba cerrado. Y una incursión rápida en el pueblo ha sido igual de infructuosa, así que he decidido acostarme temprano y aprovechar para escribir un buen post sobre el primer día.

Buenas noches.

 

En busca de la pegatina

Día 2 – Miércoles 26 de junio – De Vizille a Brogliano (580km)

Quiero conseguir una pegatina de cada país que visite. Ya sabéis, una de esas con la inicial del país y/o la bandera, para pegar en la parte de atrás del coche. Parece una cosa bastante fácil de encontrar, cuando uno piensa en la de coches que van por ahí con una o más de una pegadas en el maletero. Pues bueno, resulta que no, ¡tuve dificultades hasta para encontrar la de mi propio país! Probé en gasolineras, tiendas de accesorios, papelerías, tiendas de souvenirs… todo el mundo sabía lo que era, pero nadie las tenia. Al final me dieron una comprada en una librería. En Francia era la misma historia. En todo el país. Ahora estoy en Italia y me he ido de Francia sin haber sido capaz de conseguir una. Bueno, al menos volveré a atravesar el país a la vuelta, lo intentaré de nuevo entonces.

Pegatinas o no, hoy ha sido un gran día. Me levanté alrededor de las 7am, recogí todo y me fui a desayunar al café del camping. No me preparé mi propio desayuno (según el plan cuando acampo) por dos motivos: uno, aún me quedaba dinero sobrante del presupuesto de ayer, así que pensé que me tomaría un desayuno completo; dos, se me había olvidado llenar la lata de gasolina en cada una de las gasolineras donde paré, así que no tenía con qué cocinar. Sí, muy inteligente.

Con el estómago lleno y después de hacer una parada en un supermercado para comprar unas pocas cosas que me faltaban (chicles, pan y pilas de recambio) y preguntar si tenían pegatinas, empecé a ascender por la carretera que lleva al Col du Lautaret. Casi no había tráfico aparte de algunos ciclistas (muchos, de hecho) pero no eran ningún problema para adelantar con la moto. La carretera se retorcía montaña arriba a través de valles glaciales cubiertas de bosques frondosos y pronto empecé a poder divisar los picos cubiertos de nieve entre una curva y otra.

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A medida que la carretera subía las vistas se volvieron más imponentes y estaba muy ocupado intentando no perderme detalle y al mismo tiempo disfrutar de la carretera, que es una de las mejores que he hecho. ¡Normal que hubiese tantas otras motos!

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Me detuve arriba del todo del col para ver si tenían pegatinas en las tiendas de souvenirs que había, pero sin suerte. Al volver a la moto ví un trío de moteros alemanes con Yamahas naked y me acerqué a charlar con ellos. Eran de Frankfurt, y me dijeron que venían a la zona a menudo y también habían estado en España. Le pedía a uno de ellos que me hiciese una foto y les conté el viaje. Se pusieron un poco celosos.

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De bajada paré a repostar y esta vez me acordé de llenar la lata de gasolina a pesar de que hoy tenía un bocadillo para comer e iba a pasar la noche en casa de una pareja que había encontrado en CouchSurfing. Y pregunté por la pegatina. Otra vez nada.

Atravesé Briançon, donde tampoco había pegatinas y pasé a Itaia. Había pasado toda la mañana en los Alpes, mucho más de lo que esperaba, pero cada momento había valido la pena; si quería llegar a Vicenza a una hora razonable ahora, tendría que coger la autopista. Y creedme, fue una decisión de la que me arrepiento… Fueron horas y horas de puro aburrimiento. Prácticamente no había paisaje que mirar, solo una enorme extensión de asfalto que me llevó de gira por la Italia del norte industrial, con cientos de conductores italianos locos para mantenerme entretenido, peajes automáticos que se negaban a darte un recibo aunque lo quisieses y no mostraban el precio y un par de atascos en los que tuve la oportunidad de comparar la cortesía francesa para con las motos: se apartan para dejarte pasar cuando hay un atasco; con la italiana: básicamente no existe, ni se molestan en apartarse o simplemente se meten en tu camino para cortarte, porque si ellos no pueden volar por la autopista a todo gas, por qué deberías poder tú, piltrafilla. Y para rematarlo, la gasolina es mucho más cara que en Francia. Bueno, al menos tenían pegatinas en el primer lugar donde pregunté.

Para cuando dejé la autopista solo me quedaban 20km para llegar y había pagado más de lo que esperaba, destruyendo completamente mi presupuesto diario. Llegué a Brogliano, donde iba a alojarme, a una buena hora, pero a un precio alto. Tendré que ceñirme a carreteras secundarias mañana hasta Ljubljana y esperar que el depósito de hoy me dure hasta la frontera.

En el lado positivo, el paisaje una vez dejé la autopista era increíble, el sol brillaba bajo entre los árboles en la campiña italiana que siempre había imaginado: campos verdes y dorados extendiéndose entre colinas bajas, pueblos pintorescos y carreteras serpenteantes. Y más conductores locos.

Seguí las instrucciones del GPS hasta el pueblecito de Brogliano, metiéndome en calles que cada vez eran más estrechas y empinadas hasta que llegué a un punto al final de una rampa muy pronunciada donde parecía que la calle se dividía en tres caminos de entrada y terminaba allí. Sin embargo, el GPS insistía en que tenía que girar a la izquierda y seguir unos 150m más. Como no quería meterme en el jardín de nadie, empecé a dar la vuelta a la moto en el poco espacio que tenía, pensando cuán ridículo sería que me primera caída fuese en una callejuela en la Italia rural. Cuando llevaba un cuarto de vuelta, un hombre mayor, que seguramente había oído el motor dando acelerones y debía estar acostumbrado a encontrarse turistas perdidos detrás de su casa, me hizo señas desde una ventana y señaló el camino de la izquierda. Resulta que era una calle que se abría hacia una más grande, donde encontré a Mattia, mi anfitrión, esperándome.

Me ayudó a meter la moto en el garaje y me presentó a Danilo, su pareja, que estaba preparando un risotto de los que hacen la boca agua para cenar. Aprovechando la oportunidad de tener un sitio donde trabajar, engrasé la cadena y puse algo de aceite y luego me duché y me uní a ellos para la cena. Fueron unos anfitriones geniales, y Danilo es un cocinero excelente: los antipasti, el risotto y la mermelada de pimiento rojo casera hecha por Mattia estaban deliciosos. Me hablaron un poco sobre sus viajes y sobre ellos y yo les enseñé la ruta en un atlas.

Me dejaron su conexión a internet para poder actualizar el blog y ponerme en contacto con mi siguiente anfitrión y me fui a la cama, agotado pero feliz. Y con una pegatina nueva en la moto.

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Ljubljana y Mikkeller

Día 3 – Miércoles 27 de junio – De Brogliano a Smrjene (555km)

A diferencia de los dos primeros días, en los que pasé la mañana en carreteras secundarias geniales y luego tuve que coger la autopista en la tarde para llegar a tiempo, con todo el aburrimiento y la fatiga que eso supone, hoy ha sido al revés. Me levanté después de una buena noche de descanso y desayuné con Danilo (Mattia ya se había ido a trabajar), intentando tener una conversación con algo de sentido en mi casi inexistente italiano. Me dio indicaciones para tomar la ruta más paisajística hacia Eslovenia, cargué la moto y salí.

La primera parte de la ruta me llevó por más zonas industriales y un tráfico denso y lento, pero pude avanzar rápido gracias a los conductores italianos. Debo retirar ahora mis anteriores comentarios sobre los  conductores italianos, ya que hoy fueron absolutamente maravillosos: en el momento en que me veían venir por el retrovisor se apartaban a la derecha para dejarme espacio para adelantarles sin tener que invadir el carril contrario, lo que significaba que podía adelantar en cualquier sitio. Los españoles deberían aprender de esos modales en carretera.

Poco después la carretera se convirtió en una de las mejores que he tomado. No solo hasta Eslovenia, sino hasta la mismísima capital, Ljubljana, era estrecha, revirada y con un asfalto en perfecto estado y vistas maravillosas. Había salido con tres (de cinco) barras en el indicador de gasolina y después de ver como es de cara la gasolina en Italia, esperaba conseguir llegar a la frontera y repostar en Eslovenia. Si era necesario, iba a usar la gasolina de la lata. Llegué cerca de la frontera más o menos a la hora de comer y paré en un pueblo llamado Gradisca D’Isonzo para comer algo. Encontré un parque muy bonito con un monumento en memoria de los que habían muerto en ambas guerras mundiales y me senté a preparar un bocadillo. Mientras comía allí, con aquellos nombres gravados en la piedra delante de mí, pensé en cuan simplista es la visión que a menudo tenemos de conflictos así. Tendemos a pensar en la guerra como algo con bandos claramente definidos, los buenos y los malos, el “estás con nosotros o estás en contra nuestra” que a algunos americanos gusta tanto. Sin embargo, aquellos nombres pertenecían a jóvenes de un pueblo pequeño que seguramente no sabían nada de la gente contra quienes les mandaron luchar o las razones por las cuales empezó todo, simplemente les dijeron que tenían que ir allí y morir por su país. Un país. ¿Qué es eso? Yendo de uno a otro, atravesando fronteras, el concepto se difumina, se vuelve artificial. Es solo una línea en un mapa, y se hace evidente que somos todos exactamente iguales, con los mismos miedos y esperanzas, pasatiempos, preocupaciones, y todas las pequeñas cosas que conforman los momentos de felicidad en nuestras vidas. Compartí las últimas cerezas de la caja que había comprado en Francia con un vagabundo del parque y me fui hacia la frontera, con el indicador de reserva parpadeando.

Me detuve en la primera gasolinera en el otro lado y me alegré de descubrir que la gasolina era mucho más barata y que tenían pegatinas. Llené el depósito y me adentré el paraíso del motorista. Eslovenia es un país montañoso, y parece que prácticamente todas las carreteras son interesantes.

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Cuando estaba planificando el viaje me senté frente al ordenador e intenté planificar la ruta más atractiva con el software que venía con el GPS, BaseCamp. Enseguida me acordé de por qué prefiero usar un buen mapa de papel. Como suele ser el caso cuando se meten ordenadores de por medio, el maldito trasto no tenía ninguna lógica en absoluto y a pesar de que marqué puntos intermedios en la ruta que quería seguir, se emperraba en ir atrás y adelante, haciéndome volver sobre mis pasos y mandándome por sitios por los que no quería ir. Al final decidí simplemente programar las coordenadas del lugar donde quería terminar el día, programarlo para evitar peajes y tasas y dejar que me guiase. ¡Pues vaya si funcionó! Yo mismo no hubiese sido capaz de diseñar una ruta mejor a mano; las carreteras fueron increíbles hasta Ljubljana.

Llegué allí un poco más tarde de lo que esperaba y me encontré de lleno con la hora punta de la tarde. Tuve que cruzar la ciudad entera, ya que la casa de mi huésped estaba en una colina en las afueras al otro lado de la ciudad. Descubrí que no es una buena idea meterse en tráfico denso en una ciudad desconocida tras un largo día de ruta. Afortunadamente, llegué al otro lado sin problemas y me encontré con mis huéspedes,  Metka y Franci, también moteros, que estaban encantados de verme a mí y a la moto. Empezamos a hablar de todo directamente en la puerta de casa y Franci comentó que me iría bien usar un CrampBuster, una pieza de plástico que permite mantener el gas abierto sin tener que tener el puño cerrado alrededor de la maneta todo el rato, de modo que puedes descansar la mano en trayectos largos por la autopista. Había intentado encontrar uno en Barcelona antes de salir, pero no los vendía nadie y ya era demasiado tarde para pedir uno por internet. Franci sacó el móvil allí mismo y llamó a un amigo para ver si se podía conseguir uno en la ciudad ese mismo día ¡y luego me dio el suyo como regalo!

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Hicimos algunas fotos con la moto y luego me enseñaron mi habitación que no tenía absolutamente nada que envidiar a un hotel de cinco estrellas. Franci trabaja como traductor, pero estudió ingeniería eléctrica y le gusta mucho la domótica. Él y Metka compraron una casa a medio terminar y se diseñaron una casa inteligente y respetuosa con el medio ambiente (y Franci escribió el software que la programa él mismo). Me llevaría páginas explicar todo lo que la casa hace, así que lo dejaré en que nunca había visto nada igual.

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Me duché, me cambié y me metí en el coche con Metka, que ya había llamado a una amiga suya que hablaba algo de español y estaba encantada de tener la oportunidad de practicar un poco. De camino al centro descubrimos que los dos somos aficionados a la cerveza y mientras esperábamos a su amiga Maja me llevó a una pequeña tienda que tenía una selección de cervezas para verdaderos expertos. Compramos unas cuantas para cenar (que no me dejaron pagar) y luego fuimos a tomar algo con Maja a una de las terrazas al lado del río. De vuelta a casa, Franci, que ya había terminado de trabajar, preparó pasta tradicional y luego tomamos unas cervezas con un par de sus amigos, también moteros, que se pasaron a saludar. Fue una velada tan agradable, intercambiando historias y anécdotas, que se me olvidó por completo escribir el blog.

Ah, por cierto, Ljubljana es una ciudad preciosa.

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Tres países en un día

Día 4 – Viernes 28 de junio – De Smrjene a Budapest (532km)

¡Que día! Una de las cosas que te dicen sobre viajes así es que es cuando empiezas a tener problemas cuando empieza la verdadera aventura. Bueno, puede sonar a locura, pero es cierto: tuve la primera caída y a pesar de ello, fue otro día maravilloso.

La caída no fue grave, pero sí bastante humillante… Acababa de salir de Smrjene e iba de vuelta a la ciudad para atravesarla e ir hacia la frontera siguiendo las instrucciones en el GPS. El trafico era bastante denso otra vez, era hora punta por la mañana y estaba parado en un semáforo detrás de una furgoneta que me tapaba la vista hacia adelante. El semáforo cambió y el traficó empezó a moverse, cuando de repente la furgoneta clavó los frenos y yo también para evitar darme contra ella. Justo estaba empezando a moverme, de modo que la moto estaba un poco inclinada, no habiendo cogido aún suficiente velocidad para mantenerse derecha ella sola, así cuando frené de golpe se inclinó demasiado hacia un lado y pasado cierto ángulo, la caída era inevitable. Cayó estrepitosamente en medio de una calle principal llena de coches en el centro de la ciudad. Me levanté, comprobé que yo estuviese bien (lo estaba) e intenté levantar la moto para apartarla, pero enseguida descubrí que completamente cargada era demadiado pesada para para levantarla solo.

Por suerte, un chaval cruzó la calle rápidamente entre el tráfico y me ayudó a levantarla. La arranqué y la llevé a una parada de bus para ver si se había roto algo. Había aterrizado en los BarkBusters, que hicieron su trabajo muy bien y evitaron que se dañase la maneta del embrague, y en la maleta izquierda, que tenía una pequeña rascada. El botellero exterior se había soltado del tornillo inferior pero eso parecía ser todo. Arranqué y seguí mi camino.

Me han dicho que en viajes tan largos es necesario cierto tiempo para ir cogiendo el ritmo, y hoy empecé a verlo. Tenía otro largo día por delante, pero esta vez no me preocupaba perder tiempo si me paraba a hacer fotos a algo que me gustase o a descansar más a menudo. Sabía que tenía todo el día para llegar, y podía disfrutar de la carretera.

Con esta nueva mentalidad, me paré poco después de dejar la ciudad y descubrí que la maleta izquierda no estaba bien cerrada. Al inspeccionarla más de cerca me di cuenta de que la caía la había empujado contra el soporte, doblándola lo suficiente para deformar el labio de la apertura, de modo que ya no quedaba alineado con la tapa.

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Estaba bastante nublado, y Franci había mirado la previsión del tiempo para Hungría y había posibilidad de lluvia, así que me preocupaba que entrase agua en la maleta, sobretodo porque era la que contenía el material de acampada y de dormir. Decidí intentar encontrar un taller para ver si la podían enderezar. De vuelta en la carretera empecé a buscar y enseguida vi algo que parecía uno. Me acerqué y resultó ser una especie de estación de ITV. Como ya estaba allí, decidí preguntar dónde podía encontrar un lugar para repararla, así que me acerqué a un hombre que salía con los papeles de su coche en la mano. Le expliqué el problema, echó un vistazo a la maleta e inmediatamente sacó su móvil y llamó a un amigo suyo que tenía una planchistería. Desafortunadamente, no contestaba, así que me acompañó a la nave de al lado, donde había un lavado de coches.

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El hombre del lavado llamó a su colega, que tenía un pequeño taller detrás del edificio, y vino y me indicó con gestos que desmontase la maleta de la moto y se la diese. Lo hice, y diez minutos más tarde volvió con la maleta en la mano, lo suficientemente enderezada para que la tapa volviese a encajar bien. Les di mil gracias y seguí mi camino.

Un par de horas después encontré un taller desvencijado con estas maravillas en la puerta y me paré a hacer unas cuantas fotos.

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Las carreteras eran geniales otra vez, y me estaba preguntando si la gasolina sería más barata en Hungría o en Eslovenia cuando de repente, saliendo de una curva y subiendo una colina muy empinada, me encontré con una señal que me sorprendió.

Uno puede toparse con gente, con problemas, con una farola si no se anda con ojo, pero era la primera vez en mi vida que me topaba con un país. Aparentemente, me había encontrado con Austria por casualidad.

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Mirando el mapa había visto que había una línea bastante recta de Ljubljana a Budapest, pero aparentemente mi GPS había decidido que me gustaría más la ruta paisajística, y no se equivocó. Me había llevado hacia el norte, en dirección a Graz, y luego hacia el este por encima del parque natural Orségi Nemzeti y luego a Hungría. Disfruté mucho de esas horas en Austria y aproveché para conseguir otra pegatina y llenar el depósito, ya que la gasolina era más barata que incluso en España. Me parece que el viaje que algún día quería hacer por el norte de Italia se va a quedar en proyecto… ¡con esos precios prefiero visitar Europa central! El paisaje es mejor, también. Una vez crucé la frontera, sin embargo, todo cambió.

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La carretera seguía siendo estrecha, pero estaba en bastante mal estado, y todo parecía peor cuidado. Me paré en una gasolinera justo en la frontera para cambiar algo de dinero por primera vez y comprar otra pegatina.

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Había estado medio tapado todo el día, condiciones perfectas para ir en moto, no demasiado calor, sin lluvia… pero por la tarde el tiempo empeoró y parecía que iba a llover. Iba pensando que debería parar y poner la capa impermeable en el traje, pero eso suponía desmontar el petate y mi yo más optimista no dejaba de ver que más adelante el cielo estaba más claro. Eso sí a media mañana me había tenido que poner los guantes de invierno, que hacía frío.

Al final llegué a Budapest seco y encontré el lugar donde me quedo un par de días sin problemas. Si venís a Budapest en moto o en bici, ¡este es el lugar donde alojarse! Acampé, me dejaron un par de herramientas de precisión (también conocidas como martillos) y me dediqué a volver a darle forma a la maleta a base de golpes. Pero ya contaré más mañana, que hoy fue un día largo, unas diez horas en la moto, y ya es tarde.

 

Biker Camp

Día 5 – Sábado 20 de junio – Budapest (0km)

Biker Camp es, como dice el nombre, un cámping para moteros y ciclistas en el centro de Budapest.

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Fue fundado por Zsolt Vertessy, un motero, que desgraciadamente perdió la vida en un accidente en 2004. Desde entonces su viuda se ocupa del lugar, que ofrece espacio para acampar, lavabos y duchas, una lavadora, cocina, wifi, herramientas y la oportunidad de conocer otros moteros. Está a seis paradas de metro del centro de la ciudad y es un lugar fantástico donde pasar unos días.

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Llegué sobre las seis y media de la tarde y la propietaria me enseñó donde acampar. Hay sitio para unas diez o doce tiendas más las motos, pero solo había otra tienda, que pertenecía a una familia noruega que están haciendo un viaje en bici.

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Estuve hablando con ellos durante el desayuno y me contaron que se lo llevaron todo en avión hasta Venecia y están volviendo a casa desde allí, haciendo unos 50 o 60 kilómetros cada dia… ¡con dos niños! El pequeño solo tiene siete años. Cuando pienso que la mayoría de personas en España dice que prácticamente no se puede hacer nada con niños…

Tras el desayuno cogí el metro, que está a un par de calles del cámping y me fui a explorar Budapest.

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La ciudad tan bonita como esperaba por las historias de toda la gente que conozco que han estado aquí antes que yo, y hoy el tiempo era muy bueno. ¡Incluso demasiado caluroso a ratos!

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Me pasé la mañana andando por la ciudad, explorando los lugares más conocidos y haciendo muchas fotos, y a la hora de comer salí de la zona más turística en busca de un lugar decente donde comer. Encontré un pequeño pub donde me sirvieron una comida tradicional húngara completa por 11€: una pasta de paprika muy picante para untar en el pan, una sopa de goulash, pollo a la paprika y nata, ensalada, café, pan tradicional húngaro, un pastel de manzana enorme y una pinta de cerveza local. ¡Delicioso! Subir hasta la ciudadela fue bastante duro después…

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Estaba pensando que no había demasiados turistas en la ciudad, hasta que llegué a lo alto de la colina y me encontré de repente con un ejército de turistas japoneses alérgicos al sol, escondidos debajo de sus paraguas y apilándose juntos alrededor de sus respectivios guías, aparentemente temerosos de perderse irremediablemente si se alejaban demasiado solos.

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Después pasar bastante rato por allí haciendo más fotos, volví al centro y decidí explorar la parte no turística entre el centro y el lugar donde está el cámping. No muy lejos de donde se concentran los turistas, las calles cambiaban muy rápido y me encontré en una zona de edificios en mal estado, con una proporción muy alta de borrachos, vagabundos y personajes com muy mala pinta.

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Metí la cámara en su funda, ya que era lo único que me delataba como turista, ya que la ropa que llevo no es nada llamativa (no puedo llevar mucha variedad) y el pelo corto y la barba que ya tengo parecían ayudar a pasar desapercibido. Me paré en una pequeña frutería a comprar naranjas y manzanas y luego cogí el metro otra vez para hacer las tres últimas paradas, que los pies me estaban matando. Estaba contento de pasar un día andando para variar, pero no sé que es más cansado…

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Este ha sido un post más corto que los anteriores, dejaré que las fotos hablen por mí. Por cierto, ya que esto es un blog, y no un álbum, pondré fotos extras en la página de Facebook, así que a alguien le interesa, las puede ver allí.

Os dejo una selección:

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Socavones rumanos y gasolineras abandonadas

Día 6 – Doming 30de junio – De Budapest a Ighiu (536km)

Hoy me levanté antes de lo que esperaba, Hungría es el país más al este por el que paso que aún está en la misma zona horaria que España, y a las cinco y diez de la mañana ya brillaba el sol. Conseguí dormir un rato más antes de levantarme y poner todos los trastos de nuevo en la moto, ya que hoy me esperaba un día bastante duro; recuerdo las carreteras rumanas de un viaje hace tres años y eran duras.

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Tomé un café mientras escribía una pequeña entrada en el libro del camping, y dediqué un rato a hojear las páginas y leer algunas de las historias que contenía. Al cabo de unos minutos me sorprendió una lágrima formándose en mis ojos. Hay cientos de personas viajando por todo el mundo en todos los medios de transporte imaginables, y he leído sobre algunos de ellos en los foros en internet, pero esto era diferente; tenía entre mis manos las mismas páginas que ellos habían tocado antes de seguir si camino al siguiente destino.

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La noche anterior había intentado programar las coordenadas para mi siguiente destino en el GPS, pero fueran cuales fueran los ajustes que probase, se negaba a darme una ruta. Intenté elegir un punto en Hungría, cerca de la frontera, pero el resultado fue el mismo. Al final solo conseguí que me diese una ruta hasta una población cerca de la frontera por autopista, así que tras dejar Budapest me detuve en la primera gasolinera que encontré y pagué por una matrica, la pegatina que permite usar las autopistas. Había conseguido cruzar Eslovenia, Austria y parte de Hungría sin pagar por una, así que me mosqueó un poco. Por suerte resultó ser bastante barata (aún no sé cuánto, no he tenido tiempo de calcular los gastos del día) y en una hora y media estaba en la frontera, lo que significaba que tenía toda la tarde para disfrutar de las carreteras rumanas.

En el viaje que hice tres años atrás, mis amigos y yo nos alojamos en un lugar llamado Terra Mythica, cerca de Alba Iulia. No estábamos seguros de qué tipo de sitio era, pero era lo único que encontramos en la zona, así que hicimos una reserva. Llegamos allí sobre la una de la madrugada y resultó ser una especie de campo de verano para niños. En contra de todo pronóstico, los pasamos genial; Dalina, la propietaria, y parte del personal se unieron a nosotros después de cenar, cuando los niños ya estaban acostados, y la noche terminó en una de las borracheras más divertidas que recuerdo. Resumiendo, nos hicimos buenos amigos y nos visitó en Barcelona un par de veces, así que cuando estaba planeando el viaje decidí dar un pequeño rodeo y volver a Ighiu, y tenía muchas ganas de volver a vernos.

En la frontera Rumana me paró por primera vez la policía, pero solo querían comprobar el pasaporte y me hicieron señas que continuase. Paré justo pasada la barrera al lado de una barraca donde cambiaban dinero y vendían el distintivo del impuesto de carretera, que es obligatorio en Rumania, autopista o no (de hecho sólo hay una autopista que conecta la capital con la costa). Cambié algunos leu y descubrí que no era necesario pagar el impuesto para la moto, así que seguí felizmente.

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Las carreteras eran mejores de lo que recordaba de la última vez que estuve aquí, o quizá el hecho de venir en moto desde España significa que la transición ha sido más gradual que bajar de un avión y empezar a conducir una furgoneta. En cualquier caso, avancé bastante rápido y pronto me di cuenta de que eran ya pasadas las dos de la tarde y aún no había comido nada. Empecé a buscar un buen sitio, pero las áreas de picnic y los parques son especialmente difíciles de encontrar en el campo en Rumanía, y los kilómetros pasaban sin encontrar un sitio decente. Las nubes se estaban volviendo de un negro amenazador y esta vez no veía el cielo despejado más adelante, así que se estaba volviendo más apremiante para no sólo para comer, sino para poner la capa impermeable en el traje. Entonces, justo cuando empezaba a llover, vi una gasolinera. No había visto ninguna desde la frontera, y aunque me quedaba aún gasolina, empezaba a preocuparme, así que me alegré de encontrar una. En cuanto me acerqué, sin embargo, se hizo evidente que estaba abandonada.

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Bueno, al menos tenía un techo bajo el que me podía cambiar y comer algo. Hice un pequeño striptease para difrute de los camioneros que pasaban por la carretera y me senté a comer una especie de salchichón húngaro que había comprado antes y un poco de pan y fruta.

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La primera vez que vinimos a Rumanía nos advirtieron sobre los perros abandonados, aparentemente hay muchísimos y pueden ser peligrosos. Estaba disfrutando de mi bocadillo cuando se me acercó esta fiera:

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Juro que si estuviese haciendo este viaje en coche y no en moto, me la hubiese llevado a casa. La pobrecilla estaba claramente asustada de la gente, a saber qué le debían haber hecho en el pasado. Le tiré algo de salchichón y se la comió desde una distancia prudencial. Se quedó conmigo todo el rato que estuve allí, pero no dejó que me acercase más de un par de metros, mantenía la distancia.

Después de despedirme, subí a la moto y seguí adelante, contento de ver que ya no llovía. Al cabo de poco ya me estaba arrepintiendo de haberme puesto la capa impermeable, ya que empezaba a hacer calor, y ya estaba algo sudado cuando paré en una gasolinera que poco tenía que ver con las que había usado hasta entonces. Tuve que fijarme bien para ver que esta no estaba abandonada.

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A media tarde, el paisaje había cambiado de los campos de maíz que había ido viendo desde Hungría a colinas y valles cubiertos de bosque, y me volvía a encontrar con un viejo amigo de hacía tres años: el socavón rumano. El socavón rumano no es ese tipo de asfalto cuarteado o hundido al que estamos acostumbrados en Europa occidental, el bache común. Esta bestia autóctona que puebla las carreteras rurales del país en grandes números suele ser de forma redonda o ovalada, con bordes vivos y verticales, y lo suficientemente profundo para tragarse entera la rueda delantera de la moto. Por lo general habita en carreteras de bosque y montaña, donde las condiciones meteorológicas adversas han propiciado su reproducción, y para empeorar las cosas, estaban llenos de agua, con lo que eran más difíciles de ver. Huelga decir que topar con uno significaría, como mínimo, una llanta destrozada y daños en la suspensión, por no decir un accidente bastante grave.

Volvía a hacer frío, pero el tiempo mejoró por la tarde y mientras avanzaba por carreteras rurales, evitando los socavones, recordé que maravilla de país era Rumanía. Llegué a Ighiu a las ocho y media, contentísimo de volver a ver a Dalina. El campo estaba animadísimo, con unos 70 niños dando trabajo, y aún vestido de motero y sin tener tiempo de sacar nada de la moto, me sentaron a la mesa para cenar con el resto del personal, que venían de lugares tan variados como California y la India. Lo pasé genial, y tras la cena me di una ducha, me cambié y me senté a escribir un rato y charlar con Rushil, que también tenía una moto en India, y me enseñó fotos del paso de Khardung la, el más alto del mundo. Si voy a la India, ¡está decidido que alquilaré una moto y lo haré!

 

The best road… in the woooorld

Día 7 – Lunes  1 de julio – La Transfagarasan

Hay dos razones por las que había dado un rodeo de 1000 kilómetros en la ruta: visitar a Dalina y hacer esta carretera, una de las más famosas del mundo. Construida por Chauchescu para poder desplazar tropas rápidamente a través de la región, es un lugar imponente.

Dalina no me despertó esta mañana, pero mi cuerpo aún está en la anterior zona horaria y a las ocho y media ya estaba en pie desayunando y hablando con su padre, que aún se acordaba de la que pillamos y me dijo, medio en inglés, medio en rumano, “¡esta noche, bebemos!”

No voy a intentar describir la carretera aquí, ya que las palabras se quedan cortas para explicar lo que es. Aquellos de vosotros que seguís Top Gear sabréis de qué hablo. Simplemente colgaré algunas fotos y, para aquellos con gasolina en la sangre y suficiente paciencia, el vídeo de la carretera, de norte a sur cuando encuentre una conexión lo suficientemente buena como para subirlo.

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Día 8 – Martes 2 de julio – De Ighiu a Lviv (607km)

El haber estado en Rumania en vez de ir directo a Ucrania desde Hungría significaba que había roto una de las reglas que me impuse: pasar la noche anterior a cruzar una frontera importante cerca de ella para poder llegar relativamente temprano por la mañana en caso que hubiese problemas con el papeleo y el proceso se alargase más de lo esperado. Otra consecuencia de esa decisión era que en lugar de pasar por una de las principales fronteras internacionales, tenía que hacerlo por una pequeña en una zona rural, y algunas de esas solo permiten el paso a los habitantes de la zona, no al tráfico internacional.

Así pues, habiendo roto también otra regla (que las jornadas serían más cortas conforme fuese hacia el este), me dispuse a hacer otro viaje de 10 horas a través de una frontera que no estaba seguro de que estuviese abierta. Llegué allí sobre las 2 de la tarde y, por suerte, ¡me dejaron entrar en Ucrania! Estaba bastante nervioso al respecto, salía ya de la UE y temía que buscasen problemas con mi documentación o la de la moto, pero no hubo ninguno. Lo bueno de los pasos fronterizos pequeños es que no se forman largas colas, solo había cuatro coches delante de mí, aunque se tomaron su tiempo y me freí al sol durante más de media hora. Una vez en Ucrania, descubrí lo malo de un paso fronterizo pequeño: la carretera.

¿Recordáis el socavón rumano? Pues es una mera imperfección en el asfalto comparado con esto. No solo eran profundos, sino que había miles de ellos, por todas partes, lo que hacía que coches y camiones tuvieran que avanzar en zigzag para esquivarlos, usando todo el ancho de la carretera y muy a menudo circulando en sentido contrario. Tuve que ponerme de pie y solo podía usar primera y segunda. Hacía calor, estaba sudando de mala manera y tragando polvo. Esto es el tipo de carretera que me esperaba en Kazakstán, no conectando dos países en Europa. Duró unos 50 km, después de los cuales la carretera se convirtió en lo que en Rumania hubiese llamado mala, pero aquí era un alivio. Estoy listo para este tipo de cosas, pero no como parte de una jornada de 600 km.

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Una vez me encontré con la carretera principal que venía desde Polonia las cosas cambiaron; la carretera se volvió mucho, mucho mejor y empecé a avanzar más. No iba rápido, pues había oído un montón de historias sobre la policía Ucraniana y lo estrictos que son con los conductores extranjeros, pero sí que hacía lo que llevaba haciendo los últimos cuatro o cinco días: adelantar donde había espacio y era seguro, independientemente de las señales.

Bueno, esto es una práctica habitual y absolutamente todo el mundo lo hace por estos lares, y no pasa nada, siempre y cuando no adelantes al jefe de policía del siguiente pueblo mientras se dirige a su casa vestido de civil en su coche particular. No hace falta decir que se encargó de que sus colegas me estuviesen esperando en el siguiente control, y en cuanto llegué me pararon. El agente no hablaba ni una sola palabra de inglés, pero dejó claro a base de gestos que había adelantado en una línea continua, y cuando llegó el jefe de policía lo subrayó con los mismos gestos antes de volver a meterse en su coche y dejarme en las competentes manos de su subordinado. Me pidió los papeles de la moto y me preguntó si entendía el portugués, pues parece que conocía a alguien en el consulado portugués e iba llamarlo para que me contasen lo que tenía que hacer. Me pasó su móvil y hablé con una chica que hablaba inglés, y me explicó que la multa eran cien euros. Antes de salir me habían dado consejos sobre cómo tratar con la policía por estos países, pero en este caso era innegable que había cometido una infracción, con lo que la única opción que tenía era pagar. Esto iba a dejar un buen agujero en mi presupuesto… Sin embargo, la chica me dijo que tenía dos opciones: podían darme una multa oficial por escrito, que debería pagar en Kiev antes de poder recuperar los papeles de la moto, o podía pagar al momento, lo que suponía la mitad de dinero y poder seguir con mi camino al momento. Le devolví el teléfono al agente y me hizo gestos para que lo acompañase a una sala más pequeña. Entramos, se sentó y sacó unos formularios oficiales, que eran la multa, y su móvil, puso las dos cosas sobre la mesa y las señaló. Yo señalé el teléfono, y entonces me dio un trozo de papel y un bolígrafo. Escribí “50€”, asintió, se puso de pie, levantó el cojín en el que estaba sentado y señaló debajo. Dejé el dinero allí, volvió a poner el cojín en su sitio y a partir de ahí se convirtió en el poli más majo del mundo, todo sonrisas y curiosidad acerca del viaje, consejos sobre no dejar la moto en la calle en Lviv porque era peligroso, e incluso se escribió los límites de velocidad en la palma de la mano para explicarlos.

Bueno, después del dinero ahorrado estos últimos dos días, al final solo supuso unos pocos euros de descuadre en el presupuesto diario, me había salido barata la cosa y además había experimentado de primear mano el proceso de soborno a la policía Ucraniana. ¡Vaya día!

Tras esto aún me quedaban más de 200 km para llegar a Lviv, y una vez allí, cansado y maloliente, me costó encontrar el sitio donde iba a pasar la noche. Al final Igor, mi huésped, salió a la calle y me encontró preguntando a tres individuos que no parecían entender muy bien lo que les explicaba.

Cogió su coche y me llevó hasta un parking dos calles más abajo donde dejé la moto por la noche. Me llevó de vuelta a su piso, un pequeño apartamento en uno de esos bloques de pisos soviéticos enormes y grises que se caen a trozos, para terminar de completar la experiencia ucraniana. Fue un huésped maravilloso, me preparó una cena fabulosa, y luego, intentando superar la barrera idiomática, hablamos del viaje y de motos. Me contó que había tenido una hacía años, y fue algo de lo que pudimos hablar con pocas palabras mientras contemplábamos el crepúsculo desde su balcón.

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¡Siga a ese taxi!

Día 9 – Miércoles 3 de Julio – De Lviv a Kiev (557km)

Hay un túnel en lo alto de la Transfagarasan que conecta ambos lados de la montaña. No es muy largo, quizá un kilometro y medio, pero es muy estrecho, con el espacio justo para dos coches, la carretera es de asfalto roto, que casi se ha convertido en gravilla con socavón correspondiente de vez en cuando, y oscuro como la boca de un lobo, no hay ni una sola luz. Cuando lo atravesé hace dos días, la niebla que cubría la montaña se había metido dentro, así que la visibilidad era casi nula. Con la cúpula empañada, tuve que ir de pie para mirar por encima, y no podía ver más allá de ocho o diez metros, con los faros intentando en vano atravesar la niebla. Si me hubieran preguntado por la mañana, hubiese dicho que esa es la experiencia más terrorífica que he vivido en la moto, pero lo que hice hoy es bastante peor.

Por la mañana Igor me llevó a aun cajero para poder sacar algo de dinero del país y luego a la moto. La cargué y comprobé el aceite, algo preocupado por una fuga que descubrí en Rumanía. Cuando empecé el viaje vi que había algo de aceite en el cubrecárter, pero ya que me habían mirado el reglaje de válvulas y eso requiere desmontar parte del motor, pensé que habría goteado entonces. Para asegurarme, lo volví a mirar en Budapest y parecía que no había caído más. Sin embargo, una vez en Rumanía me dí cuenta de que había más aceite, y al inspeccionar el motor más de cerca vi que se había acumulado aceite en la V del motor, donde se encuentran los cilindros, y parecía venir de algún sitio en la parte de detrás del cilindro delantero.

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Lo limpié para ver cuánto tardaba en volver a acumularse, y hoy, después de dos días y unos 1.200 km, ha salido bastante para gotear por el lado del motor. En condiciones normales tardaría semanas en perder esa cantidad de aceite, pues no uso la moto más de 20 km diarios, pero todo pasa más rápido en este viaje. Lo volvi a limpiar en Kiev para ver cuánto tarda esta vez. El nivel de aceite ha ido bajando al ritmo normal para los kilómetros que estoy haciendo, así que no sé cuánto debería preocuparme. Llegaré a Volgogrado en tres días (1.200 km más) y ya que allí tengo que hacerle la revisión a la moto, haré que lo comprueben. Espero que no empeore antes de llegar.

Me despedí de Igor, que se negó a dejar que pagase el parking, le di las gracias por su hospitalidad y crucé Lviv para coger la carretera hacia Kiev.

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Es una lástima que no tuviera más tiempo de visitar la ciudad, ya que lo poco que vi desde la moto era fantástico. Lo que no era tan fantástico era el rato que me cosó salir de allí, ya que las calles estaban llenas de tráfico, y los adoquines y los raíles del tranvía hacían las cosas más interesantes.

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El paisaje era precioso, grandes extensiones de campos verdes, pero fue uno de los días más aburridos hasta el momento. Tras mi última experiencia con la policía no tenía intención de darles ni una razón para pararme, así que respeté los límites (90) a rajatabla y no adelanté donde no debía. Ya que era el único que seguía las normas de tráfico, me convertí en el vehículo más lento de la carretera, y en carreteras que eran rectas y en buen estado en su mayor parte, me tuve que esforzar para mantenerme despierto. En el lado bueno, conseguí el mejor consumo que jamás he logrado en la moto: 4,1 litros a los 100 para la etapa completa.

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En cuanto llegué a Kiev las cosas cambiaron rápido, poco podía esperarme que me iba a meter en el trayecto más peligroso de mi vida. Luda, la secretaria de mi anfitriona  en Kiev, que habla inglés, se había ofrecido a venirme a buscar a una parada de metro en la carretera principal de entrada en la ciudad, ya que sería más fácil guiarme desde allí. Me alegré mucho de recibir su ayuda, ya que navegar por el tráfico de una ciudad grande suele ser complicado. Se metió en un taxi y me dijo que lo siguiese. Pensaba que no sería muy lejos, pero no podía estar más equivocado.

El taxista salió disparado y se metió en el tráfico de hora punta de Kiev en avenidas de ocho carriles a reventar de coches, autobuses y camiones, y me tocó espabilarme para no perderlos. Estaba decidido a que eso no me pasase, lo que suponía pegarme al parachoques, sin apenas distancia de seguridad e incluso así, en cuanto me separaba un par de metros alguien intentaba meterse en el hueco. Y todo ello a velocidades muy superiores a la que uno esperaría en una ciudad. No podía ni mirar los retrovisores, ya que apartar la mirada del coche de delante ni que fuese medio segundo podía significar un accidente. Y para terminar de rematarlo las calles estaban llenas de agujeros, lo que significaba que el ABS saltaba constantemente, haciendo las cosas más interesantes, y naturalmente, el ir tan pegado al coche de delante suponía no poder ver los socavones a tiempo, así que me los comía todos.

Después de una eternidad infernal, llegamos al apartamento, en el piso 14 de otro edificio de estilo ex-soviético, y me mandaron a la ducha antes de sentarme ante otra cena enorme a base de platos tradicionales del país.

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Luda hizo lo que pudo para traducir durante la cena y conseguí mantener una conversación con Sofía, mi anfitriona. Tras la cena, un amigo suyo me dijo que me guiaría hasta su parking, donde podía dejar la moto durante un par de días. Lo seguí esperando otro viaje de infarto, pero a esa hora las calles ya estaban vacías y fue más fácil. Dejamos la moto y me llevó de vuelta al apartamento. Sentado en el asiento del coche, casi me dormí después del subidón de adrenalina de la tarde.

 

Picadas de mosquitos radioactivos

Día 10 – Jueves 4 de Julio – Visita a Chernobyl (0km)

Es difícil describir la experiencia de hoy. Era algo que esperaba con ganas, ya que era uno de los puntos álgidos del viaje, y fue una visita interesante, pero al mismo tiempo fue experiencia inquietante como pocas.

Luda me llevó hasta la plaza principal de la ciudad, desde donde el autobús del tour me tenía que recoger, y una vez enfrente del hotel que era el punto de encuentro, me dijo que estaría allí de nuevo a las 6 de la tarde para enseñarme un poco el centro. Vi un autobús y un par de personas esperando y pregunté a la última persona de la cola, que resultó ser el doble exacto de Hillary Swank. Era de Suecia y como su novio había decidido no hace vacaciones ese verano, estaba viajando por Ucrania unas cuantas semanas sola. Subimos al autobús y enseguida empezamos a hablar de viajes, ya que compartíamos el gusto por los destinos raros y Europa del este. La conversación se interrumpió rápido al empezar un documental sobre el desastre, que resultó ser muy interesante y mucho más completo que otras cosas que había visto antes. Terminó poco antes de que llegásemos al primer punto de control. Una extensa zona alrededor de Chernobyl está bajo control militar, y a pesar de que unas 170 personas, todas de más de 70 años y jubiladas, han decidido volver a sus tierras, no se permite entrar ni salir a nadie sin pasar por estrictos controles. Bajamos del autobús y después de que comprobasen nuestros pasaportes y los contrastasen con una lista, cruzamos las barreras andando y esperamos que el autobús pasase al otro lado. Al cabo de poco rato conduciendo llegamos a la primera y única población habitada, que acoge a unas 5,000 personas que trabajan en temas de seguridad y mantenimiento de la zona. Viven y trabajan allí durante 15 días y luego tienen 15 días libres, y tienen que someterse a controles médicos frecuentes.

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De camino hacia allí, pasamos varios pueblos, pero lo único que quedaba de ellos eran los carteles en la carretera con sus nombres, pues el ejército había derribado y enterrado las casas tras el desastre y la naturaleza había recuperado el espacio rápido. Paramos un momento en la población, donde vimos un monumento conmemorativo, un parque de bomberos (cuyos miembros fueron los terceros en llegar al lugar tras la explosión) y unos pocos vehículos que se usaron en la limpieza.

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Había una colección de vehículos más grande en un lugar llamado cementerio de vehículos, pero los habían declarado demasiado radioactivos para poder formar parte de la visita con seguridad y se había cancelado esa parte de la visita y enterrado los vehículos hacía años.

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Después nos dirigimos a otro punto de control para entrar en la zona de exclusión, donde no vive nadie, a pesar de que mucha gente trabaja allí. Antes de llegar a la planta nuclear nos paramos en una guardería abandonada que, juntamente con una oficina de correos que a penas se mantenía en píe entre los árboles, eran los dos únicos edificios que quedaban en el último pueblo antes de la planta.

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Entonces, al salir de una curva, apareció ante nosotros. La chimenea que se erguía entre los reactores tres y cuatro. Paramos una última vez antes de llegar allí, para ver las obras de un par de torres de refrigeración y de los reactores cinco y seis, aún rodeados de altas grúas.

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No se terminaron nunca. El autobús paró en la carretera y cuando nos bajamos a hacer algunas fotos, el guía nos advirtió que no saliéramos de la carretera y no pisáramos la hierba, que estaba muy contaminada.

Cogimos el autobús de nuevo para recorrer la corta distancia que nos separaba del sarcófago que cubre el reactor numero tres. La estructura parecía bastante vieja, Era la primera y la única de ese tipo, y su construcción duró semanas y se cobró numerosas vidas.

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Los que lo diseñaron y construyeron no habían hecho algo así antes, y nadie había trabajado ni se había entrenado para trabajar en condiciones como aquellas. Miles de personas trabajaron en la construcción del sarcófago, durante no más de un minuto cada vez para evitar dosis letales de radiación, y aún así, todos ellos sufrieron terribles consecuencias. Todos los que estuvieron allí para contener el desastre dieron sus vidas para prevenir una tragedia mucho mayor, que hubiese convertido la mayor parte de Europa en un lugar inhabitable. Algunos de ellos sabían lo que les esperaba, otros fueron enviados allí por sus superiores sin saber qué riesgo corrían, pero sin ellos la tragedia hubiese sido mucho peor. Desde los primeros bomberos que llegaron al lugar hasta los mineros que cavaron un túnel bajo el reactor para verter cemento y evitar que las barras de uranio fundido alcanzasen el agua de debajo y explotasen; desde la gente que se subió al techo del reactor número cuatro para retirar trozos de grafito altamente radioactivos con sus propias manos hasta los pilotos de los helicópteros que volaron justo encima del incendio radioactivo para dejar caer toneladas y toneladas de arena y plomo para intentar apagar el fuego; desde las personas que se acercaron tanto como pudieron al núcleo para medir la radiación hasta los trabajadores que construyeron el sarcófago, todos ellos son héroes anónimos que salvaron cientos de millones de vidas y que hoy han sido olvidados, condenados a sufrir las terribles consecuencias que sus cuerpos experimentaran hasta el fin de sus vidas solos.

Cerca del sarcófago original que cubre el reactor numero tres, una empresa francesa se afanaba a construir una estructura de dimensiones descomunales: un nuevo sarcófago que cubrirá el antiguo y garantizará la seguridad durante cien años. Es difícil apreciar las dimensiones en las fotografías, pero las cajas rojas cerca de la parte superior son contenedores marítimos, lo que da una buena idea del tamaño.

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Y aún tiene que crecer para ser el doble de alto y de largo. Debería haberse construido hace diez años, pero no había dinero. Estará terminado en 2015. Nos dijeron que sólo podíamos hacer fotos del reactor y del sarcófago nuevo, ya que había edificios militares en la zona y no se podían fotografiar.

En cierto modo, me siento privilegiado de haber tenido la oportunidad de hacer este tour ahora, ya que estas visitas pueden tener los días contados, al menos tal y como son ahora. En tres años el reactor número tres ya no será visible, enterrado bajo su nueva cubierta, y la ciudad de Prypyat se habrá derrumbado y habrá sido devorada por la naturaleza.  El autobús nos dejó en la entrada principal de la ciudad, que en su día alojó a 50,000 personas, todas ellas evacuadas en dos días sin poder llevarse más que un par de maletas. Jamás se les permitió volver.

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Hoy, era imposible reconocer que era una avenida. Árboles y arbustos habían crecido en ambos lados hasta reducirla a poco más que una pista a través del bosque. Los edificios han estado abandonados desde el desastre, de modo que la mayoría tienen enormes goteras y están en peligro de derrumbarse en cualquier momento.

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El autobús nos dejó en la plaza principal y empezamos a andar por la ciudad, con cuidado de no tocar las plantas. Andamos alrededor de algunos de los edificios de la plaza y encontramos el parque de atracciones, una de las vistas más inquietantes de la ciudad, con la noria aún en pie, congelada en el tiempo.

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Desde allí atravesamos lo que parecía un bosque hasta que el guía se detuvo entre los árboles y anunció que estábamos en medio del campo de futbol en el estadio de la ciudad. Al salir de la vegetación encontramos las gradas, y ese fue uno de los dos edificios que pudimos visitar por dentro.

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El otro fue el centro de deportes, con su pista de baloncesto y su piscina vacía. Fue una visita fascinante.

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El autobús nos recogió en otra avenida reducida a casi un camino y nos sacó de la zona de exclusión para llevarnos a la cantina del pueblo donde los trabajadores actuales viven. Pasamos un exhaustivo proceso de desinfección a base de un lavado de manos con una pastilla de jabón vieja, y nos sentamos a disfrutar de una comida al más puro estilo soviético.

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Después de comer, nos paramos en el punto de control principal y nos hicieron pasar por unas máquinas de medición de la radiación que parecían sacadas de una película de la guerra fría. A continuación nos dejaron marchar, libres de radiación.

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De camino a la visita la tensión se podía palpar en el autobús, casi nadie hablaba, todos llenos de expectación por lo que íbamos a ver. De vuelta, la tensión se había disuelto y había más conversación y bromas. Un profesor holandés que estaba sentado detrás de mí dijo que su mujer le iba a hacer tirar toda la ropa que llevaba a la basura en cuanto llegase al hotel, y conocí a un americano que trabajaba para el CDC que tenía un montón de anécdotas que contar sobre todos los lugares donde había estado destinado.

De vuelta en Kiev, Luda me estaba esperando para ver un poco la ciudad, ya que aún tenía unas horas. Había traído una amiga que también hablaba inglés, y fuimos a hacer un poco de turismo antes de volver a casa a preparar las maletas para la mañana siguiente.

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Kiev es una ciudad enorme, una extensión de más de 3 millones de personas, mucho más grande de lo que me imaginaba, y era obvio que me estaba perdiendo muchas cosas. Decidí que volvería a visitarla algún día.

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