Camisa nueva

Día 54 – Sábado 17 de agosto – De Varsovia a Cracovia (297km)

Quizá la carretera de Vilnius a Varsovia era parte de una ruta principal que une Europa occidental con los países bálticos y de ahí con Escandinavia a través del ferry, pero la cuestión es que desde Varsovia a Cracovia había mucho menos tráfico y llegamos sin ningún otro incidente que una larga cola a la entrada de la ciudad provocada por unas obras que obligaban a alternar la circulación de ambos sentidos, y la situación fue rápidamente despachada con un poco de conducción por el arcén para colarnos hasta el principio, al estilo ruso.

El hostal estaba justo en el casco antiguo y el propietario nos dejó meter la moto a través de la portería y hasta el patio interior del edificio, donde tenía un sitio donde limpiar y engrasar la cadena. Pasar por la portería requirió desmontar las dos maletas de aluminio, pero era mejor que dejarla en la calle. Después de esto fuimos a visitar el casco antiguo y la plaza del mercado, y al ver que estaban de rebajas en una de mis tiendas favoritas, aproveché para comprarme una camisa, ya que la ropa que llevaba para el viaje no era exactamente la mejor para salir a tomar algo, ya que originalmente había planeado un viaje por zonas más despobladas.

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Había estado en Cracovia hacía mucho tiempo, recién terminado mi primer año de carrera y aún muy verde en el tema de viajes, y era curioso ver cómo cambian las impresiones con mucho más bagaje y experiencia en la maleta. Cuando vine aquí por primera vez, vi una ciudad que era muy diferente de lo que estaba acostumado a ver en Europa, me intimidó un poco y especialmente en la zona alrededor de la estación de tren, me pareció poco segura. Era Europa del este antes de la UE, del Euro, estábamos mucho menos conectados, sin móviles, sin internet… Al volver después de haber estado en Ucrania, Rusia y Kazakstán y haberlos encontrado perfectamente seguros y muy agradables de visitar, Cracovia me parecía una ciudad tan de Europa occidental como la que más. La plaza del mercado seguía siendo tan bonita como la recordaba, aunque con muchos más turistas, y había muchos más bares y restaurantes de moda por las callejuelas. Siendo sábado, salimos a cenar a un buen restaurante, pero fue muy diferente de la época en que mis dos amigos y yo éramos los únicos turistas cenando en un restaurante de la plaza del mercado.

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De vuelta al hostal fui a ver la moto y me encontré con que le había salido compañía, había otra V-Strom aparcada a su lado, con matrícula italiana. Imaginé que debía ser de alguien en el hostal, pero ya que sólo estábamos allí una noche no tuvimos ocasión de coincidir.

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Camioneros polacos

Día 53 – Viernes 16 de agosto – De Vilnius a Varsovia (477km)

Quizá fue porque el viajar empezaba a pasar factura a mi espalda, pero hoy fue uno de los peores días hasta el momento, y objetivamente no debería haberlo sido. El día comenzó muy bien, no llovía, las temperaturas habían subido y el sol brillaba. La carretera que salía de Lituania y llevaba hacia Polonia nos llevó a través de bosques profundos, así que el paisaje era genial y la carretera en sí estaba en excelentes condiciones, pero en el momento en que entramos en Polonia, el día empeoró rápidamente. El paisaje seguía siendo genial, y la carretera buena, el problema es que yo no la llamaría carretera, era más bien un patio de maniobras para camiones de 400km de largo. Nunca había visto tantos camiones en la carretera, ni siquiera en Rusia, parecía que el 90% de la población polaca fuesen camioneros, y estar atrapado detrás de ellos era horrible. Era la misma historia en el carril contrario, así que no podía adelantarlos, y estar encerrado entre ellos, con la atención puesta en mantener la distancia de seguridad, suponía no disfrutar para nada de paisaje, mientras se arrastraban por la carretera a un ritmo letárgico, escupiendo humo negro en mi cara, y lo peor de todo es que un camión tiene peor aerodinámica que un ladrillo, así que tenía que sufrir el ser sacudido de un lado a otro en las turbulencias que generaban.

El trayecto hasta Varsovia fue horrible, así que me alegré mucho de ver que no había nada de tráfico y fue muy fácil llegar al hostal a pesar del tamaño de la ciudad. Había sido un día muy largo y para cuando habíamos descargado las cosas y nos habíamos dado una ducha, empezaba a hacerse oscuro, con lo que no tuvimos mucho tiempo para ver la ciudad, y debo decir que es una pena.

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Era otra ciudad de la que no nos esperábamos demasiado, ya que cualquier Polaco con quien hablase recomendaba visitar Cracovia y saltarse Varsovia, pero mientras que quizá no tenía el encanto del casco antiguo de otras ciudades, era un sitio con mucha vida, con mucho que ofrecer, y me supo mal no tener un par de días para descubrir algunos de los bares y restaurantes de la zona donde estaba situado el hostal.

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El hostal en sí era un sitio muy agradable y cuando llegamos después de haber disfrutado una cena a base de comida tradicional Polaca nos encontramos con la chica del turno de noche de recepción fumando en la entrada; nos preguntó si éramos los que estábamos viajando en moto (estaba aparcada justo en la puerta) y nos dijo que había estado mirando las pegatinas de los países. Estuvimos charlando un rato con ella y comentó que era genial que hubiese parejas con las ganas de aventura de hacer un viaje así.

Vino francés en el jardín

Día 52 – Jueves 15 de agosto – De Riga a Vilnius (315km)

El tiempo iba mejorando gradualmente a medida que íbamos hacia el sur, hacia la última de las repúblicas bálticas, Lituania, pero aún cayó algo de lluvia antes de llegar a Vilnius. Las afueras de la ciudad y la carretera estaban un poco más en la línea de lo que esperaba de un país que había estado al otro lado del telón de acero, pero la ciudad en sí era moderna y grande, más grande que Tallinn o Riga, o al menos así lo parecía. Al igual que Astrakán, bastantes edificios tradicionales de madera habían sobrevivido en el centro, y nuestro hostal era uno de ellos, o más bien dicho varios de ellos; la recepción y unas cuantas habitaciones en el edificio principal, y las otras habitaciones, incluyendo la nuestra, en edificios de madera más antiguos. Pudimos dejar la moto en el patio del vecindario, apartada de la calle.

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Vilnius era posiblemente mi favorita de las tres ciudades que habíamos visitado, ya que combinaba todo lo que me había gustado de las otras dos en la proporción exacta: el casco antiguo era pintoresco y encantador, pero no tanto que resultase artificial, era una zona con vida, con muchos bares de vinos con terrazas en callejuelas de adoquines, tenía grandes parques, colinas cubiertas de bosques y un río y un canal que delimitaban la zona.

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Lo visitamos todo, encontramos un sitio para comer donde tenían comida tradicional lituana y de vuelta al hostal compramos una botella de vino blanco francés que degustamos en el jardín del hostal mientras anochecía.

Una sorpresa desagradable

Día 51 – Miércoles 14 de agosto – De Tallinn a Riga (315km)

En más de un mes y medio he aparcado la moto en muchos lugares diferentes, desde párquines con vigilancia 24h a callejones en Rusia pasando por el desierto en Kazakhstan, y nunca tuve ni un problema; fue de vuelta en la UE, y por culpa de un despiste estúpido, cuando por primera vez me robaron algo. Estaba lloviendo, estaba cansado y tenía ganas de llegar a una habitación seca y caliente… podría dar muchas excusas, pero no se puede negar que fue mi culpa el poner los candados en las maletas al llegar a Tallinn y olvidarme de comprobar si estaban cerrados o no. Cuando salimos del hostal con las maletas, listos para ponernos en ruta, vi que alguien se había llevado la bolsa interior de la maleta derecha. Contenía el kit de herramientas, el compresor de aire para los neumáticos, los cargadores a 12v para la cámara y el portátil, el hornillo roto, así como trastos varios tipo trapos, bolsas de plástico, pulpos… nada que no fuese fácilmente reemplazable, pero eso no quita que diese rabia que se lo llevasen.

Nos lo tomamos lo mejor posible, decididos a no dejar que nos estropease las vacaciones, y de camino a Riga compré algunas herramientas básicas en una gasolinera. El día estaba nublado, y la lluvia estuvo yendo y viniendo hasta que llegamos al hostal en la capital de Lituania, un edificio viejo que parecía el clásico bloque de apartamentos neoyorkino de película policiaca de serie B. A pesar del aspecto del lugar, había varias empresas de servicios informáticos basadas en el edificio, y el aparcamiento en el patio interior donde nos dijeron que podíamos dejar la moto tenía un circuito de video vigilancia, lo que resultaba tranquilizador después de los eventos de la noche anterior.

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La impresión que me dio Riga al compararla con Tallinn era un poco como comparar Brujas y Gante en Bélgica. La primera era un sitio pintoresco, con sus viejas calles y edificios, perfectamente mantenidos o restaurados, calles impolutas, casi como si se hubiese construidos como atracción turística, algo falto de vida real en la calle, mientras que la segunda es un sitio más animado, también vieja e histórica, pero con gente de verdad y vida real en sus calles. Probamos algo llamado Black Balsam, un licor de hierbas muy fuerte, en una terraza donde había un grupo tocando swing en directo, que luego dieron paso a otro grupo que tocaban jazz, pop y rock, con una cantante que tenía una voz aterciopelada que era perfecta para hacer del lugar y el momento uno de esos recuerdos que se atesoran de vuelta a casa, años más tarde.

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Como la compra de nuevas herramientas había hecho mella en mi presupuesto, cenamos una pizza en el hostal y nos acostamos temprano. Al día siguiente teníamos una jornada corta hasta Vilnius, menos de 300km, que era un cambio bienvenido respecto a las interminables jornadas que llevaba haciendo casi todo el verano.

Lluvia en el Báltico

Día 50 – Martes 13 de agosto – De Helsinki a Tallinn (86km – en ferry)

Este iba a ser el primer viaje largo en moto para mi novia, de hecho, el su primer viaje en moto propiamente dicho, y cruzar Europa de norte a sur era un poco empezar la casa por el tejado. Iba a ser un viaje decisivo, así que estaba esperando que al menos el tiempo acompañase, a pesar de que no me sentía especialmente optimista después de ver las nubes del día anterior.

Evidentemente, al salir del hostal y meternos en el tráfico denso, empezó a llover. Había un atasco increíble de camino a la terminal de ferrys, y lo que tenía que ser un trayecto de diez minutes estaba siendo tan largo que empecé a temer que íbamos a perder el ferry. Si hubiese estado en Rusia hubiese subido a la acera y al demonio el atasco, pero estaba en Finlandia, un país de ciudadanos de pro que respetan las leyes, y no había espacio para colarse entre los coches, así que me tocó esperar y avanzar palmo a palmo como el resto de la gente. Al final llegamos a la terminal justo a tiempo de embarcar y dejar la moto enfrente de un camión. La lluvia estaba arreciando y este trayecto iba a ser en mar abierto, al contrario que el de Estocolmo, así que pedí unas cintas y amarré la moto por si acaso.

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Para cuando subimos a cubierta y el ferry estaba zarpando, estaba diluviando y el viento soplaba muy fuerte. Por surte, este barco tenía una zona cubierta más grande que el otro en la parte superior, así que estábamos protegidos de la lluvia a pesar de no tener camarote.

En menos de tres horas ya estábamos desembarcando en una lluvia mucho menos intensa y encontramos el hostal de Tallinn rápidamente, situado enfrente de una de las puertas en la muralla de la parte antigua de la ciudad. Tenían sitio para aparcar justo en la puerta, y como era una moto no nos cobraron por el espacio.

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Dejamos las bolsas y fuimos a explorar la parte antigua. Al contrario que otras ciudades europeas que constituyen destinos turísticos populares, no conocía a nadie que hubiese estado aquí antes, así que no tenía ni idea que esperarme de la ciudad. Siendo una república ex soviética, me esperaba algo bastante gris, de estilo ruso, pero resultó ser una ciudad preciosa, el casco antiguo era encantador, con calles estrechas serpenteando por una colina con vistas a una ciudad moderna, agradable y bien cuidada.

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Pasamos la tarde dando vueltas por esa zona y luego fuimos a un pub a probar una pinta de la cerveza negra local, que era deliciosa.

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Antes de volver al hostal hicimos algo de compras (incluyendo superglue para reparar mis sandalias) y luego buscamos un sitio barato donde salir a cenar. Esto era un lujo que no me permitía desde Rusia, ya que los precios en los países escandinavos eran ridículamente elevados, así que fue un placer encontrar un sitio muy acogedor donde cenamos empanadas, ensalada, pollo Kiev, una pinta de cerveza y postre por 7€. Me encanta Europa del este.

Un feliz reencuentro

Día 49 – Lunes 12 de agosto – De Turku a Helsinki (302km)

Sólo había 155km, no 302, entre mi hostal en Turku y el que habíamos reservado en Helsinki, pero tenía que dejar el primero a las 10 am y no podía entrar en el segundo hasta las 3 pm. En vez de llegar allí tres horas temprano y tener que esperar en la puerta o en un café cercano, ya que no iba a ponerme a hacer turismo con toda la ropa de moto puesta, decidí tomar la ruta paisajística y seguir todas las carreteras secundarias que encontrase por la costa. El problema era que estaba lloviendo fuerte, pero una vez ya te has mojado, da igual si pasas una hora o tres de más en la carretera, así que me puse en marcha.

Por suerte, la lluvia paró al cabo de una hora, justo cuando dejaba la carretera principal y me metía por una carretera más pequeña hacía la costa. Tome lo que se conoce como The King’s Road, una ruta de correo del siglo 14 que iba desde Bergen, en Noruega, a Vyborg, en Rusia. Salió el sol, la carretera estaba seca y encontré una ruta por la costa que era una maravilla y compensó con creces la lluvia matinal. Si alguno de los moteros que sigue el blog está planeando viajar a Finlandia un día, no dudéis en pasar por esta ruta.

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Llegué a Helsinki a las 3 en punto y me registré en el hostal. Tenían un parking subterráneo que costaba 17€ al día, pero la chica de recepción, que era un verdadero encanto, me dijo que ya que era una moto, la podía dejar donde quisiera cerca de una pared siempre que no ocupase una plaza para coche y me dio las llaves. Mi novia llegaba a las 5 pm, así que tenía el tiempo justo para comprar algo de cenar y buscar un sitio donde cambiar dinero; algunas de las fronteras por donde había cruzado no tenían oficinas de cambio, en otras ocasiones había pasado con prisas y no había tenido tiempo de buscar una, y había acumulado dinero de Rumania, Rusia, Kazakstán y Noruega que necesitaba cambiar, así como algunos dólares americanos que llevaba en caso de emergencia y que no iba a necesitar ya. Fue una agradable sorpresa ver que una vez cambiado todo a euros, tenía un pellizco con el que no había contado.

Llegué al aeropuerto a las cinco y media y encontré a mi novia esperándome ya. Hacía un mes y medio desde la última vez que nos vimos, y a pesar de que viajar en solitario no había significado estar solo, pues había conocido a mucha gente especial durante el viaje, la había echado mucho en falta, y estaba más que contento de que mi cambio de ruta después del incidente de la llanta significase que podíamos pasar juntos más tiempo de vacaciones del que habíamos planeado al principio. Hasta el momento mi viaje había sido una aventura, pero yo no lo llamaría vacaciones, ya que había sido física y mentalmente agotador, y tenía la sensación de que ahora iban a empezar las verdaderas vacaciones.

Ella había estado en Helsinki ya dos veces, así que fue mi guía lo que quedaba de día y visitamos el centro de la ciudad, que era precioso. No llovía, pero la ciudad tenía aquella luz tan especial que solo se ve cuando el cielo está cubierto de nubes muy negras pero el sol ha empezado ya a bajar y brilla por debajo de las nubes, iluminándolo todo contra el cielo oscuro.

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De vuelta al hostal, redistribuimos todo el equipaje para aprovechar el espacio al máximo y prepararnos para encarar la carretera para la última etapa de mi viaje. Al día siguiente íbamos a tomar el ferry para pasar a Tallinn, Estonia, para visitar las repúblicas bálticas.

La Princesa del Báltico

Día 48 – Domingo 11 de agosto – De Estocolmo a Turku (241km – en ferry)

Había dormido apenas 4 horas para cuando sonó el despertador a las 5 am, pero tenía 11 horas de ferry por delante, así que pensaba que aparte de ponerme al día con el blog, también recuperaría algo de sueño. Terminé de guardar en la maleta las cuatro cosas que no recogí por la noche tan silenciosamente como pude para no despertar a nadie y mientras empaquetaba encontré una nota de despedida de Andrew, un bonito detalle. No había nadie despierto en el hostal, así que me tomé un café solo en la cocina y luego cogí la moto por las calles desiertas hasta la terminal de ferrys, preparado para embarcar en el Baltic Princess justo pasadas las 6 am.

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El sol ya había salido y no había ni una nube en el cielo, era un día perfecto para pasarlo en la cubierta de un barco. Lo bueno de ir en moto es que te embarcan de los primeros, así que apenas había llegado a la cola cuando me indicaron que pasase a la parte de delante del todo, al lado de un motero ruso, y embarcamos entre los primeros vehículos.

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Dejé la moto un poco preocupado por que se tumbase si hacía mala mar, y fui a buscar un buen lugar para sentarme. Desgraciadamente, no había ninguna sección de asientos, y como tampoco había reservado camarote, vi que no iba a dormir nada. El único sitio donde me podía sentar era en la cubierta superior, pero por suerte el tiempo era bueno, así que no era un problema. A las 7:10, puntual como un reloj, el barco soltó amarras y comenzamos la travesía de 11 horas.

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Al cabo de solo una hora ya estaba tremendamente aburrido, y me empecé a preguntar cómo demonios la gente podía pensar que un crucero era algo genial. Escribir el blog y leer el libro que levaba conmigo mataron alguna horas, pero lo que realmente me salvó fue descubrir que había WiFi, una conexión pobre, pero suficiente para conectar el Whatsapp y poder charlar con los míos. Pasarse el día en la carretera y luego socializando en los hostales o con los amfitriones de CouchSurf no le deja mucho tiempo a uno para chatear.

A mediodía, el ferry hizo escala en Aland, una isla grande entre Suecia y Finlandia, y desde la cubierta superior escuché el rugido de Harleys. Me levanté para ver qué estaba esperando para embarcar y vi un gran grupo de motos en el puerto. Era el MC de Turku, que habían pasado el fin de semana en Aland y estaban de vuelta a casa.

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El resto del día se me pasó más rápido de lo que me esperaba, y para cuando el barco se acercaba a Helsinki me sorprendí a mi mismo de haberlo pasado mejor de lo que esperaba a bordo. El mar había estado muy calmado, y no me mareé nada, a pesar de pasar buena parte del día pegado a la pantalla del ordenador, y de todos modos no pasamos mucho tiempo en mar abierto, unos dos tercios del viaje había transcurrido entre pequeñas islas en las costas de Suecia, Aland y Finlandia.

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Media hora antes de desembarcar llamaron a todos los conductores a la cubierta de vehículos y cuando las puertas empezaron a abrirse, unas 40 Harleys arrancaron sus motores al mismo tiempo. El trueno que eso provocó reverberó en el enorme espacio de la bodega, haciendo saltar las alarmas de todos y cada uno de los coches que había allí, un sonido de mil demonios.

Llegué al hostal en solo diez minutos, y ya que era tarde y Turku era una ciudad residencial sin gran cosa que ver, me duché y me acosté, contento de pensar que al día siguiente iba a recoger a mi novia en el aeropuerto de Helsinki.

Barbacoa sueca

Dia 47 – Sábado 10 de agosto – Estocolmo (0km)

Un hecho curioso en el que me fijé por primera vez cuando vivía en el Reino Unido y que he visto confirmado cuanto más al este y al norte he ido en este viaje es que en los países con mal tiempo o clima frío la gente sabe aprovechar mucho mejor los días de sol que en España. Probablemente sea porque nosotros damos el buen tiempo por hecho y si no hacemos nada al aire libre hoy, habrá tiempo de sobra para hacerlo mañana y seguro que hará bueno. En los países fríos, un día soleado, el verano, sun acontecimiento, y no se dejan escapar.

Así que hoy, Andrés, el chico de Colombia, había organizado una barbacoa para toda la gente del hostal, cosa que estaba genial, ya que era una muy buena forma de relacionarse.

El día era perfecto, y pasé la mayor parte de él paseando por la ciudad antes de volver y hacer un poco de compra con Andrew.

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Nos procuramos unas hamburguesas, unos perritos calientes y cerveza, y cuando volvimos al hostal Andrés ya había encendido las barbacoas y la gente empezaba a reunirse en la terraza.  Todo el mundo traía su propia comida, y mucho también trajeron cosas para compartir, Cedric, el chico francés, preparó una sopa tailandesa que estaba deliciosa, y los chicos holandeses, un cubo enorme de helado para los postres.

Lo pasamos en grande y nos quedamos allí fuera hasta el anochecer, cuando empezó a refrescar y nos fuimos hacia dentro. Para entonces la mayoría de gente ya se había ido hacia el centro, ya que era sábado, y yo me quedé un rato en la cocina con Andrés y otros dos chicos antes de dar la noche por terminada, ya que me tenía que levantar a las 5 am para coger el ferry al día siguiente.

Crafoord Place

Día 46 – Viernes 9 de agosto – Estocolmo (0km)

Crooford place es el nombre del hostal en el que me alojaba y era uno de los mejores que había encontrado en este viaje. Estaba en la última planta de un edifico que solía ser un hospital, las otras plantas acogían actualmente la facultad de informática de la Universidad de Estocolmo y un escuela secundaria, así que el sitio y los servicios que ofrecía estaban dentro de la línea de muchos otros hostales, lo que hizo mi estancia allí tan agradable fue la gente que conocí allí.

Andrew, el canadiense que mencioné en el último post, era muy simpático y antes de salir por la mañana a explorar la ciudad quedamos en encontrarnos en el hostal más tarde para ir a tomar una cerveza. Fui a hacer un poco de compra para los días siguientes y luego cogí el metro para ir hasta el puerto para ver dónde estaba la terminal de ferries y descubrir qué tenía que hacer y dónde tenía que ir para embarcar mi moto. La noche anterior había comprado un billete online, pero la única cosa que me dieron era un número de referencia, nada de instrucciones, así que quería dejar el tema resuelto ya que el ferry salía a las 7 am y el embarque era a las 6 am y no quería estar dando vueltas tan temprano sin saber dónde tenía que ir. Una vez conseguí toda la información de una chica muy simpática en la terminal, me dirigí a Gamla Stan, la isla donde se encuentra la parte antigua de la ciudad, y me pasé toda la mañana dando vueltas, haciendo fotos, perdiéndome por sus calles.

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Después de eso crucé el río a una isla más pequeña que había sido una base naval y que en la actualidad había sido reconvertida para uso público.

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Al otro lado de la isla había amarrados muchos barcos históricos que habían sido comprados y restaurados por particulares y que estaban inscritos en una asociación para preservarlos.

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El día estaba bastante nublado y caía una lluvia fina de vez en cuando, así que a media tarde decidí volver al hostal y ver si podía limpiar toda la ropa sucia que había acumulado. El día anterior había conocido a Andrés, un colombiano que era parte del personal. Había emigrado originalmente a España, donde trabajó para Sony unos años antes de que la crisis se dejase sentir y lo despidieran. Me sorprendió mucho descubrir que había vivido en Santa Coloma, al igual que yo antes de irme de casa de mis padres, y que hablaba catalán muy bien. Era un chico muy simpático y me dijo que había una lavandería a unas diez calles del hostal que costaba 150 kr, pero que podía lavarme la ropa en la lavadora que tenían en las dependencias del personal.

Mientras la lavadora terminaba, Andrew llegó al hostal y me dijo que había fichado más fente para salir esa noche, unas chicas británicas que acababan de terminar el instituto y estaban viajando por el norte de Europa. De vuelta a la habitación que compartíamos con 4 chicos más, había parado de llover y había salido el sol, y descubrimos que había una escalera metálica que salía de justo al lado de nuestra ventana, así que decidimos salir a explorar a dónde llevaba. Ya no estaba en Rusia, donde las normas de seguridad son inexsistentes, pero la larga lista de reglas que nos habían dado al llegar no decía nada de subir al techo, así que nos encaramamos a la ventana y subimos por la escalera. Tenía un par de metros y luego daba a una estrecha pasarela de metal que llegaba hasta el vértice del tejado. El sol se estaba escondiendo detrás de los edificios y teníamos una vista maravillos de toda la ciudad, nos sentamos allí un rato a disfrutar del momento.

De dentro, estuvimos charlando con otros huéspedes, y conocimos a un chico de 17 años de Londres que estaba haciendo un Interrail, un diseñador de joyas francés, un par de italianos, un par de holandeses y dos chicas rusas, todos gente muy simpática y abierta, el tipo de persona que hace que la experiencia de viajar a hostales sea tan agradable.

Por la noche cogimos el metro y salimos a la búsqueda de un bar con precios razonables, cosa que no es nada fácil en Estocolmo, pero al final conseguimos encontrar uno con la cerveza bastante bien de precio, donde nos quedamos hasta que cerraron, que fue demasiado temprano, ya que lo estábamos pasando genial. Decidimos volver andando hasta el hostal para ahorrarnos el billete de metro, una de las chicas británicas tenía el pié inflamado, pero había bebido la suficiente cerveza para pensar que era una buena idea.

Gastos inesperados

Día 45 – Jueves 8 de agosto – de Tronboholmen a Estocolmo (344km)

Mientras me dormía el día anterior, escuchando el sonido distante de los adolescentes cantando a través de los tapones, pensé que me levantaría temprano, recogería las cosas y luego arrancaría la moto y la dejaría en marcha un rato, solo para despertarlos antes de irme. Cuando me desperté estaba lloviendo otra vez, así que tuve que esperar y esperar a que parase, sobre las 10 am, y cuando salí de la tienda no había ni rastro de los chavales.

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Sequé la tienda lo suficiente para guardarla y me fui hacia Estocolmo después de programar en el GPS la dirección de un par de tiendas de motos que salían en el listado como concesionarios Suzuki.  Llegué a la primera, que estaba de camino hacia el centro, sobre las 3 pm, era un sitio enorme, con muchas otras marcas además de Suzuki. Entré en el taller y le expliqué al mecánico el ruido de la cadena, le echó un vistazo y me dijo que estaba completamente gastada y hacía falta cambiarla. También había decidido cambiar el neumático trasero, aún le quedaba algo de dibujo, pero definitivamente no lo suficiente como para llegar a Barcelona, y menos con una pasajera. Miraron y tenían un Metzeler en stock, así como un kit de transmisión para la V-Strom, lo que significaba que podía dejarlo todo listo antes de tirar hacia Helsinki. Les dije que volvería al día siguiente pero el mecánico me dijo que estaría demasiado ocupado y me ofreció que volviese en una hora y media, así que fui al hostal, dejé las maletas, conocí a un canadiense llamado Andrew que estaba en mi habitación y volví al taller.

A estas altura he pasado por muchos países diferentes, y si me preguntasen quiénes son los mejores y los peores conductores, seguramente podría dar una respuesta bastante certera, aunque sería probablemente algo sorprendente. Esperaba que los conductores suecos fuesen de los mejores, pero resulta que no es así. Evidentemente, obedecen las señales y respetan religiosamente los límites de velocidad, pero eso no los hace más seguros. Si tuviese que elegir los mejores conductores entre todos los que he visto, serían los Italianos. Sé que eso puede resultar sorprendente para muchos, pero permitidme explicar. Es cierto que los italianos conducen rápido, muy rápido, y también muy agresivamente, pero al contrario de lo que la mayoría de gente cree, no es la velocidad lo que es peligroso. En una buena carretera, con buenas condiciones meteorológicas y un coche en buen estado se puede ir rápido con total seguridad. No, no es la velocidad lo que es importante para la seguridad, lo que es realmente importante es ser consciente de lo que pasa alrededor del coche. Todo alrededor, delante, a los lados y detrás, y los italianos lo son, están al tanto de lo que pasa a su alrededor y se adaptan a ello. Los suecos no. Van con la mirada fija hacia adelante, demasiado ocupados leyendo las señales y hablando por el móvil para darse cuenta de lo que tienen alrededor, ocupando felizmente el carril central o el rápido mientras hay coches detrás que quieren pasar, y causan unos atascos tremendos para entrar en la capital.

Para empeorar las cosas, para cuando terminaron en el taller y era hora de volver al hostal estaba diluviando, y cuando llegué tenía el traje completamente empapado, y entré chorreando por todas partes.

Al final la broma salió bastante cara, pero tenía que hacerse… Ahora la moto está preparada para la última parte del viaje.