Sudoeste Alentejano e Costa Vicentina

Día 5 – Miércoles 1 de abril – De Lisboa a Carrapateira (286km) – [MAPA]

Hoy iba a ser, otra vez, un día sin desayuno. Llevé las bolsas hasta la moto, que había dejado en un párquing al lado de una comisaria. Me habían dicho que saldría por unos 5€ por 24h, pero cuando fui andando hasta la moto me di cuenta de que lo único que separaba el aparcamiento de la calle era la acera, y había una pequeña rampa para sillas de ruedas del aparcamiento hasta la misma, así que estuve muy tentado de coger la moto, salir por la acera y largarme de la ciudad con 5€ extra en el bolsillo, pero cuando fui a validar el ticket en la máquina para ver el precio me di cuenta de que a esa hora de la mañana ya había una trabajadora en la caseta de control, así que me olvidé del plan y pagué como buen ciudadano respetuoso de las normas. De todos modos no quería dejar una mala imagen de los moteros en una ciudad que me había resultado tan agradable.

Crucé el Ponte 25 de Abril de nuevo, contento de ver que si bien había tenido que pagar algo más de un euro para entrar en la ciudad, no había casetas de peaje para salir, a pesar de que que tuve que pagar por la autopista un poco más lejos. Unos 50km separan la capital de Setúbal, a donde me dirigía para tomar un ferry que me llevaría a Troia, una pequeña población en el estrecho brazo de tierra que se extiende desde Comporta y separa el Estuario do Sado del océano. Había un ferry a y media cada hora, y si me daba tiempo y el proceso de comprar el billete y embarcar no era demasiado largo calculaba que podría llegar a tiempo de embarcar en el de las 10:30, así que pagué por la autopista una vez más a regañadientes y me di prisa hasta el puerto.

Compré el billete en una caseta a la entrada del puerto y me encontré con la típica larga cola de vehículos esperando el ferry, que justo estaba llegando. Paré detrás del último camión, pero tres hombres que estaban intentando vender gafas de sol baratas y otros trastos a la gente que esperaba en sus coches me indicaron que fuese hasta el inicio de la cola. La ventaja de ir en moto… Había otra moto allí, un hombre de Lisboa que iba a pasar el día en la playa en la otra orilla con su novia, y estuvimos charlando un rato mientras los coches salían del ferry que ya había atracado y nos daban la señal para subir a bordo.

El día empezaba soleado, y la travesía me brindó unas vistas magníficas del estuario mientras pasábamos de una orilla a la otra, cruzándonos con enormes cargueros en el camino. Había pensado desayunar en el ferry, pero estba tan absorto admirando las vistas y haciendo vídeos y fotos, y la travesía era tan corta que al final se me escapó la oportunidad.

El ferry nos dejó en un pequeño embarcadero donde había cuatro coches esperando para subir a bordo, me despedí del otro motero y su novia y giré a la derecha dejando atrás unas instalaciones militares en dirección al norte, donde había unas ruinas romanas que quería visitar. El asentamiento está en una pequeña península dentro de la península, cerca de la punta norte, y estuvo habitado hasta el siglo VI. Tenía unos baños, viviendas de dos pisos e instalaciones para secar pescado, que era probablemente la principal fuente de comida e ingresos del lugar.

Al otro lado de la carretera los cascos medio podridos de unos barcos de pesca yacían en la playa, ofreciendo al fotógrafo unos planos excelentes.

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El sol ya estaba bien alto cuando volví a subir a la moto y me dirigí al sur, así que quité las capas térmicas de la chaqueta y los pantalones por primera vez en el viaje. ¡Íbamos a la playa!

La península de Troia tiene más de 10 km de longitud, pero sólo unos pocos cientos de metros de anchura, y desde la carretera se pueden entrever las playas de arena blanca entre los pinos, con unos pocos valientes nadando y mucha gente pescando.

Comporta es un pequeño pueblo de pescadores donde la península conecta con tierra, y desde allí una pequeña carretera resigue la costa hasta el sur. Mi plan era hacer esa carretera, tomando algunas más pequeñas en algunos puntos para acercarme más a la costa para ver playas y acantilados y visitar alguna punta y faros.

Al salir de Comporta y mientras me dirigía al sur a través de los primeros pueblos me sorprendió lo tranquila que era la zona. El paisaje es precioso, y la costa ofrece una espectacular combinación de playas y acantilados, pero parecía haber bien poca industria del turismo para un lugar tan idílico. Había unos pocos hoteles pequeños y algún cartel anunciando habitaciones encima de algún restaurante o café, pero no mucho más.

Mi primera parada fuera de la ruta principal fue para visitar la Lagoa de Santo André, una laguna de agua dulce en la playa, un buen sitio para darse un baño en aguas más calmadas que las del Atlántico. Era una lástima que a pesar del sol la temperatura era un poco baja para un baño… Desde ahí fui hacia Sines, con la intención de hacer la carretera que la bordea y ver los acantilados al oeste de la ciudad. Me sorprendió descubrir que la ciudad se encogía a la sombra de unas refinerías enormes y que había una autopista de oleoductos desde la costa hasta las refinerías. No había mucho más que ver, así que decidí continuar.

Al salir de Sines el paisaje mejoró considerablemente; una vez dejada atrás la zona industrial comenzaba la reserva natural del Sudoeste Alentejano e Costa Vicentina, que llega hasta la punta más sur del país. Me alegré de ver que toda esta zona era un área protegida y que no había enormes complejos de apartamentos afeando la costa como en la mayor parte del lado mediterráneo de la Península Ibérica. Solo había algún pueblo de pescadores aquí y allí, y a la hora de comer paré en Porto Covo. Es un pueblo minúsculo de casas blancas y calles tranquilas que llevan a la playa. Aparqué en lo que parecía la calle principal, una calle peatonal que bajaba en suave pendiente hasta la playa con un par de restaurantes y una sola tienda de recuerdos, elegí uno de los dos restaurantes y me senté en una mesa en la calle.

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Era mi tercera comida en Portugal, y empezaba a darme cuenta de que si bien los precios son similares a España, la cantidad de comida no lo es. Un plato alimenta sin problemas a dos personas, y de hecho es bastante común que dos personas pidan uno y lo compartan. Para cuando había conseguido dar cuenta de la comida estaba demasiado lleno para volver a subir a la moto, así que saqué mi libro y dediqué una hora a disfrutar de un café y leer a la sombra.

Me lo tomé con mucha más calma por la tarde, combinando la carretera principal hacia el sur (que tampoco es que fuese muy principal, era una carretera estrecha que subía y bajaba tranquilamente por las colinas) con algunos desvíos para ver cosas: un pequeño chiringuito abandonado en lo alto de un acantilado con vistas a una playa magnífica pasado Longueira, el cabo Sardao en Cavaleiro, una pequeña iglesia al lado del mar cerca de Sardanito… Desde allí volví a la carretera principal en Sao Teotónio, de bajada de las colinas que daban al mar, y fui hasta Aljezur, donde me volví a desviar colina arriba para hacer una ruta circular por la M-1003-1, en la punta de la cual hay unas ruinas de un asentamiento romano construido en lo alto de un acantilado.

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Había una parada más que quería hacer antes del último tramo de la ruta del día hasta Sagres, un pequeño rodeo para ver una playa y otro cabo cerca de Carrapateira. Ya se estaba haciendo tarde para cuando llegué, y antes de empezar la carretera hasta la playa vi un pequeño restaurante con un porche delante cubierto de cañas de bamboo y con hamacas meciéndose en la brisa; había un cartel pintado a mano que decía “habitaciones”, así que decidí que era el sitio perfecto para pasar la noche. Había considerado la posibilidad de acampar, pero todas las baterías de la GoPro estaban agotadas, y necesitaba cargarlas para el día siguiente. Y qué demonios, el sitio parecía acogedor y alojarme allí me daría la oportunidad de ver la puesta de sol desde lo alto de los acantilados cercanos.

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Hice el check-in, fui a dar un paseo por la playa y luego subí en moto a los acantilados al atardecer. Para cuando volví al hotel ya era de noche. Me dí una ducha y luego disfruté de una sabrosa cena a base de pulpo a la brasa, pescado esa misma mañana, con verduras cosechadas en el huerto de detrás del restaurante.