Una sorpresa desagradable

Día 51 – Miércoles 14 de agosto – De Tallinn a Riga (315km)

En más de un mes y medio he aparcado la moto en muchos lugares diferentes, desde párquines con vigilancia 24h a callejones en Rusia pasando por el desierto en Kazakhstan, y nunca tuve ni un problema; fue de vuelta en la UE, y por culpa de un despiste estúpido, cuando por primera vez me robaron algo. Estaba lloviendo, estaba cansado y tenía ganas de llegar a una habitación seca y caliente… podría dar muchas excusas, pero no se puede negar que fue mi culpa el poner los candados en las maletas al llegar a Tallinn y olvidarme de comprobar si estaban cerrados o no. Cuando salimos del hostal con las maletas, listos para ponernos en ruta, vi que alguien se había llevado la bolsa interior de la maleta derecha. Contenía el kit de herramientas, el compresor de aire para los neumáticos, los cargadores a 12v para la cámara y el portátil, el hornillo roto, así como trastos varios tipo trapos, bolsas de plástico, pulpos… nada que no fuese fácilmente reemplazable, pero eso no quita que diese rabia que se lo llevasen.

Nos lo tomamos lo mejor posible, decididos a no dejar que nos estropease las vacaciones, y de camino a Riga compré algunas herramientas básicas en una gasolinera. El día estaba nublado, y la lluvia estuvo yendo y viniendo hasta que llegamos al hostal en la capital de Lituania, un edificio viejo que parecía el clásico bloque de apartamentos neoyorkino de película policiaca de serie B. A pesar del aspecto del lugar, había varias empresas de servicios informáticos basadas en el edificio, y el aparcamiento en el patio interior donde nos dijeron que podíamos dejar la moto tenía un circuito de video vigilancia, lo que resultaba tranquilizador después de los eventos de la noche anterior.

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La impresión que me dio Riga al compararla con Tallinn era un poco como comparar Brujas y Gante en Bélgica. La primera era un sitio pintoresco, con sus viejas calles y edificios, perfectamente mantenidos o restaurados, calles impolutas, casi como si se hubiese construidos como atracción turística, algo falto de vida real en la calle, mientras que la segunda es un sitio más animado, también vieja e histórica, pero con gente de verdad y vida real en sus calles. Probamos algo llamado Black Balsam, un licor de hierbas muy fuerte, en una terraza donde había un grupo tocando swing en directo, que luego dieron paso a otro grupo que tocaban jazz, pop y rock, con una cantante que tenía una voz aterciopelada que era perfecta para hacer del lugar y el momento uno de esos recuerdos que se atesoran de vuelta a casa, años más tarde.

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Como la compra de nuevas herramientas había hecho mella en mi presupuesto, cenamos una pizza en el hostal y nos acostamos temprano. Al día siguiente teníamos una jornada corta hasta Vilnius, menos de 300km, que era un cambio bienvenido respecto a las interminables jornadas que llevaba haciendo casi todo el verano.

Lluvia en el Báltico

Día 50 – Martes 13 de agosto – De Helsinki a Tallinn (86km – en ferry)

Este iba a ser el primer viaje largo en moto para mi novia, de hecho, el su primer viaje en moto propiamente dicho, y cruzar Europa de norte a sur era un poco empezar la casa por el tejado. Iba a ser un viaje decisivo, así que estaba esperando que al menos el tiempo acompañase, a pesar de que no me sentía especialmente optimista después de ver las nubes del día anterior.

Evidentemente, al salir del hostal y meternos en el tráfico denso, empezó a llover. Había un atasco increíble de camino a la terminal de ferrys, y lo que tenía que ser un trayecto de diez minutes estaba siendo tan largo que empecé a temer que íbamos a perder el ferry. Si hubiese estado en Rusia hubiese subido a la acera y al demonio el atasco, pero estaba en Finlandia, un país de ciudadanos de pro que respetan las leyes, y no había espacio para colarse entre los coches, así que me tocó esperar y avanzar palmo a palmo como el resto de la gente. Al final llegamos a la terminal justo a tiempo de embarcar y dejar la moto enfrente de un camión. La lluvia estaba arreciando y este trayecto iba a ser en mar abierto, al contrario que el de Estocolmo, así que pedí unas cintas y amarré la moto por si acaso.

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Para cuando subimos a cubierta y el ferry estaba zarpando, estaba diluviando y el viento soplaba muy fuerte. Por surte, este barco tenía una zona cubierta más grande que el otro en la parte superior, así que estábamos protegidos de la lluvia a pesar de no tener camarote.

En menos de tres horas ya estábamos desembarcando en una lluvia mucho menos intensa y encontramos el hostal de Tallinn rápidamente, situado enfrente de una de las puertas en la muralla de la parte antigua de la ciudad. Tenían sitio para aparcar justo en la puerta, y como era una moto no nos cobraron por el espacio.

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Dejamos las bolsas y fuimos a explorar la parte antigua. Al contrario que otras ciudades europeas que constituyen destinos turísticos populares, no conocía a nadie que hubiese estado aquí antes, así que no tenía ni idea que esperarme de la ciudad. Siendo una república ex soviética, me esperaba algo bastante gris, de estilo ruso, pero resultó ser una ciudad preciosa, el casco antiguo era encantador, con calles estrechas serpenteando por una colina con vistas a una ciudad moderna, agradable y bien cuidada.

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Pasamos la tarde dando vueltas por esa zona y luego fuimos a un pub a probar una pinta de la cerveza negra local, que era deliciosa.

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Antes de volver al hostal hicimos algo de compras (incluyendo superglue para reparar mis sandalias) y luego buscamos un sitio barato donde salir a cenar. Esto era un lujo que no me permitía desde Rusia, ya que los precios en los países escandinavos eran ridículamente elevados, así que fue un placer encontrar un sitio muy acogedor donde cenamos empanadas, ensalada, pollo Kiev, una pinta de cerveza y postre por 7€. Me encanta Europa del este.