Día 2 – Martes 1 de agosto – de Sahune a Bellcombe-en-Bauges (404km)
¿Un trayecto corto hasta el lago Leman?
No. Para nada. De hecho, mientras escribo estas líneas antes de acostarme estoy aún a casi 100km del lago, pero no me quejo de nada, la ruta de hoy ha sido maravillosa.
Mi colchón Exped murió y para cuando decidí montar este viaje ya era demasiado tarde para pedir uno nuevo, así que me llevé una de esas colchonetas auto hinchables. Ocupa el doble de espacio plegada que el Exped, y una vez hinchada es cinco veces más fina, de modo que si duermes de lado, como yo, es muy incómoda. Súmadle a eso que el suelo del cámping era tirando a duro y que el calor no dio tregua en toda la noche, y podéis imaginar cuánto dormí. A las 8:00 ya tenía todo empaquetado, había desayunado y estaba listo para partir.
La noche anterior había estado mirando el mapa y vi que a pesar de que según él la ruta pasa por 21 puertos, de hecho no es posible hacerlos todos sin tener que volver atrás en algunos puntos, pues hay rutas alternativas a la principal que llevan a esos otros puertos. Mientras planificaba la ruta el día anterior pensé que sería una pena perderme algunos de los míticos, como el Col de la Madeleine, así que decidí planear una ruta más paisajística.
El trayecto hasta Gap fue de lo mejor que hay; al poco de salir de Sahune la carretera era una maravilla, el aire fresco y la música en el iPod ideal para el momento. Este tramo de la D94 entre Sahune y Serres es una fiesta. Cuando llegué a Gap el GPS me llevó por la carretera de circunvalación, cosa que está muy bien, si no fuera porque no hay ninguna, así que se inventó una a través de barrios residenciales. Cuando me di cuenta de lo que estaba haciendo ignoré sus instrucciones y seguí la ruta correcta (que pasa por el centro) con un poco de sentido común y leyendo las señales. Salí hacia el norte por la mítica Route Napoleón (sí, la misma de las películasa de James Bond, pero no el tramo de Cannes) que va hasta Grenoble, pero yo la dejé antes, en Corps, para tomar una carretera más pequeña que me llevó a Sainte-Luce y el primer puerto del día, el Col de l’Holme.
Desde allí un carretera más estrecha que subía y bajaba por el bosque me descubrió dos puertos más, Col de Parquetout y Col d’Ornon, antes de devolverme a la carretera principal en Allemond, desde donde empezaba la subida a los dos primeros puertos importantes: el Col du Glandon y el Col de la Croix de Fer.
Justo pasado Allemond estaba claro que estaba en el paraíso de las curvas. La carretera que ascendía por el valle dejando atrás el impresionante lago de Grand Maison y su presa era zona exclusiva de moteros y cicilistas.
Había algún coche de vez en cuando, pero nunca había visto un coche tan fuera de lugar en una carretera. En lo alto de ambos puertos, decenas de ciclistas agotados pero exultantes se hacían fotos junto a las señales. Yo también me hice algunas fotos pero viéndoles a ellos me sentía poco merecedor del recuerdo. Debo decir que tengo la más gran admiración y respeto por toda la gente que vi conquistar esos puertos a pedal.
Desde arriba del Col de la Croix de fer se veían nubes de tormenta congregándose sobre mi camino, así que me di prisa en bajar por el otro lado, esperando escapar la lluvia que parecía venir inexorablemente. La bajada hacia St-Jean-de-Maurienne era, si cabe, aún más impresionante que el ascenso, estrecha, pronunciada, con barrancos profundos. Había menos ciclistas intentando el ascenso por este lado, pero los pocos que me crucé debían ser superhombres.
Una vez al fondo del valle podría haber tomado la A43 e ir directo al norte a mi destino final, pues se empezaba a hacer tarde, el cielo se cerraba y yo ya acusaba el cansancio; además, los músculos del pectoral izquierdo me dolían, seguramente de dormir en mala postura la noche anterior, pero mi ruta paisajística no estaba terminada aún, me quedaban tres puertos más, entre ellos un nombre reconocible por todos: la Madeleine. Dejé la A43 y empecé el ascenso por una carretera de curvas a través de bosque denso. Las horquillas eran muy cerradas, pero la carretera no era tan estrecha como la de los primeros puertos de la mañana. Más arriba se abría en un suntuoso valle verde que la carretera atravesaba hasta llegar al collado, con unas vistas magníficas. Las nubes de tormenta me seguían persiguiendo, pero hasta ahora había conseguido esquivarlas.
Mientras hacía fotos en lo alto del puerto vi dos parejas en dos Super Ténéré con matrícula española, una de ellas una First Edition como la que me robaron. Me acerqué a hablar con ellos y cuando les conté la historia el tipo me dijo que le sonaba de algo. ¡Resulta que compró la moto en el mismo taller que me la vendió a mí, y el mecánico le había contado la mi historia! El mundo es un pañuelo.
Subir a la Madeleine me suponía un rodeo hasta Albertville y luego bajar un poco hacia el sur antes de volver a encarar hacia el norte y Annecy. Mientras bajaba vi cortinas de lluvia frente a mí; la lluvia de la que había estado escapando me estaba esperando allí delante. El asfalto estaba empapado, señal de que se trataba del clásico chubasco de verano que me iba a dejar empapado en cuestión de segundos. Por suerte, justo cuando llegaba a la lluvia, el GPS me indicó que girase a la derecha hacia otro valle donde el cielo no estaba tan negro. Era la subida a los dos últimos puertos del día, Col de Frêne y Col de Leschau. Eran parte de otro de los recorridos alternativos en la Route des Grandes Alpes, y estaban en una pequeña carretera sin tráfico. Tras pasar el Col de Frêne paré a repostar en el pueblo de Le Châtelard y, justo cuando terminaba de llenar el depósito y me preparaba para seguir los cielos se abrieron y la lluvia que hacía horas que me perseguía finalmente me atrapó. Corrí a refugiarme bajo el porche de la entrada de un Carrefour al lado de la gasolinera y esperé que pasara la tormenta mirando el radar meteorológico en el móvil.
Las nubes avanzaban rápido hacia detrás de mi posición, y podía ver que el cielo estaba más despejado hacia adelante, en dirección al siguiente puerto, así que en cuanto la lluvia paró me puse en marcha. Poco después de la salida del pueblo la carretera volvía a ascender entrando y saliendo del bosque y en una larga curva a la derecha que rodeaba un gran montículo cubierto de hierba vi un pequeño cámping por encima de mí. Aún me faltaban 90km hasta el lago Leman, pero generalmente confío en mi instinto en cuanto a elegir sitio para dormir se refiere, y algo me decía que ese lugar era el bueno. Además, eran ya las 18:00 y estaba cansado, así que di media vuelta y enfilé el camino al cámping.
Era un sitio diminuto, con tan solo un puñado de parcelas colgadas en lo alto de la loma con vistas a los valles del parque natural del Massif de Bauges. Planté la tienda casi al final, con unas vistas magníficas, y me fui a dar una ducha y disfrutar de los lujos que ofrecía el lugar.
Por lujos me refiero a que, al contrario que el cámping anterior, aquí había una mesa de picnic donde podía cenar, un enchufe para cargar baterías, wifi y una especie de sala de lectura donde podía sentarme a escribir.
Mientras cortaba el primer trozo de fuet de la cena noté una presencia cercana. Me giré, con el trozo de fuet aún en la mano y vi esto:
Quería convertirse en mi mejor amigo a sabiendas de que tenía fuet y queso, y no apartó sus ojos de mí ni un segundo. Hipnotizado, no pude evitar darle un poco, lo que no hizo más que empeorar la cosa. Un niña vino a buscarla (era una perra, me dijo la niña, y se llamaba Framboise), pero se negó a irse. Solo cuando hube acabado de cenar y guardado la comida respondió a las insistentes llamadas de su dueña.
Cuentapuertos:
1. Col de l’Holme 1207m
2. Col de Parquetout 1382m
3. Col de l’0rnon 1371m
4. Col du Glandon 1924m
5. Col de la Croix de Fer 2064m
6. Col de la Madeleine 1993m
7. Col du Frêne 950m