La vuelta al Peloponeso II

Día 33 – Martes 30 de agosto – De Finikounta a Igoumenitsa (492km)

Me levanté tarde hoy y me di otra ducha antes de ponerme en camino, quería disfrutar las comodidades que me brindaba la habitación pues no iba tener ninguna durante las próximas 48 horas. Iba a pasar la noche en un ferry cruzando el mar Ionio desde Igoumenitsa hasta Brindisi, y no había reservado camarote. La segunda razón de levantarme tarde, además de estar cansado de la larga etapa del día anterior, era que el ferry salía a las 22:00, así que tenía todo el día por delante para hacer los casi 500km que me separaban del puerto. No había prisa.

La ruta de subida por la costa oeste del Peloponeso era mucho menos interesante que la de la costa este. La carretera hasta Patras, si bien no era autopista, era una vía más principal que las carreteritas que había estado haciendo el día anterior, de modo que no había mucho que ver. Imagino que la mejor idea para esta etapa hubiera sido cruzar la península por el centro y atravesar las montañas, pero no tenía tanto tiempo ni energía para otra mega etapa.

La poca autopista que encontré cerca de Patras era gratuita, y solo tuve que pagar por el puente que une los municipios de Rio, en las afueras de Patras, y Antirrio, en el otro lado del golfo de Corinto. Me esperaba un viaducto normal, con cuatro carriles construidos sobre pilares de cemento, pero me encontré con una obra maestra de la ingeniería. El puente, llamado Charilaos Trikoupis, es el puente totalmente suspendido más largo del mundo, y es una imagen digna de contemplar.

Del otro lado la carretera era más interesante, ascendiendo de nuevo por las colinas y luego bajando otro trecho antes de convertirse en una autopista. Iba bien de tiempo, así que cuando llegué a Amphilochia, a orillas del golfo de Arta decidí rodearlo por el oeste para ver un poco de paisaje en vez de coger la autopista que va dirección norte directa a Igoumenitsa. Paré a comer algo (un gyros excelente) en el pueblo mismo, que era precioso, y luego tomé una carretera muy interesante.

img_1363El golfo de Arta bien podría ser un lago si estuviera conectado al mar por una estrecha boca, y estaba disfrutando de unas vistas magníficas del mismo desde un tramo de carretera recto y sin tráfico cuando, tras volver mi atención a la carretera, me encontré con una imagen en los retrovisores que debe resultara familiar a conductores todo el mundo: los cuatro anillos de Audi a escasos milímetros de mi trasero. No sé por qué no me había adelantado, pero no tolero la gente que se pega al vehículo de delante, así que decidí dejar que corriera el aire entre los dos. En ese punto empezaban una serie de curvas ascendentes y el tipo desapareció de mis retrovisores bastante fácilmente sin tener yo que ir particularmente rápido.

Recordaréis que expliqué que parece que a los conductores griegos les cuesta digerir que los adelanten; bien, el Sr. Audi no era una excepción a ello (a pesar de que yo no lo había adelantado) y en el momento en que la carretera volvió a ser llana y recta, lo vi aparecer en la lejanía dándole a tope para atraparme. Lo hubiera dejado pasar, pero para cuando llegó a mi altura ya volvía a haber curvas, y al momento desapareció de nuevo.

Las estadísticas suelen dar Ucrania y Albania como los países con las carreteras más peligrosas de Europa, a menos en cuanto a número de muertos. Habiendo estado en ambos países en moto, no me pareció que los conductores fueran especialmente agresivos o temerarios, sino que están lastrados con algunas de las peores carreteras que existen, y la situación se ve empeorada por el hecho de que animales de todo tipo y tamaño, niños, carros tirados por caballos, ciclistas y muchas otras cosas que no deberían estar en la carretera la invaden constantemente. Los italianos también tienen mala reputación al volante, y sí, puedo confirmar que conducen muy rápido, pero la mayoría son excelentes conductores y saben lo que hacen. Grecia sin embargo es un tema aparte. Las carreteras, en general, no son malas, el problema son los conductores. Primero, no tienen respeto alguno por las normas de circulación o los demás usuarios de la vía. Son un compendio viviente de todas las posibles conductas negativas al volante. Teléfonos móviles, nada de usar casco, cero uso de los intermitentes, incorporaciones sin mirar y un larguísimo etcétera. Nunca había tenido tantos sustos en la carretera como aquí, y he ido en moto por Albania, Ucrania, Rusia y Kazajistán por nombrar los más peligrosos. Segundo, son fundamentalmente unos inútiles al volante. Cualquier idiota puede hundir el pie en el acelerador e ir rápido en recta, pero hay que saber conducir para trazar bien una curva y mantener el ritmo y podéis creerme cuando os digo que no vi un solo conductor en todo el país que fuese capaz de hacerlo. Y tercero, son terriblemente orgullosos al volante.

Así que, de vuelta al amigo del Audi, yo estaba aburrido, así que empecé a esperarlo en las rectas, dejar que se acercara y luego dejarlo atrás en las curvas. Imagino que conseguí cabrearlo bastante. Para cuando me cansé volví a mi velocidad de crucero normal y pronto llegué a la boca del golfo, donde no encontré un puente, como me esperaba, sino un túnel que cruzaba por debajo del agua, parecido al que conecta la isla donde está el cabo norte con el resto de Noruega.

Después de eso la carretera se volvió bastante aburrida y olvidable de nuevo hasta llegar cerca de Igoumenitsa, donde seguía la costa durante un rato y terminaba por conectar con la autopista que venía del interior para luego descender entre las colinas hasta llegar directa al puerto.

Este era un puerto importante, y como tal había mucha actividad. Seguí los indicadores hasta el edificio de la terminal y me encontré en medio de lo que parecía un campo de refugiados. El aparcamiento era un caos total, completamente lleno y con coches aparcados también en los pasillos molestando al tráfico, había gente por todas partes, todos con maletas, cajas de cartón, fardos, petates y bultos variopintos, muchos de ellos tirados por el suelo, no pocos durmiendo. Dejé la moto en la puerta misma, quité la bolsa de depósito y entré en la terminal, temeroso de dejarla sola allí, a intentar cambiar mi reserva por un billete.

El interior del edificio no era mejor, estaba a reventar de gente haciendo cola para conseguir billetes, para pasar el control de pasaportes y seguridad, etc. Busqué y busqué, pero no había ningún mostrador de la compañía de mi ferry, European Seaways. Me acerqué al que más se parecía, uno con un cartel que decía European Management Maritime Company, porque el nombre era algo similar y porque era el único con una ventanilla sin cola. Le di mi hoja de reserva a una chica que parecía Kate Winslet haciendo el papel de una chica con el trabajo más aburrido del mundo y le pregunté si eran la compañía que buscaba. Miró el papel todo un milisegundo, me lo devolvió y dijo ‘aquí no’. Le pregunté si sabía dónde estaban y dijo ‘no’ aún sin dignarse ni a mirarme. Bueno… muchas gracias. Me fui a por otro mostrador sin cola, en la otra punta del vestíbulo, y una chica mucho más atenta me dijo que era la empresa en la que acababa de estar, EMMC. Volví a mi amiga, le dije que me habían indicado específicamente su compañía y repitió ‘aquí no’. Bueno, si alguien de EMMC termina leyendo esto por alguna casualidad, que sepan que tienen un servicio de atención miserable en el mostrador de Igoumenitsa y que harían bien de sugerir a RRHH que trasladen a Kate Winslet a algún puesto donde no tenga que dedicarse a algo tan molesto como tratar con personas. A cargar contenedores, por ejemplo.

Al final fue un empleado de una empresa de carga el que me dijo que la oficina de European Seaways no estaba en el edificio de la terminal, sino al otro lado de la carretera, y que el nombre en los carteles no era European Seaways, sino algo completamente distinto. Fantástico.

Llevaba ya un rato corriendo arriba y abajo con todo el traje de moto puesto y cargando con el casco y la bolsa de depósito, así que para cuando entré en la oficina ya estaba empapado en sudor, impaciente y nervioso por haber dejado la moto desatendida en la terminal. Vi que solo había una pareja con dos críos delante de mí, y que ya les estaban dando los billetes. ‘Maravilloso’ pensé, ‘no hay cola’. Pero por desgracia pertenecían a esa especie que no parecen terminar de procesar información sencilla a no ser que se les repita diez o quince veces, así que tras varios minutos de ‘¿Muelle 13? ‘Sí, muelle 13, al final del puerto’ ‘¿Al final?’ ‘Sí, todo recto hasta el final’ ‘¿Número 13?’ ‘Sí señora, muelle 13’ ‘¿Al final del puerto?’ ‘Sí, al final’ ‘¿Embarcamos allí?’ ‘Sí, su barco está en el muelle 13’ ‘¿Muelle 13?’ etc. etc. etc. ya estaba yo más que dispuesto a asesinar a la familia entera, trocearlos y echarlos al agua desde el muelle 13.

img_1365Había llegado temprano al puerto, pero para cuando conseguí los billetes ya era hora de embarcar. Como no quería pasar un minuto más detrás de alguien con déficit de comprensión de instrucciones simples, me subí en la moto y me salté a la torera todas y cada una de las colas que encontré: la de salida del aparcamiento, la de entrada a la zona de embarque, la del control de seguridad y la de embarque mismo. Fui el segundo vehículo en subir a bordo (tras otra moto), aparqué la moto y me fui a buscar un rincón donde plantar la colchoneta.

Al contrario que el ferry de Grimaldi, donde el aire acondicionad suele estar alrededor de los 5ºC, en este ni había aire. Para cuando zarpamos docenas de personas habían acampado en cualquier superficie plana que habían podido encontrar, y el calor era insoportable. Decidí dejar la colchoneta allí y me fui a la cubierta superior a tomar el aire y ver como el puerto desaparecía lentamente en la noche. Adiós Grecia, me alegro de haber sobrevivido a tus carreteras, pero no creo que te eche mucho en falta.

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